Nocturno Secreto

martes, 27 de abril de 2021

Melancolía

Desanimado y confundido, 
como ebrio y melancólico, 
siento el mareo y la pena 
que me hunden en el delirio. 

Locura de no ser mi sino, 
sino solo ser charco estancado, 
camino brumoso y opaco, 
soledad crucificada sin martirio. 

Desgarrado está mi pecho, 
corazón roto que bombea nocturno 
el insomnio que bebe silencio oscuro. 

La ciudad, intensa, brilla con el destello 
de luces que son artificio y murmullo 
del dolor maquillado por el consumo. 

El vacío del estrellado cielo 
se traga todo don diurno. 

¡No hay felicidad con estrella! 
¡No hay realidad que sea bella! 

El amor se quebró en el crepúsculo.

sábado, 17 de abril de 2021

Muerto en el interior

Muerto en el interior, 
como un cadáver en un pozo, 
como un gusano dentro de mi corazón. 
Cavo hundiéndome hondo, 
cavo para enterrarme solo, 
mi oscuridad ciega cada rincón. 

Veo un vacío en cada cristal, 
un frágil destello que quiebra, 
veo mi rostro demacrado de soledad, 
mientras escucho cantos de sirena 
ahogándome en el fondo del mar. 
No hay hogar, no existe hospital, 
Llegó pronto el inerte metal de mi condena, 
Llego tarde, no hay solución que disuelva tristeza. 

Quise ser feliz amarrado a tus piernas, 
pero solo desgasto ilusión, esposado a las tinieblas. 
Quise ser feliz y nunca lo consigo, 
Quise, solo quise morir contigo, nunca solo y deprimido. 

Ahora el camino es un sucio destino 
donde perderme ya no sorprende, 
donde morir pone fin al abismo. 
Toco el fondo, me desprendo de mi mismo, 
me aferro a todo, pero nada me prende. 

No hay fuego, solo hielo y un infinito negro cielo. 
No hay fuego, solo hielo y un estropeado trágico espejo.

domingo, 11 de abril de 2021

Tercera parte y final de "El carro de Helios"

Primera parte: Nocturno Secreto: El carro de Helios

Segunda parte: Nocturno Secreto: Segunda parte de "El carro de Helios"


- Zeus, te habla Atenea. Ulises ha restaurado el carro de Helios, ha domado a los caballos, amarrándolos al carro. Es verdad, ha sido necesario que primero cayera al inframundo, destruyéndose así el carro de Helios, para que, reparándolo después, pudiera ganarse el afecto de los corceles. Como consecuencia se ha convertido en dueño, al igual que Helios, del carro centelleante como el sol. Ha dominado a unos caballos que solamente los dioses eran capaces de apaciguar. El cuidado que les ha ofrecido, el tiempo que ambos han convivido en las tinieblas del inframundo, les ha unido con lazos de amistad. Hemos visto como los fieles corceles: Flegonte, Aetón, Pirois y Éoo defendían a Ulises de las tres cabezas de Cerbero. Con sus cabellos flameantes han sido antorchas, para guiar al joven Ulises en el reino de las sombras. Él los ha serenado, cantándoles canciones acerca de las maravillas del cosmos, las cuales, presenció la primera vez que condujo el carro de Helios. Es cierto, la primera vez cometió falta, pero ha enmendado su error, erigiéndose virtuoso al conducir el carro hasta aquí, el olimpo. Helios debería sentirse orgulloso de la inteligencia de sus corceles; pues han comprendido que, sin el gran Ulises, no habrían conseguido escapar de la baldía tierra del inframundo. Lo mismo de orgullosa estoy yo de Ulises, pues ha cumplido mi profecía, que conseguiría controlar el carro de Helios, y no solo eso, sino que lo ha devuelto al refulgente hogar de los dioses. Sin ninguna duda, también se cumplirán las demás hazañas que el futuro le promete.

Solamente pide un favor, que los dioses le permitamos conocer la verdad acerca de la belleza.

- Estoy impresionado con ese joven, Atenea. Pero mucho me temo que me decisión, respecto a si ese formidable joven puede conocer la belleza, va ser negarle tal conocimiento.

- Pero Zeus, debo contravenir vuestro mandato. Es cierto que sois el padre de todos los dioses y que merecéis obediencia; en vos reside el gobierno de este cosmos. No obstante, debéis saber, que son igual de poderosas las razones por las cuales yo creo en este joven. Su ambición se ha corregido, su prudencia ha madurado y su valentía siempre ha sido certera. Es fecundo en ingenio y noble en temperamento. Ya sabéis vos que traerá la armonía a Ítaca con un excelente gobierno. Controlando el carro de Helios ha conseguido lo que ningún mortal ha logrado jamás. Ni siquiera Aquiles, a pesar de su sorprendente agilidad y gran destreza en el combate, llegaría tan lejos como aquel de quién yo os hablo. Tampoco Hércules, pese a sus doce forzosos trabajos, sería capaz de igualarse a este joven en inteligencia. Y sabéis como yo que también arduos trabajos le esperan a Ulises.

- Todo eso que decís es posible que sea cierto, Atenea. Pero dime una cosa ¿por qué habría de recompensar a ese joven con un don que a todo mortal le está vedado? Este joven, Ulises, aunque haya conseguido mayor hazaña que cualquier mortal, incluso sin ser un semidios, no me parece que sea más noble que otros mortales. Conozco los esfuerzos a los que le van a enfrentar los hados, y en todos esos esfuerzos, siempre va a anteponer su interés a los demás. Realizará grandes proezas únicamente siendo fiel a su deseo de volver al hogar, no hará como Hércules, que realizará trabajos por el bien de los demás. Es cierto, llevará a Ítaca a la armonía, pero ¿es que acaso no debe todo rey traer felicidad a su pueblo y gobernar con justicia? Yo diría que un gobierno justo y feliz es lo mínimo, a cambio de todas las comodidades que el pueblo le ofrece y le permite ¿Por qué recompensarle por haber controlado el carro de Helios, cuando, si lo ha logrado, solo ha sido porque primeramente ha errado en su cometido? Le observo y es arrogante, habla con prepotencia, no parece haber corregido ese defecto en su cuidado por corregir su ambición. No, Atenea, me temo que Ulises no será recompensado, tal vez haya ganado vuestra confianza, pero yo soy el padre de todos los dioses y debe ser mayor el mérito para que yo le premie. Ahora discúlpame porque debo hablar con los Hados.

- Zeus se ha marchado. Reconozco que hay verdad en lo que dice, pero yo creo en ese mortal y pienso ayudarle a mi modo. No debe olvidar Zeus que, si bien él es padre de todos los dioses y es el rayo y el cielo su gobierno, el mío es la inteligencia y la astucia, es por ello que admiro a ese joven, porque, de entre todos los mortales que son príncipes, él es quién más busca ejercitar su intelecto. Hablaré con él, ya que espera en la entrada del Olimpo una respuesta.

Ulises ¿Es profundo tu deseo de comprender el misterio de la belleza, o, por el contrario, es solo caprichoso y pasajero, fruto de un remordimiento de tus errores, y, cuando te sea concedido destapar tal secreto, olvidarás lo aprendido únicamente para servir a tu beneficio? Dime ¿Por qué anhelas comprender tal misterio? existen miles de mortales que también lo persiguen, y, sin embargo, no son recompensados, sino que mueren en penosos esfuerzos a pesar de que su honradez era pura.

-Atenea, es cierto que son el pesar de mis remordimientos, el sufrimiento y la angustia que me ha sobrecogido, las razones por las que persigo esclarecer el misterio de la belleza. La herida que me ha causado es grave y profunda, no comprendo cómo puede, algo tan puro como la belleza, ser capaz de habitar en este vacío que siento. Efectivamente, no es posible que habite en tan negra morada; la propia oscuridad de mi pecho ha corrompido lo que antes era precioso. Lo que no deja de sorprenderme es que ha sido la misma belleza la que me ha destruido. Por ello busco entender su misterio; albergo la esperanza de que, comprendiéndola, sea capaz de atesorarla, llegando a existir una posibilidad de curación en mi alma. Pero no es vanidad o capricho lo que me empuja, sino un deseo de hacerme mejor persona. La verdad del misterio que descubra en este lugar pienso transmitirla y hacer ejemplo de ella. Creo que solo así conseguiré tornar en realidad, el esplendoroso futuro de Ítaca. Aunque dentro de mi corazón pienso que es un vano cuento de hadas ese futuro. Por ello necesito conocer el misterio, para reanimarme y poder llevar a cabo mi destino.

- Entonces esmérate en comprender el misterio de la belleza. Me has convencido y yo creo en ti; de modo que te pienso ayudar a alcanzar tu objetivo. Escúcha lo que vamos a hacer. De entre todos los dioses, solo Apolo y Afrodita son poseedores del misterio de la belleza. Sin embargo, Afrodita siente una especial devoción hacia Paris, príncipe de Troya, y si descubriera que tú, Ulises, enemigo de la ciudad de Ilión, persigues su secreto, jamás te permitiría alcanzarlo y se volvería contra ti. Por ello debes conseguir embaucar a Apolo para que te confíe su misterio. Pensarás que él también es tu enemigo, ya que es defensor de Troya, pero, joven mortal, ignoras cuan persuasiva resulta la atracción de un alma gemela. Si actúas con ingenio lo entenderás.

Lo primero que voy a hacer es cambiar tu apariencia por la de el dios Helios. Después, distraeré al verdadero Helios acostándome con él, mientras tú encuentras la manera de cautivar a Apolo, para que te revele su conocimiento. Buena suerte Ulises, tu camino está marcado por los Hados.

- Ya me veo reflejado con la forma de Helios. Gracias por tu ayuda Atenea y adiós. Ahora a buscar a Apolo. Ah, ahí se encuentra. Espero que no sea arduo mi cometido, pero a cualquier obstáculo me pienso enfrentar, ya que es poderosa la necesidad que me guía.

Apolo, dios de la razón y la belleza, qué alegría encontrarte aquí en el Olimpo. Lo cierto es que te andaba buscando. Dime ¿no consideras ridículas estas viejas querellas entre mortales; qué si somos Apolo y Helios un mismo dios o distintos dioses; qué si no es justo que Apolo sea identificado con Helios, ya que tú encarnas el fulgor invisible, la luz de la razón, en lugar de la del sol, arrebatándote así todo domino de la physis y recluyéndote a un reino puramente ideal; mientras que, a mí, Helios, se me imposibilita ser poseedor de la luz de la verdad, con la que alumbrar cada día a los mortales? Es injusto que a ambos se nos confiera un mismo poder, pero dividido en diferentes dones; que, por culpa de esa diferencia, nuestra memoria quede distorsionada en las diferentes epopeyas con las que nos confunden y nos recuerdan los humanos ¿No crees, fiel amigo?

- Tienes razón, Helios, cien veces he detestado como, a capricho de la voluntad de mortales, edifican templos con la errónea creencia de que somos idénticos, cuando debía ser, por todos conocidos, que mi divinidad es diferente a la tuya.

- Pero dime, amigo ¿no detestas, también, que, a capricho de mortales, nos nieguen a ambos una parte de la luz que el destino de los númenes nos ofrece, a ti lo inteligible y a mí lo terrenal, en vez de compartir, con idéntica fuerza, los mismos poderes?

- Tienes mucha razón, más glorioso sería para nuestra unión y más poderoso ejército para defender el Olimpo formaríamos si, como tú dices, ambos compartiéramos nuestros dones.

- Pues te propongo un pacto que afianzaría nuestra alianza, hermano. Permíteme que conduzcamos juntos el carro de Helios, yo te mostraría mi secreto para templar a los corceles y, a cambio, tú me desvelas un misterio que escondes y que me es muy preciado conocer. Yo te honraría, obsequiándote para tu libertad, el conducir el carro cuantas veces te plazca. Pensarás, ¿pero qué favor puede ofrecerme ser dueño del sol? Yo te responderé, ser testigo de todas las maravillas del cosmos, así gobernarías, no solo en intelecto, sino, también, en materia más sólida. Imagina que progreso para tu ciencia y tus artes.

- Me atrae la idea, Helios, pero, solo si verdaderamente me place, te desvelaré algunos de mis secretos. Así mismo, ea, contemplemos las maravillas del cosmos.

- Y bien Apolo, ya has visto cuan inmenso es el universo y como abriga el sol la vida de los seres de la tierra. Pero, antes de contarte mi secreto y pedirte que me reveles tú el tuyo, se me ocurre ofrecerte un galimatías que sé que a ti te divertirá.

- Estoy ansioso por escuchar.

- ¿No es cierto que los dioses poseemos el don de transformar nuestra apariencia y la de otros?

- Sí, es verdad, pero dime ¿a dónde quieres llegar?

- ¿Cómo puedes estar tan convencido, entonces, de que yo soy Helios, no podría ser que algún enemigo tuyo, tal vez Aquiles, o el mismo Ulises, te engañara para burlarse del gran dios Apolo?

- Tienes razón, pero te engañas en un detalle. Solamente Helios es capaz de conducir este carro y veo que te manejas con destreza. Así que es claro que tú eres Helios, sin duda no me engaño.

- Cuan profundo es vuestro pensamiento. Pero dime ¿cómo puedo estar yo seguro de que vos sois el divino Apolo? Antes de desvelaros mi secreto me gustaría cerciorarme.

- ¿Te basta esta muestra de mi música? solo el dios de las artes sería capaz de tocar la lira con tanta maestría y belleza.

- Tenéis razón, sois Apolo entonces.

- Ya veis que no hay galimatías que se me resista, Helios. Ahora contadme ¿Cuál es el misterio que poseéis para dominar a los corceles y no descarriar el carro?

- Antes decidme, cómo puedo estar seguro de que me contaréis vuestro secreto. Pudiera ser que os aprovecharais de mi confianza y después de contaros yo mi secreto me negarais el vuestro.

- Helios, si no os cuento mi secreto u os miento, os doy mi permiso para que destruyáis todos los templos dedicados en mi honor y, así, mi deidad desapareciese por completo del proyecto de los dioses. Dicho esto, no os queda más remedio que confiar.

- Tenéis razón, pero antes de contaros el secreto de Helios, me temo que debo contaros yo el mío.

- ¿Cómo decís?

- Me temo que no soy Helios, sino Ulises, hijo de Laertes, fue Atenea quién me hizo tomar la apariencia de Helios y lo hizo para ayudarme. Solo bajo la apariencia de Helios habríais aceptado contarme vuestro secreto, pero, engañar al dios de la razón y la belleza, habría supuesto un fuerte castigo para mi conciencia. Aún estamos en el carro de Helios y todavía podría coaccionaros, amenazándoos con estrellar el carro en las profundidades abismales del cosmos, si no me revelarais el misterio de la belleza. Pero no sería capaz ya que, sois una deidad que admiro tanto como a Atenea. De modo que os devuelvo al Olimpo.

- Esperad, joven. ¿Sois el príncipe Ulises, aquel que descubrirá el modo de franquear los inexpugnables muros de Troya y que traerá paz y prosperidad a Ítaca?

- Eso dicen las profecías de los Oráculos, pero yo ya no creo en tales designios.

- Y ¿por qué no? Sin duda sois un joven ingenioso y valiente. Decidme ¿cómo habéis conseguido dominar a los corceles? ¿Por qué aquél que ha logrado lo que ningún mortal, aquél que se ha ganado la confianza de una diosa, aquel que es capaz de engañar a un dios y al mismo tiempo ser honrado contándole la verdad, por qué ese hombre merecedor del honor no iba a alcanzar tales logros?

- Porque ya no creo en la belleza de la vida. Antes era feliz, creía que estaba destinado a grandes hazañas, pero me doy cuenta que esas hazañas solo se gestaron en mi fantasía. He confiado ciegamente en un sueño que, creía, me mostraba la belleza. Esa belleza me hirió y pensaba que sería capaz de fortalecerme para defenderla, de luchar por un ideal de amor que supuestamente me había transformado. Pero me engañé. La herida que me hizo es muy profunda. Ahora todo me pesa o es ajeno a mi felicidad. No creo en mí mismo para poder salir de mi propio inframundo. Pienso que no ha merecido la pena haberme arriesgado en poseer la belleza. Estoy rendido. No me ayudan las artes, ni la naturaleza y la fraternidad de los humanos me es distante. Todo a mí alrededor posee la forma de lo trágico. Todo es insuficiente para curarme. Pues la belleza me ha repelido y no la encuentro en ninguna otra parte.

- Entiendo tu pesar. Aunque me temo que no puedo desvelarte el misterio de la belleza, ya que no existe mortal a quién se le conceda tal privilegio, puesto que la belleza en sí es intangible y únicamente los dioses podemos percibirla con los sentidos.

- Esa era mi última esperanza y la he desperdiciado.

- Nunca se desperdicia la esperanza cuando se es joven, Ulises.

- Sí se desperdicia. Sobre todo, cuando no encuentro nada en este mundo que me ayude a levantarme. Todo lo que es precioso se asemeja a una vulgar imitación de lo que amo y he perdido. Nada destella con la suficiente fuerza para maravillarme. No sufro de depresión, pero estoy malherido. Existo resignado por una derrota que me tumba en la tristeza de un frío océano. Ya no hay felicidad auténtica, solo instantes de alegría y largos momentos de infelicidad. No quiero morir, pero siento que solo tras la muerte encontraré una paz verdadera. La que me ofrece la vida es insuficiente, plagada de intranquilidad e insatisfacción. Lo dicho, no me queda esperanza, o si me queda, es un vano intento por luchar contra lo inevitable.

- No voy a mentirte. No existen palabras de alivio cuando uno se siente tan afligido. El pesar que sientes es profundo y por ello más profundo debe de ser tu esfuerzo por salvarte. Pero no cometas el error de creer que no existe escapatoria a tu tristeza. La vida, si por algo se mide, es por su inconmensurabilidad. No puede ser medida, ni tampoco acotada, no es posible preconcebir toda una vida anticipándose uno a la experiencia que va a vivir.

- El problema es que, en toda esa inmensa inconmensurabilidad, yo no encuentro hueco para la belleza; porque la auténtica, la que merezco que me hiera para hacerme más afín a ella, ya me ha abandonado. Es posible que la vida cambie, que conozca nuevas maneras de enfrentarme al mundo y de como vivir; pero en ese camino, siento que caminaré solo, porque he perdido la capacidad de amar. No quiero creer que seré rey, ni siquiera un rey justo. No soporto pensar que seré esposo y padre, porque esa vida es solo una fantasía. Siento que caigo en la locura, por no encontrarme en este sendero repleto de piedras. Una vez, no hace mucho tiempo, pensé que sería capaz de imitar tu gloria, Apolo. Pensé, que sería capaz de encarnar tu inteligencia y habilidad para aprender a vivir. Al final, lo que ha quedado de realidad, es mi interminable caída hacia la derrota. No veo al alba que salude, con su luminosa sonrisa, al futuro.

- Eso es porque aún vives en el instante más oscuro. Tu corazón habita entre tinieblas. Una vez te contó Atenea que Homero perdió la visión cuando contempló la belleza; que después de ese infortunio, buscó en la poesía recuperar la sensación que había perdido. Tú, ahora mismo, estás ciego, envuelto en oscuridad. Lo más que te puedo decir es que no afrontes con temor esa oscuridad. Tampoco que la abraces, sino que te permitas perderte en su opaco vacío. Para que cuando, algún día, por fin brille el alba en el cielo y te maquille con su fulgor, sienta tu alma recuperar toda la sensación de belleza que habías perdido. Es un camino difícil y también doloroso. Pero es el mejor camino que prepara a los héroes y reyes para enfrentar el mal de este mundo. La belleza no es una, indivisible e inmutable, Ulises. Sino que es plural, como todas las maravillas de la vida. Puede que ello implique que no haya dos seres idénticos, paro también quiere decir que no existe una única felicidad para una misma vida. Lo que se ha perdido se puede recuperar en otro lugar. Lo que debes tener siempre cerca de ti, lo que sí debes abrazar, es a ese afán tuyo por encontrar la belleza, aferrándote al tiempo. Tu sufrimiento puede encontrar un sentido y ese sentido encontrar un destino.

No es esto el misterio de la belleza, pero sí podría ser un camino que podéis recorrer vosotros, los mortales, esperanzados por hacer honor, con vuestros actos, a la verdad.

- Creo que entiendo lo que me dices. Gracias, muchas gracias Apolo. Puede que no me sienta mejor dentro de mi ser, pero si se ha abierto hueco para una nueva belleza en mi vida. Es pequeña y también muy difusa, como la luz que se difumina en el cielo del amanecer, pero es esperanza.

Solo una cosa más. ¿Por qué no me has castigado por haberos engañado? ¿Por qué ayudarme, si, también somos enemigos en la futura guerra de Troya? 

- Porque hay algo en tu personalidad, algo que reluce en todas tus aventuras y en todos los logros que Atenea narra, que me recuerda a la clase de hombre que admiran los dioses más sabios. Te he conocido y lo he entendido, no me extraña que seas el favorito de Atenea. Adiós Ulises, espero que continúes haciendo siempre de tu intelecto, tu virtud.

domingo, 4 de abril de 2021

Segunda parte de "El carro de Helios"

(Primera parte de "El carro de Helios") :  Nocturno Secreto: El carro de Helios

-He caído al abismo del Hades. Me prometí a mí mismo que dejaría libre a los caballos cuando condujese el carro de Helios, pero, en su lugar, he intentado dominarlos. He faltado a la promesa de felicidad que me ofrecía el destino. Ahora entiendo que nadie, ningún ser humano está preparado para conducir el carro. Cuando me he visto en la cima, contemplando el cosmos, el miedo a perder tan maravillosa visión me ha empujado a maniobrar las riendas. Pero ha sido inútil, he perdido el control de mi destino y he sido castigado a caer al fondo del inframundo. Del destello de aquella felicidad, que vislumbré en mi sueño, solo queda la ilusión. La imperfección dolorosa que ha dado respuesta estéril a la duda de si merecía la pena. El carro de Helios se ha destruido, los caballos han huido perdiéndose en las yermas llanuras nubladas por la bruma del inframundo.

- ¿Tan pronto te rindes? ¿Después de que los dioses te confirieran el don de salvar a Ítaca y de poseer la belleza?

- No me conferisteis ningún don. Ahora lo entiendo, fui lo suficientemente estúpido como para creérmelo, pero la realidad es que solo soy un humano que necesita de la ayuda de los dioses para dar luz a mi ingenio. Nada, ningún mérito de mis obras ha recaído en mí. Acosé al tiempo anticipándome al destino; me vestí con los ropajes de Dionisos para tan solo caer en el ridículo de mi propia embriaguez. Ítaca solo ha sido una ilusión de mi enfermiza mente. Mi futuro con esa mujer, Penélope, es una sombra que me repele con su oscuridad. He confundido tragedia con comedia y ahora, muchísimo antes de lo que cuentan las profecías, solo me queda vestirme con las prendas de la pobreza, para regresar derrotado a mi hogar.

- El camino que ofrecemos los dioses nunca es sencillo.

- No, es cierto, es escarpado, cansado, agobiante, incierto, pone a prueba todo el potencial del intelecto amarrándonos a las cavernas de las que nacemos. Pero yo ya no creo en mí mismo, al igual que tampoco creo en mi futuro en Ítaca o en el amor recíproco de la mujer que amo. La verdad es que todo se asemeja a una vana y vulgar apariencia. Pidiendo libertad y gloria me he cegado con la luz de Apolo. Me han engañado los rayos de Zeus creyendo vislumbrar a Apolo en sus destellos. Ahora existo atrapado en la tormenta de los cielos.

- Los Dioses todavía confiamos en ti, Ulises, se te ofreció conducir el carro de Helios porque sabíamos que tú descubrirías el secreto para poder conducirlo. Has pecado de imprudente y ambicioso, pero eres consciente de tu mal y vencer esos dos males es erigirte como un sabio en la victoria.

- O podría sucumbir a esos males. La imprudencia y la ambición son los dos vicios de la tiranía. No, si debo vencer esos males será huyendo para evitarlos, porque en mi corazón no queda espacio para la fortaleza, se ha quebrado después de que perdiera el control del carro de Helios. El cáliz de la ilusión se ha hecho añicos. El destino puede que exista, pero no deseo que sea el delirio quien funde mi camino.

- Si de verdad pensaras que es un delirio no estarías aquí, hablando con los dioses. Veo en tus ojos una esperanza.

- Esa esperanza solo es el sentimiento de mi inconsciencia, la naturaleza irrevocable de mi corazón. Soy humano y no puedo renegar de esa naturaleza. Pero no tiene sentido que yo sea el elegido por los dioses. No tiene sentido que mi futuro esté destinado al lado de ella. Tal y como yo lo veo, no es derrota o rendición, sino la victoria que me coronaría con el equilibrio de mi mente. Debe de ser otro Ulises aquel a quien buscáis. Yo solo soy un joven con delirios de grandeza, solitario y apático.

-  ¿Y piensas rendir batalla contra el destino?

- Pienso recuperar mi cordura. Si realmente fuese mi destino, entonces no tengo de qué preocuparme. Pero no soporto seguir viviendo esperando un mañana que nunca alcanzo. Restauraré el carro de Helios, domaré a los caballos que han escapado, pero no pienso volar más alto que el propio suelo. Ya veo aquí, en el inframundo, la cantidad de almas que sufren por pretenderse grandiosos. Repararé el daño, pero demasiado tarde para reparar mi propio daño. Vosotros, los dioses, poseéis y prometéis la belleza porque nada puede heriros, sois inmortales, pero los mortales pagamos caro nuestros errores. La belleza nos hiere y esa herida, a veces es demasiado honda, tanto como para no querer poseer la belleza de nuevo.