Es irónico que escriba estas palabras tristes
y enfermas. Ahora que la fiebre quema mis pensamientos y mi corazón arde con el
calor de llamas azules. La melancolía ha sido siempre la cuna de mis
sentimientos y también de las mejores cicatrices, de las más tiernas caricias…
Todavía recuerdo el día y el lugar exacto en
que sucedió. Recuerdo todo de aquel instante menos el rostro. Tan solo el
rostro se oculta borroso, mientras que su mirada permanece latente en mi
memoria. ¿Alguna vez, cansados tus ojos de llorar
al horizonte, has pedido auxilio sumido en la súplica de tu silenciosa mirada,
mientras mirabas fijamente otros ojos? ¿Y has visto en aquellos ojos la misma
tristeza que en los tuyos? Sentir que tu tristeza la comparte un extraño con
quien acabas de cruzarte en la calle, que solo con mirarle y devolverte él la
mirada, le has transmitido los secretos que te alejan de la tan anisada
felicidad. Mientras este desconocido humano no entendía, solo se entristecía y
se apenaba al verte…
La noche cegaba más que la intensa luz del día. La
tristeza lloraba encharcando las aceras de la ciudad. La luna proyectaba su
débil destello y un alma trajeada con sombrero y corbata deambulaba de regreso
a su hogar. Una persona anónima que fácil se confunde entre la sociedad. Una
persona más, una persona y nada más que una persona caminaba aquella noche, en
aquellas horas, bajo aquella torrencial lluvia, bajo aquella oscuridad. Una
persona sola penetró en la niebla de aquel parque creyendo atajar. Paseó sobre
un suelo inundado donde cascadas de agua le resbalaban al caminar hasta que
calló al fondo empapado de soledad. Sin embargo aquello no le importó, bastante
le calaba ya el húmedo viento, la fría realidad. Sostenía su sombrero,
sucediera lo que sucediese siempre sostendría su sombrero. Era un personaje
peculiar tan similar a un inocente “dandi” era el perfecto caballero. Tan
inocente y tan solo, que lloraba a la vez que temblaba perdido en aquel
arbolado parque. No pudo evitarlo, era un inocente caballero y por tanto sacó
su pañuelo perfectamente doblado. Lo desdobló con gentil mesura mientras le
temblaban las manos. Hasta que empapado el pañuelo, en vano trató de secar los
húmedos cristales de sus gafas. Pero era un perfecto caballero, tan inocente
que entre desesperadas lágrimas esbozaba una triste sonrisa que le delataba y
al tiempo sin misericordia le humillaba. Volvió a colocarse las gafas empañadas
y caminó adelante sin pausa. De pronto, le pareció distinguir una figura que se
avecinaba ante sus pasos. Una figura borrosa, empañada por la humedad de sus
gafas. El aliento le tiritaba y distraído tropezó con una rama del suelo
salpicando un inmenso charco perdiendo
y cayéndose sus gafas. Nuestro “dandi” gimió de absoluta impotencia y
rabia. Alzó la mirada y contempló horrorizado aquella figura que ante él se
presentaba. Contempló un ser sombrío, una sombra distorsionada y empañada de
dolor, un diabólico espectro de intensos ojos rojos fulminantes, que quemaban
los ojos de nuestro “dandi”. En la cabeza de nuestro perfecto y temeroso
caballero sonó la música de un espectral órgano. Mientras que en la mente de
aquel ser de ojos centelleantes, en lo más profundo de sus sentimientos,
vibraban en armonía melancólicas notas de piano. La gélida lluvia acompañaba el
compás de la trágica sinfonía, hasta que las venas de nuestro protagonista
supuraron cristalinas lágrimas que asfixiaron el interior de su alma…
Aquel día cuando nuestros
ojos se cruzaron y experimentaste mi dolor. Cuando cada uno siguió su rumbo y
dejó al otro atrás. Volvimos nuestras miradas, espalda con espalda, como dos
caras de una misma verdad que se dividió en el tiempo. Yo aprendí una verdad
que en el futuro finalmente florecería, entendí qué significaba el milagro de
la compasión. Tú, en cambio, aprendiste que en la realidad existe el dolor y que
las buenas personas, como quizás tú, pagan un precio por serlo. Por ello
gracias, y perdona por mirarte…