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IV
En la cueva
reinaba la musa
coronada de
flagrante destello
y arropada
de virtud profusa
su voz brillaba
sobre el silencio.
Su voz era
luz y su haz incendio.
Y cual rayo
que al ser alumbra
incidió su
luz en la cerradura
encendiendo
el alma oscura.
Por el
entender tan extraño
que súbito
contempló el poeta.
Pues no
existe verdad y daño
que resista
la lógica certera
que tan
elegante, sutil y bella
reside en
el verso de antaño.
Tan
elegante como un poema,
tan sutil
como fino hilo dorado
y tan bella
como sol soñado.
Pues su
inesperada bella luna
había con
feliz nostalgia curado
la ceguera
de claridad nocturna.
Y gracias a
su dolor de alambre,
al dolor
que rasgaba su herida,
cual
oxidada llave que cierra
la mortal
cerradura de la vida,
abrió la
cerradura de su celda
con la
llave que su dolor hería.
El oxidado
hierro de la verja
chirrió al
abrirse sonando su eco
en la
profundidad de la caverna.
Chirrió
como gemido o lamento
que
trocaría el alma más impoluta,
en grietas
de hondo sentimiento,
al alma de
valor y virtud disoluta.
Al instante
se abrió el silencio,
el primer
paso, el mayor miedo,
el mayor
miedo sembró el valor,
el valor
fue la cura del dolor.
Pese a la
negra oscuridad absoluta
que
deprimía la nostalgia de la luna.
Habló, esta
vez la mortecina musa
imitando la poesía de más alta cuna.
Moran, en esta existencia extinta,
las almas que traumadas murieron
bajo el gélido mármol que sufrieron
de una tortura a su psique víctimas.
Moran... como tú antaño en la piedra
sin la esperanza de quien la luz alberga.
¡Solitarias almas que sin alma
anhelan…!
Caminó el,
entonces, doliente poeta
por el
abrupto sendero que circunda
el hondo y
húmedo foso de la caverna.
Para huir
del pozo que su vacío inunda
guiado por
tenue luz en medrosa senda.
Abandonando
la inerte celda subterránea
que le
abandonó a la noche más etérea,
que durante
el largo transcurso de una era
su
existencia había tornado momentánea,
estático en
estatua de dolorida piedra
cargando,
su conciencia, su pena.
Hasta que
por fin alcanzó la cima
de la
profunda caverna sin vida.
Escalando
la senda en cada huella.
Escribiendo
un camino de hiedra.