Nocturno Secreto

miércoles, 24 de octubre de 2018

En la ciega oscuridad

Ya no se si vivo loco, cuerdo o enfermo,
no se si sangra la memoria o el recuerdo.

Me ahogo en un lago más profundo
que la negra atmósfera de un cementerio nocturno.

Me he maltratado con amargos versos
y he tropezado con las grietas de las calles.
Ahora cruzo asustado el ámbar de los semáforos
huyendo del frío tacto de los besos del hades.
Pero siempre me corta la hiel de sus labios
y sello mi alma en la mudez que oculta el pecado.

Soy una sombra que muere en la oscuridad,
un vacío que asfixia la llama del diablo,
un hipócrita que traicionó a la verdad.

Renazco en la soledad que acompaña al escritor
y existo en ese abismo informe que es la ficción.

La luz del sol maquilla la palidez de mi mirada,
mi reflejo desnuda la timidez que a solas me habla.
Escribo un poema que es sentimiento malva
arrancado del inmenso cielo de cada palabra.

La sinceridad es mi enemiga y la falsedad mi asesina,
mi orgullo ahogado en el océano de la nada
vomita la humedad que seca la sed de la vida.

Me he rendido ante la indiferencia de mi ser,
ante el trono que me arrodilla sobre la aridez.
Me he rendido a ser la burla y el esputo de la moral
a conocer la oscuridad del túnel de mi infierno personal.
Me he rendido a no conocer jamás la verdad.

Al final…

El tiempo penetra en la dureza de la piedra
hasta que solo queda el vacío de la existencia.

Y las esquirlas solo flotan en el limbo de la esencia…

martes, 10 de julio de 2018

La Luz en Sombra (Prólogo)

Prólogo
I
El universo se extendía sobre el espacio como una infinita ciénaga de oscuridad y silencio. La húmeda niebla que cubría los pantanos sumía el mundo en una vacua existencia desde el comienzo de los tiempos. Los ecos de la inmensidad se hundían en el silencioso vacío de su extensión. La nada, estancaba el mundo en una deprimida esencia que inspiraría dolor a quien lo viera. El barro, con el que se amoldaba la forma del mundo, estaba ligado a las raíces de un árbol blanco cuyas hojas resplandecían grisáceas como la plata. De aquel árbol se constituían las hondas raíces que mantenían la profunda tierra de los profundos pantanos.
Mientras que el dolor de la nada, mezclado con la evanescencia de la niebla, humeaba en los pantanos de la amplia ciénaga, la tierra, unida por las blancas raíces del árbol blanco, se explayaba a través de los huecos de la existencia.
Pese al yermo dolor de la ciénaga habitaba en sus pantanos una ninfa de radiantes cabellos dorados y claros ojos azules, cual viva imagen del día, que brillaba con la misma intensidad que una estrella sobre el firmamento. Sus descalzos pies, hundidos sobre la húmeda tierra, germinaban en el terreno las flores y la verde hierba del día. Pero a cada huella que dejaba atrás, la belleza que había florecido se marchitaba retornando a la profunda oscuridad de la noche. Vivía sola, en un mundo de sombras, sin mayor luz que el destello que la envolvía en el aura de la vida. Un destello, claro y nítido, que desprendía calor y abrigaba a la ninfa protegiéndola del humeante dolor de la nada.
Las estrellas de los cielos se reflejaban como gotas de luz sobre el agua de los pantanos.
La niebla de la existencia asfixiaba a la ninfa ahogándola en la tristeza de la honda tierra. La ausencia de más seres que la acompañaran la deprimía vaciando su corazón del brillo de la felicidad. Aunque la ninfa era incapaz de comprender la verdad de su sufrimiento. Pues nunca había conocido el rostro, la caricia, ni la compañía de un ser querido. Ella sola debía, con su luz,  extinguir la oscuridad que la acompañaba en su desesperada soledad. Y mientras el brillo envolvente de su aura la protegía de la muerte, se distraía deslizando sus pies al caminar, perdida y sin rumbo, entre la pena, el dolor y la pantanosa tierra en busca de la ausencia de tristeza.
Cada vez con menos frecuencia de sus pies brotaban las flores y la amplitud de su aura lentamente se reducía. Como si quisiese desvanecerse el brillo para fundirse el delicado cuerpo de la ninfa con el sufrimiento del vacío. Como si el destino de la vida significase morir en soledad para unirse a la soledad del mundo. Como si vivir no importase y nuestras huellas estuviesen condenadas a no florecer jamás, áridas y desnudas ante la insensible verdad de lo inerte.
La mística fuerza, que impulsaba lo sensible y encarnaba a la ninfa, se extinguía hasta apagarse por completo, sin la posibilidad de curarse de la negra enfermedad que la limitaba. Toda su pasión y fuerza, sentía que se malgastaban en concentrarlas para encontrar una ilusión, frágil y diluida sin esperanza, como los diluidos reflejos de las estrellas sobre el agua de los pantanos. Buscaba ya no en la ciénaga de vasto sufrimiento sino en el interior de ella misma, en el último lugar donde todavía brillaría el aura de la vida antes de apagarse. Y recordando los puntos de luz que se reflejaban en el agua pantanosa de la ciénaga. Decidió ahogarse en el interior del pantano para fundirse a la compañía de su reflejo. Semejante a la imagen que proyectaba ella de sí misma desde su interior.
Mientras se ahogaba la ninfa en el interior del pantano, su cuerpo cayó sobre las profundas raíces del árbol blanco que se erigía por encima del agua de la ciénaga. Y del interior de las raíces del árbol surgió un fauno que brillaba como la ninfa, pero su luz, en vez de clara y nítida, se encendía a su alrededor con la misma luz argéntea de las hojas del árbol blanco.
Rescató a la ninfa de ahogarse en el pantano, pero cuando la llevó a la superficie de la ciénaga, la ninfa continuaba muriéndose. Su dorada aura se oprimía confinada en el oscuro dolor que envolvía la niebla de la ciénaga. El fauno, tras observar su radiante belleza, sintió germinar la vida en su corazón, una vida más profunda e intensa que la noche que atormentaba su ser, siempre reducido a habitar su luz plateada en el interior de los bosques y de la existencia. Se enamoró perdidamente de la ninfa comprendiendo que su luz era la misma verdad que había cantado tantos años con su música y poesía. Contempló como algunas flores y plantas brotaban del interior de su aura y como se agarraba su esencia a las raíces de la tierra. De los ojos del fauno cayeron dos gotas, frías como la noche, pero amorosas como su brillo lunar. Lloró porque había comprendido el significado de su vida tras comprender el sentido que guiaba a la ninfa. Por ello tomó la firme decisión de salvarla a cualquier precio, incluso aunque el precio mismo significase su propio sacrificio. El fauno no sería capaz de vivir fuera del interior del árbol blanco, pero tampoco podía la ninfa. Ella que había sufrido desterrada de las raíces de la tierra y que hundida en su soledad, se había entregado a la ilusión de una argéntea esencia que la acompañara. Ahora, aquella argéntea esencia, encarnada en el fauno, la hundía de nuevo en el interior del pantano y la entregaba al interior del blanco árbol, para que su soleada vida trascendiera sobre la ciénaga. Para que, de las hondas raíces del árbol, la esencia de la ninfa embelleciera todos los campos y el oscuro cielo consiguiese el mismo azul que los ojos de la ninfa, tan soñados por el fauno. El fauno, sobrecogido ante tanta belleza, se abandonó a su mortecina luz, para morir él en lugar de la ninfa. Y así, como brillo de la luna eclipsado por el brillo del sol, el alma, con su muerte, salvaría a la vida…

II
Cuando el fauno murió su esencia se unió a los cielos transformándose en la luna. El árbol blanco suministró toda la fuerza de la ninfa, llenando los campos de vida, hasta que el tronco del árbol convirtió el blanco de su corteza en una palidez reseca. Entonces, la esencia de la ninfa se unió a los cielos transformándose en el sol que alumbraría todas las noches, con la luz de la vida, el alma en la luna. De los bellos campos surgieron los seres vivos y entre ellos, nació una especie que, gracias a que había nacido del milagroso árbol, había conservado la esencia del alma y de la vida. El destino de los humanos se vislumbraba bajo la luz y la presencia de los astros…

El joven descansaba en la oscuridad de la habitación somnolienta. Sus párpados estaban cerrados y su cuerpo, tendido sobre la cama, reposaba en el pausado silencio de su cuarto. La persiana de la ventana, herméticamente cerrada, ocluía la total oscuridad infranqueable. Mientras, su móvil se encendía tras marcar el reloj las nueve en punto. Habría despertado el sonido de la alarma a todos los que habitaban la casa de no ser porque, el joven, se había dejado el móvil en silencio. Únicamente el espeso silencio acompañaba al denso sueño. Pero la insignificante luz de la pantalla bastó para despertar al joven de su cómodo letargo. Apartó las sábanas con la relajada calma de quien ha dormido lo suficiente y tras ponerse de pie levantó la oscuridad de sus persianas para abrir paso a la clara luminosidad del día. Algo en el brillo de la calle llamó la atención del joven que admiró el paisaje con extrañeza. Estiró con satisfacción sus músculos, para activar su cuerpo por completo, y recorrió con firmeza inconsciente el pasillo que conducía a la cocina. Allí se preparó su desayuno habitual y removió el café, caliente y humeante en el interior de la taza, mientras sus pensamientos se distraían en la extrañeza de aquel insólito brillo que sombreaba, con un oscuro tono anaranjado, la atmósfera de la calle.
El tranquilo y relajante silencio, sobre el que se desvanecía el humo del café y reposaban los serenos pensamientos del joven, se vio interrumpido por el alboroto que su familia armaba al despertarse y la increíble potencia con la que su padre abría siempre la puerta del cuarto donde dormía. Aquel joven madrugador, a quien le gustaba acostarse temprano y levantarse el primero para administrar su energía siempre al máximo, saludó a su pequeña hermana de cinco años, también madrugadora, que apareció en el umbral de la cocina después de despertarse y venir corriendo. La hermana sonrió y abrazó a su hermano para desearle suerte por el día tan duro que le esperaba. Al instante entraron sus padres en la cocina.
-Hola ¿qué tal? –Saludó el joven a sus padres que le devolvieron el cordial saludo- ¿habéis visto el extraño día que hace hoy? –Preguntó el joven a sus padres que se sorprendieron por la pregunta- es el brillo de afuera ¿No lo habéis notado? parece como si…
-No te preocupes por el brillo de la calle hijo –Le interrumpió su padre- es más, debería estar viéndote centrado, hoy tienes la selectividad ¿Cómo es posible que nunca, ni siquiera hoy, hoy que es el gran día, tampoco te vea angustiado? En serio hijo si supieras lo nervioso que estaba yo en aquel entonces cuando me presenté a la selectividad… y lo apurado que iba… -Todos se rieron, incluido la niña, contenta siempre de haber nacido en una feliz familia.
-Lo llevo bien papá, en serio, no es problema –el padre le miraba sonriendo y asombrado- de verdad, ya sabes que los exámenes nunca han sido un problema difícil –El joven devolvió la sonrisa a su padre y reafirmó- Lo llevo bien.
-Bien seguro que es decir poco –habló orgullosa la madre que le besó a su hijo en la frente- Y deberías, después de todo el tiempo que te he visto encerrado en tu habitación, ¿Habrás aprovechado el tiempo verdad? –Hablaba la madre mientras se distrajo un segundo a apreciar el paisaje de la ventana.
-Claro mamá –Afirmó con risueña seguridad y confianza en sí mismo.
-Pues ahora que me fijo Marcos, Santiago va a tener razón acerca de que el día está bastante raro ¿Qué hora es? ¿Nos hemos levantado demasiado pronto?
-Imposible, ¿tú crees que esta criaturita que tenemos aquí, mi pequeña –habló el padre dirigiéndose a su hija- se iba a levantar más pronto que la hora?, imposible, con lo que la gusta dormir. De todas formas déjame que vea un momento querida.
La familia contempló el paisaje de la ventana y fueron incapaces de evitar sobrecogerse. Sus rostros se ensombrecían junto con la inquietante neblina que adormecía la figura de los árboles y edificios. Sus ánimos se iban minando lentamente, a medida que más fijaban su atención en la tenue oscuridad que sombreaba la calle. Mientras que el oscuro tono anaranjado se difuminaba en el espesor del aire, transmitiendo un profundo y agobiante sopor, Santiago sintió, por primera vez en mucho tiempo, verdadera ansiedad. La misma ansiedad que precedió a la tristeza del trágico día que se evocaba en su memoria y que tanto se esforzaba por no recordar. Únicamente no parecía afectarle a la niña aquel artificial brillo sombreado. Incapaz de apreciar el paisaje de la ventana debido a su baja estatura. Sin embargo, desde la baja posición en la que se encontraba, apreció un importante detalle en el cielo que se visualizaba desde la ventana.
-¡Mirar! –Gritó la niña- ¡un eclipse!
-Es verdad –Afirmó Santiago que apartó la mirada de la vista del eclipse, pues los rayos de su anillo le cegaban casi con totalidad.
-Hija, cariño, no mires –Apartó la madre a su hija, de la vista del eclipse, cogiéndola en brazos.
Algo muy extraño pensó el padre que sentía, igual que su esposa, la misma desagradable sensación que su hijo. Viniéndole a la memoria el mismo día amargo que recordaba Santiago. Además de otros días que su hijo no había vivido y que se habían incrustado en la memoria del padre y de la madre como una profunda cicatriz incurable, que convertía los días más felices en los más aciagos.
Mientras el brillo cegaba la claridad del paisaje lentamente, el mismo brillo que había impedido que pudieran fijarse en la evidencia del eclipse, distrayéndoles en oscuros pensamientos, la activa vida de las personas, que caminaban bajo la lúgubre sombra del paisaje, se sumía en un hondo vacío, tan profundo como la oscuridad de aquel ígneo anillo celeste, que parecía convertir sus vidas en una existencia insoportable.
La imagen de la ciudad y su entorno parecía perder intensidad, debilitándose y decayendo muy levemente, como decaía el espeso brillo sobre lo inerte de los objetos. Arrebatando a sus habitantes la fuerza de su vitalidad. El verde de las hojas perdía parte de su frescura. La humedad de la hierba desprendía el insano aroma de la ceniza. Los pájaros se agrupaban silenciosos bajo la taciturna protección de los árboles. Y el oxígeno del aire, aunque respirable, se concentraba hasta cargar cada denso instante de respiración. La vida parecía ahogarse en la incierta oscuridad que se comprimía dentro del anillo del eclipse.
Santiago, apesadumbrado, se despidió de su familia tras haber preparado todo el material que necesitaba para el examen. Salió de su casa con la sensación de que, aunque retenía en su privilegiada memoria todo el conocimiento que había estudiado, el día no sería tan perfecto como había imaginado. Su imperfección se asomaba en cualquier parte donde fijaba la atención. Salió de su portal y rápidamente se encontró con el cadáver de un pobre gato negro que devoraban los cuervos. Como un negro presagio carcomido por una maldición todavía muchísimo peor. El día se tornaba sumamente aterrador a medida que avanzaba el tiempo y la impactante silueta del eclipse reinaba, con su dorada corona de fuego, el agobiante vacío del cielo.
Caminó directo a la parada del autobús con el ánimo sobrecogido. Ya no pensaba en el ansia por llegar al examen y completarlo con un perfecto aprobado. Ni en las ganas de divertirse con sus amigos al terminar absolutamente relajado. Las sombras del eclipse se reflejaban en el asfalto como anillos que hipnotizaban deprimidos sentimientos. En la esquina de la parada del autobús el perro de un vagabundo ladraba a su amo moribundo. Las personas acudían al trabajo con el rostro severo y nublado de tristeza. La figura del eclipse emergía sobre los ciudadanos con la profundidad de una hechizante y oscura estrella. El trágico recuerdo que se asomó a la memoria de Santiago, cuando contempló por vez primera el eclipse, todavía acaparaba  los pensamientos de su cabeza. Llegó a la parada y se cobijó dentro con la intención de resguardarse de aquella oscura maldición, mientras esperaba melancólico la llegada del autobús. Allí se encontró con un amigo. Sin embargo se saludaron únicamente con la mirada. Ambos se sentían deprimidos como aquel día el resto del mundo. Solo unas amigables miradas, una leve sonrisa recíproca y un reflexivo silencio que los hundió durante todo el trayecto hacia el examen.
Aquella inesperada ola de tristeza había alcanzado a todo el mundo. A lo largo de la mañana siguió incrementándose hasta el punto en que se había cancelado el examen. Las empresas frenaron su producción y todas sus gestiones. En el parlamento gobernaba una fría neutralidad que hundía a los políticos en la indiferencia. Los parques se vaciaron como una prolongada pausa en una sinfonía musical. Las calles quedaron desiertas, una vez se habían refugiado todos en sus hogares, protegidos de la inerte esencia del eclipse.
Santiago había comprendido lo que significaba aquel gato devorado por los cuervos. Justo al tumbarse, cansado y abatido, cuando había regresado al refugio de su cómoda familia. Había relacionado, quizás por una intuitiva inteligencia y una despierta imaginación, aquel gato muerto y los cuervos con el mismo augurio que la tenebrosa sombra del eclipse. Había recordado completamente el trágico recuerdo, que desde el comienzo le asomaba a la memoria, y había interpretado el extraño suceso. Una maldición soñolienta que carcomía la vida, obligándoles a soñar con la tenebrosa presencia de la muerte, en un mundo falto de verdadera vitalidad y total carencia de sentido.
El radiante anillo del eclipse permanecía brillando sobre los cielos.
La viva imagen de la muerte se había presentado ante la vida como una fuerza cósmica de la naturaleza. Su oscuridad y brillo resaltaban con intensidad en el cielo como la única certeza de la realidad. Tan clara su oscuridad y tan visible su radiante círculo de temida perfección. Su luz se enmarcaba como un límite donde se situaba la vida y brillaba con monótona intensidad, entre la angustiosa oscuridad que cegaba la luz y la oscura ausencia de la nada. Y lo que más aterrorizaba, a aquellos quienes al contemplar el hallazgo celestial experimentaban la misma revelación, era la angustia que se confundía entre ambas oscuridades. Una oscuridad que convertía el circular brillo de luz en un débil hilo de insignificante vida.
La sombreada cortina que cubría la luz cerraba su telón cayendo suavemente, mientras la luna se distanciaba del sol retornando la natural claridad del día. Sin embargo, el alma de las personas permaneció deprimida, enturbiada su pureza por el recuerdo de la neblina que había ensuciado el destello del sol. La oscura suciedad, que se había mezclado con la limpia nitidez de la luz, había bañado de nostalgia las calles y praderas que atesoraban el interior de las personas. La melancolía se cernía sobre los pensamientos que, como oscuras nubes, ocultaban el luminoso y azul cielo de la felicidad. En el exterior los rayos de sol despejaban la amplitud del cielo y su azul armonizaba con las naranjas fachadas de los edificios de ladrillo. Pero los seres vivos se habían sobrecogido al miedo y al dolor de la supervivencia. La tristeza maquillaba sensiblemente el paisaje y sus conciencias se fueron aletargando hasta decaer en una hipnótica somnolencia.
El recuerdo del eclipse les había sumido en un profundo trauma que cargaba con su espesor la existencia. La luz se había bañado en sombra y la sombra había esparcido su espesor sobre la luz. Al igual que la felicidad se mezclaba con la tristeza y la nostalgia llenaba la atmósfera del sentimiento.

III
La ciencia nada pudo resolver en sus meticulosas investigaciones que relacionaban el extraño suceso con el eclipse. Ninguna información se extraía de lo que en apariencia se identificaba con un suceso nada anómalo. Las predicciones no fallaron en el momento en que se vislumbraría el eclipse y sus condiciones se cumplieron. Sin embargo, nadie se explicaba el terrible mal que desolaba el alma de las personas y que obstaculizaba la investigación. La única resolución apuntaba a una sugestión colectiva. Pero nadie se explicaba cómo, ya que improbable era que todas las personas, incluido el resto de seres vivos, sintiesen en su estado interno la misma agonía que les oprimía en el fondo de sus corazones. El recuerdo de la fantasmagórica imagen del eclipse perduraba en sus conciencias como un tormento que estropeaba la felicidad de sus vidas. Aunque la intensidad de aquel fenómeno se redujo un poco cuando los astros, la tierra y la luna, continuaron el trayecto de sus órbitas desalineándose del sol. ¿Entonces quizás se debía a la gravedad? ¿A la enigmática fuerza entre dos cuerpos celestes? Absurdo. Aunque era cierto que la gravedad pesaba sobre el alma de los humanos. Sin mencionar el resto de animales. Y ¿a qué se debía el extraño aroma a ceniza que desprendía la vegetación? El aroma no se reducía a las plantas, sino que también el agua desprendía el olor de la ceniza y la humedad que flotaba en el aire favorecía aquel desconcertante olor. Aunque sí se consiguió asociar el olor de las plantas por su efecto vinculado al rocío de la mañana. El agua hasta entonces inodora había sorprendido con su vapor insólito al olfato. Pero imposible asociar tan alejados fenómenos los unos con los otros. ¿Entonces, pudiera ser, que el olor de la ceniza y el eclipse y el mal de los seres vivos no fueran más que circunstancias fortuitas que se habían encontrado en el mismo plazo de tiempo? Tal lógica no parecía imposible. Y bien podría haber sido que fuera el olor de la ceniza la que extenuara las emociones de los seres vivos y el eclipse solamente el factor que causara la sugestión, o viceversa según el estado de cada individuo. Pero ninguna de ambas posibilidades era posible. Ninguna impureza extraña se encontró en el agua. No hubo ninguna explicación para que el agua oliera y también supiera a ceniza.
El problema permaneció en suspenso, hasta que se fueron repitiendo los ciclos de eclipses en todas las regiones de la tierra. La experiencia había triunfado una vez más sobre la pasada ciencia pareciendo demostrar que sí que podía existir una relación entre los extraños sucesos. Y los eclipses lucían en el cielo periódicamente como los desencadenantes. Continuamente abatiendo el alma de los seres vivos, cada vez con mayor pesar, y concentrando con mayor intensidad el aroma a ceniza en el agua. Por tanto la cuestión del problema se convirtió en superstición y la superstición enajenó a las asociaciones de sectas e instituciones religiosas.
“Comprender el extraño fenómeno del eclipse empujaba a desentrañar el misterioso secreto de la existencia” Comenzaron a razonar las personas, tras los continuos pensamientos sobre la muerte y la vida que inducía la luz del eclipse, y aquel lema, aquel misterio inexplicable para la ciencia, se convirtió en el mayor incentivo para mistificar las asociaciones religiosas.
La desgracia se intensificó con cada nuevo eclipse hasta el grado que aumentaron los suicidios, la vida de las personas se autodestruía marginándose al abandono y la soledad. Todas las glorias que monumentalizaban la historia del ser humano quedaron reducidas a ruinas, al amparo de una sombra de inquietud que desolaba la humanidad y la empujaba al abismo de la muerte. La fértil tierra cayó en tinieblas y el manto de la noche se cernía sobre océanos, desiertos, bosques y montañas como un siniestro estremecimiento.
Poco a poco y lentamente, mientras el dolor de existir hería el placer de vivir, la tierra se fue convirtiendo en un lugar sombrío. Recóndito a la luz de la belleza pero profundo en el interior del oscuro corazón de la esencia.
La vida de la vegetación se retraía a la sombra de sus bosques, la vida de los animales se deprimía ajena al instinto y la humanidad cayó rendida para arrodillarse bajo la impactante imagen de un trono, cuyo anillo coronaba la luz en sombra de la incertidumbre.

jueves, 26 de abril de 2018

Tristeza

La derrota me ha consumido
y por dentro solo queda la ruina
de la gloria que jamás ha existido.
Derrota de una existencia sin vida,
tristeza de erosionada piedra,
soledad y memoria del olvido.

La noche se funde a la tiniebla,
esencia el corazón de la miseria.
La obsesión asesina el destino
y la tragedia asfalta el camino.

La ansiedad anega el viento,
el océano traga cada secreto.
La esperanza se tornó ilusión,
la nada es ese océano que siento.
No hay en la atmósfera dolor
pero se respira remordimiento.

Fugaz es la emoción
y su eco demasiado lento.

Escribir mutila los sonidos
y el sentimiento se quiebra.
Solo la música el dolor enhebra
con versos de líricos hilos.

No sé para que escribir
aunque escribir me obligue a estar vivo.
No encuentro una razón para vivir
porque existo amarrado al vacío.

Navego en un barco melancólico
sobre un inmenso triste mar,
sobre lágrimas que naufragar
sollozando un viento nórdico.

Aúllo a un alma inexistente
que se hunde en lo agónico.
Aúllo… esclavo de este presente.

lunes, 2 de abril de 2018

El único sentimiento

Asco. Cada vez que me reflejo.
Asco. Cuando vivo en este atolladero.
Asco. La vida se suicida en el crimen.
Asco. No hay justicia que nos justifique.
Asco. No veo verdad en el arte.
Asco. Vendí mi alma para vender hambre.
Asco. Me ahogo en un río de hipocresía.
Asco. De tanta poesía sin filosofía.
Asco. De estética sin política estructura.
Asco. De existir con la conciencia vacía.
Asco. La realidad es una hoguera de basura.
Asco. La nada es la meta más pura.
Asco. El único sentimiento no es dolor.
Asco. El desamor mató a la inocencia.
Asco. En vez de matarla el verdadero horror.
Asco. La libertad es esclava en la existencia.
Asco. La igualdad no la miden con la razón.
Asco. La droga es el único ideal.
Asco. La soga es un cotidiano final.
Asco. No veo sentido en nuestros actos.
Asco. Veo que ninguno nos importamos.
Asco. La miseria sostiene nuestra felicidad.
Asco. La riqueza ilumina nuestra estafa.
Asco. El odio germina en la soledad.
Asco. Asesinando la vida del mañana.
Asco. Todo es vacuo  y superficial.
Asco. Se está pudriendo el principio de lo real.
Asco. Hay un charco de vómito en la plaza.
Asco. Hay sufrimiento y terror en Gaza.
Asco. Por los tiranos que votamos.
Asco. Por el individualismo que idolatramos.
Asco. Por el orgullo de una historia que distingue raza.
Asco. Por la farsa en la que nos escudamos.
Asco. Porque no veo que nos atrevamos a cambiar nada.

martes, 20 de marzo de 2018

Noches en el centro de Madrid hace tres años...

He escrito un breve tiempo
y has aparecido en mi recuerdo.
Nuestras conversaciones…
Nuestras discusiones…
y siempre tu saber del que aún hoy aprendo.

He escrito con el corazón quieto,
con la mente en tu libro que leo
y que no deja de sorprenderme.
Aquel regalo que siempre me da ánimo,
aquella esperanza que me desprende
y me invita a soñar ser honesto.

La pureza de tu amistad
es de lo más sagrado que pierdo.
La tristeza de mi soledad,
te recuerdo y entiendo que la merezco.

No te pido que me perdones.

Solo confío poderte agradecer
aquel tiempo que me enseñó a perder.

El dolor no es placentero.

Todo se debe a mi timidez
y no a un enamoramiento.

Pero…

No se como expresarte desde dentro
que de todos los daños por perder
tu constante mirada apartada siempre siento…

No se como recuperar mi vez
y sorprenderte sin el recuerdo.
Solo escribirte que mi error fue
y que no consigo escapar de mi reflejo.

No quise arroparte con mi desánimo.
No quise ser el pringado de detrás
ni escribirte este mal poema.
Solo busco entender mi soledad,
responder a mi suspense ácido
y entrever entre ambos el problema.

Solo sé que hace tiempo que no me lees
que mi error fue y al no verlo fallé.
Pero sin estar enamorado aprecio
y solo pido conocer el secreto detrás del silencio
que cada vez que te veo distingo y pierdo…

sábado, 17 de marzo de 2018

Te amo

Se que no es suficiente
pues nunca lograré consagrar
el merecimiento de tu altar.
Se que no hay verso valiente
que valga siquiera tu mitad.
Solo le rezo al verbo de tu amar
sollozando un beso inherente
en el recuerdo de tu inmortalidad.
Escribo la poesía de tus ojos,
secretos y enigmáticos tesoros,
con la sangre de tu verdad.
Busco naufragar en tus lágrimas,
reposar en la isla de tu alma
y sentir la belleza de tus pestañas.
Sentir el sentimiento de tu mirada
y ser el agua que refleje hemorragia,
el fluir de tus caricias y dulces palabras.
Te quiero más que la eternidad
pese a la soledad que me distancia
al contemplar tu inmenso mar.
Por ello busco romper las olas
y navegar más allá de la distancia.
Ser el viento que te acaricia a solas
y abrazarme a ti en la tempestad.
Te amo como la música,
te necesito en la existencia.
Eres poesía que genera ciencia
mi razón más real y única,
el saber que solo entiende el poeta.
Pero que obra el milagro
en el corazón de todo humano.
Eres mi ángel, mi verdad y esencia,
eres junto con tus sueños, perfecta.

jueves, 15 de marzo de 2018

Continuación del poema narrativo "Alegoría"

https://diurnosecreto.blogspot.com.es/p/alegoria.html

IV
En la cueva reinaba la musa
coronada de flagrante destello
y arropada de virtud profusa
su voz brillaba sobre el silencio.
Su voz era luz y su haz incendio.
Y cual rayo que al ser alumbra
incidió su luz en la cerradura
encendiendo el alma oscura.
Por el entender tan extraño
que súbito contempló el poeta.
Pues no existe verdad y daño
que resista la lógica certera
que tan elegante, sutil y bella
reside en el verso de antaño.
Tan elegante como un poema,
tan sutil como fino hilo dorado
y tan bella como sol soñado.
Pues su inesperada bella luna
había con feliz nostalgia curado
la ceguera de claridad nocturna.
Y gracias a su dolor de alambre,
al dolor que rasgaba su herida,
cual oxidada llave que cierra
la mortal cerradura de la vida,
abrió la cerradura de su celda
con la llave que su dolor hería.
El oxidado hierro de la verja
chirrió al abrirse sonando su eco
en la profundidad de la caverna.
Chirrió como gemido o lamento
que trocaría el alma más impoluta,
en grietas de hondo sentimiento,
al alma de valor y virtud disoluta.
Al instante se abrió el silencio,
el primer paso, el mayor miedo,
el mayor miedo sembró el valor,
el valor fue la cura del dolor.
Pese a la negra oscuridad absoluta
que deprimía la nostalgia de la luna.
Habló, esta vez la mortecina musa
imitando la poesía de más alta cuna.
Moran, en esta existencia extinta,
las almas que traumadas murieron
bajo el gélido mármol que sufrieron
de una tortura a su psique víctimas.
Moran... como tú antaño en la piedra
sin la esperanza de quien la luz alberga.
¡Solitarias almas que sin alma anhelan…!
Caminó el, entonces, doliente poeta
por el abrupto sendero que circunda
el hondo y húmedo foso de la caverna.
Para huir del pozo que su vacío inunda
guiado por tenue luz en medrosa senda.
Abandonando la inerte celda subterránea
que le abandonó a la noche más etérea,
que durante el largo transcurso de una era
su existencia había tornado momentánea,
estático en estatua de dolorida piedra
cargando, su conciencia, su pena.
Hasta que por fin alcanzó la cima
de la profunda caverna sin vida.
Escalando la senda en cada huella.
Escribiendo un camino de hiedra.

domingo, 11 de marzo de 2018

El tupido bosque del alma

No siento arder la palabra
en el profundo bosque del alma.
No siento el sol traspasar las ramas
ni el frío de la oscuridad,
solo el abrigo del aire y la nada.
Aire que llena de oxígeno la humedad
estancada en el barro de mi libertad.
No siento el sendero ni la esperanza,
tan solo el miedo que me atenaza
y echa raíces en la profunda tierra.
¡Cadenas de mi conciencia en guerra!
que rinden mi felicidad esclava.
Busco liberarme de mi ignorancia
siendo el sabio que recoja la savia
y nutra las hojas de mi nostalgia
hasta el otoño en que coloreen el alba.
Ese radiante cielo naranja
que no alcanza a respirar mi ánima.
Tan solo sueño con soñar
el sueño que me hará despertar mañana,
fuera del frondoso bosque
sin que me corte o rasgue
el enmarañado y afilado ramaje.
Tan solo espero poder podar
cada sentimiento que me enmaraña.
Pero cada vez más frondoso me araña
el tupido bosque sin alma.
Cada vez más me desgarra la soledad.
Y ser feliz y estar vivo
es regar con sangre el sacrificio.
Sangre de un rojo más intenso
que el cielo de la mañana.

jueves, 1 de marzo de 2018

Estoy roto

Estoy roto en el exterior
y hueco dentro de mi cuerpo.
Estoy roto en mi mirada,
roto en el sentimiento del amor,
estoy roto en el alma.
Perdido en las ruinas
derruidas de mi conciencia
estoy roto en la ausencia,
en la grieta que me quiebra
por sangrar dentro y no fuera.
Estoy roto en el tiempo,
roto, en el latir de ser vida,
en el ritmo de mi ánimo quieto.
Estoy roto en la fisura,
en la distancia que nos separa,
en la cruz de mi duda,
en el dolor de no sentir nada.
Estoy roto, roto en el verbo,
roto en el reflejo,
roto en mí y en tu recuerdo.
Estoy roto y soy el centro
de mi desequilibrio.
Roto en la madurez,
anciano en la juventud,
amatista de mi delirio
y cicatriz sin lágrima,
sin destello ni brillo.
Roto, estoy roto en mi lápida,
estoy roto en el instinto…
Soy veneno en cada palabra,
estoy roto entre la penumbra
y solo estoy roto… roto…
y solo mi rota conciencia me sutura.

domingo, 18 de febrero de 2018

Existencia

El frescor del agua
que sacia mis sentidos.
Su transparencia clara
su curso y sentido.
Su música y placer
su vital destello de sed.

Ser viento en la soledad
y llama en la tristeza.
Ser corazón que arda en el cielo,
ser fulgor que centellea
y ser, solo ser esencia en el fuego.

El cielo de eternidad,
el tupido bosque del destino,
los senderos de mi ideal perdido
y la piedra, el acantilado y tempestad
de mi yo en ruinas destruido.

Existencia amarga y dulce
que aflora en el fluir
hacia el pozo que no fluye.
Hacia lo hondo que todo lo pudre
empeñado en no sufrir.
Existir esforzándose por vivir.
Sin flor…en sucio aroma me hunde.

Quiero ser vida y también muerte en la nada.
Luz, fuego, piedra, agua, bosque y alma.
Beber vida…
y morir sin esperanza.

jueves, 18 de enero de 2018

La Nada

Acongojado en el interior del llanto
anudo cada lágrima que asfixia mi alma.
El pesar del tiempo se desvanece en canto
y tan solo queda el nudo de la nada.
Recuerdo del misterio sin ala
enterrado bajo la lápida de espanto.
Estatua pálida de haz pasada
que resuena en el silencio sacro.
Estatua de verdad mutilada,
estatua de petrificado engaño.
Marca sin cruz pero con daño
la huella que profunda hirió
como un eterno silencioso pálpito.
De la huella la madurez erosionó
aquello que la muerte tornó prosaico.
El intelecto ordenó la lírica de antaño
y la pasión, del cáliz derramó el milagro.
Mas resuena, aún, el pálpito en mi latido,
la voz que mella el eco de mi corazón
y bombea terror gótico y ácido.
La misma nada que me ata al sentido,
el mismo dolor de olvido y vacío.

viernes, 5 de enero de 2018

La tierra se mustia con cada huella.

La tierra se mustia con cada huella…

Seguramente esté siendo un completo gilipollas por desperdiciar un pedazo de título como el arriba escrito para esta simpleza de texto. Y sí, lo admito, me ha impresionado el título e idiota de mí me lo tengo creído. Ahora mismo podría estar hablando del absurdo sentido o pongámonos como filósofos y genios literatos: “Del sentido absurdo” de nuestra vida. Yo que sé, podría compaginarlo con las devastadoras glorias de la historia de la humanidad o de la inherente vinculación de su esencia con la muerte. Pero la verdad, lo cierto, exacto e irrefutable, es que sería más de lo mismo. Otra inútil huella capaz solo de mustiar la tierra.
Escrito queda, para que encontréis mayores significados al título y así se convierta este absurdo autor o autor absurdo en la víctima de su trágica comedia. En, sencillamente, ridículo y simple objeto de profunda burla.
Sin embargo mi intención era vanagloriarme con un minúsculo manifiesto para entusiasmar y llamar al mundo a que cada cual compusiera su obra maestra, a que el arte dejara su propia huella. Pero la tierra se mustia hermanos y se ha mustiado tanto que ya no se distingue siquiera una huella. Solo descubro la sólida aridez de un suelo, no de cemento o arena, sino de aridez de huella…
El arte no perdura y no concibo que exista para perdurar. De no ser así el arte sería monstruoso, una pesadilla en nuestra conciencia y torturada alma solitaria. Aunque quizás se explicaría de esta manera por qué hay tanta tendencia a la superficial imagen del genio atormentado. Y sin embargo es muy probable que hayan existido obras de arte que aunque geniales hayan terminado olvidadas. Si el arte fuese inmortal nuestra alma sería esclava y si no fuese inmortal nuestra alma sería vana. Lo cierto es que no nos dio tiempo a descubrir si Dorian Gray se mantenía trágica y eternamente joven o tan solo trágico y mortalmente joven. Hay no obstante una persona que conozco, y con sinceridad un verdadero genio, que si leyese esto me acribillaría con mis propias falacias. “Dorian Gray se ha mantenido trágica, mortal y eternamente joven” pero no logro evitar pensar que el libro como el retrato, termina envejeciendo en nuestra conciencia y que debiera ser nuestra conciencia y no el cuadro la que nunca envejezca. Si debo entregarme a un, llamémoslo como se quiera desde mi vulgar vocabulario, ideal. Esa idea no reside en el arte pues como bien sabemos muchos “No existe lo que se dice un libro moral o inmoral, los libros están bien escritos o mal escritos eso es todo” y lo que determina que un libro está bien (pincelado) es nuestra conciencia.
Pero qué importa, entonces, crear una obra maestra o la peor obra de la historia (como este texto). Qué importa si al final el cuadro se deteriora en la vida real esté bien o mal escrito. Si al final nuestra conciencia muere y el cuadro termina por no reflejar la verdad de nuestra alma. O quizás sí la refleja y no es sólo que no haya alma sino que a nadie le importa, tal como cada vez más me demuestra esta sociedad. El arte es artificial, el arte es imitación de belleza y aunque también belleza es artificial… Belleza artificial… como el alma.
Y quisiera, en serio quisiera que el arte tuviese un mayor sentido para mí, pues me he emocionado, reído, llorado , amado y odiado hasta soñar solo arte. Hasta comprender que aunque físico y material no escapa su valor más allá de nuestra conciencia…. De manera que debe expresarse para conducirse entre nuestras conciencias, el arte debe contar la realidad ya sea alegórico o mimético, debe ser la expresión de nuestra vida y que como nuestra vida triunfe o pierda con ella. Es su gloria tan elevada como el culmen de nuestra vida y tan estéril como nuestro esfuerzo por dar a luz una inmortal existencia.
Y la tierra se mustia con cada huella… pero la tierra siempre termina mustiándose de alguna manera… de modo que sea cada huella cada conciencia, que la tierra, al final árida, sea entonces aridez de huella.