de cada espina envenenada clavada en mi cuerpo,
de cada afilado silbido que corta mi pensamiento.
No creo que vivir me libre del miedo a la muerte,
de la ansiedad de no existir lo suficiente,
de soñar sin atesorar objetivos y solo lograr fracasos.
No creo que reír me cure de mi tristeza,
de los llantos que se asoman a mis ojos
cada vez que pienso en tu belleza,
de lo abrupta que ha sido nuestra ausencia.
No creo que rezar solucione la distancia,
resuelva cada intrincado problema,
llene de felicidad al mísero y al rico en la miseria.
No creo que despierte junto a tu mirada,
la misma que me abandona a la nada,
los mismos ojos y la misma sonrisa que me hipnotizan.
El inmenso brillo que expresa tu alma.
No creo que la poesía sea inspiración,
que la verdad silente de voz al mudo,
que respirar tu aliento deshaga mi nudo,
que sea en cada beso más que una ilusión.
No creo en el corazón,
sino en el latido que bombea la herida.
Porque no creo que sea real mi vida
y, aun así, sé que solo desfalleceré
cuando despierte algún día.
No creo,
porque solo creo en esos ojos que ya no me miran.