sábado, 25 de marzo de 2023
Una carta sincera
jueves, 23 de marzo de 2023
Un poema de añoranza
domingo, 19 de marzo de 2023
Quiero creer en el destino incógnito e indomable
martes, 14 de marzo de 2023
Mi reino por un corazón
Yo,
que siento, sufro, escribo y luego canto,
vosotros pedirle a Dios que no os
cuente la verdad.
(Crema – al límite)
Yo no sé si ésta es una historia que
merece la pena o si por el contrario es mala. Muchos que lean esta historia no
estarán de acuerdo con su trasfondo. Otros, extraños en su condición,
extraviados en el camino de la naturaleza, tal vez comprendan su filosofía,
aunque nada evitará que se rían de la ingenuidad de las palabras que contiene.
Hay una verdad que aliena, pero al mismo tiempo nos vuelve felices en el
pecado. Este cuento es un pequeño fragmento de esa misteriosa contradicción.
“Padre, me he enamorado.” Habló el niño
de siete años una noche en la que los sentimientos no le permitían dormir. Su
padre, de ojos inocentes y moreno de cabello, sonrió al escuchar a su hijo.
“Padre, ella es la chica más guapa que he conocido. Su sonrisa, su pelo, sus
ojos, su voz dulce cuando me habla. Creo que acabo de comprender qué es lo que
sentís tú y madre cada vez que os besáis con la mirada.”
El padre oía maravillado cómo su hijo
confesaba lo que llenaba su corazón. La madre reía emocionada de que hubieran
despertado tales emociones en su preciado cachorro, tal y como llamaba a su
hijo. Ambos padres se sentían orgullosos de que la vida hubiera sonreído con la
fortuna a su familia y que su hijo, cada día un poco más, siguiera el curso de
hacerse mayor.
“Pero hijo ¿no crees que eres demasiado
joven para desear a alguien?”
“Cachorrito mío, si el amor es engañoso.
Primero se muestra radiante y esplendoroso, pero luego es ácido y amargo cuando
no se siente correspondido.”
“Lo sé, padres. Me aterra mucho pensar
que no vaya a poder amarla. Pero la miro y no es suficiente, deseo que me
quiera como yo a e ella. Cuando la pienso me derrito imaginando que al mismo
tiempo me piensa a mí. Lo que dice mi amigo Cayo es mentira. El amor no es un
tirano. Porque es ahora cuando me siento libre.”
“Ya sabes, Marco, que en toda la ciudad
de Polis las personas piensan que no hay mayor tiranía que la de estar
enamorado. Pronto el mundo ya no es bastante y solo es hermoso si se comparte.”
“Pero papá, eso es porque hay un fuerte
individualismo. Quién ama de esa manera es alguien que no soporta entregarse a
la persona amada. Si deseo compartir el mundo con ella es porque sé que mi solo
yo no podría llenar la vida. Menos ahora que la he conocido.”
“Claro cachorro. Me alegra que te
esfuerces por recordar las lecciones que te enseñamos. Mas déjame que te diga
que la tiranía y el amor son similares y no por ello el amor es menos hermoso.
Sino que esconde un poder que no es mesurable y que es comparable a la ambición
de un gobernante.”
“¿Significa eso que papá va a contarme
otra historia?” Habló con ojos abiertos por el interés.
Lucio y Diana se complacieron felices
porque sabían cuánto le gustaba a Marco escuchar las historias que cada noche
Lucio le contaba.
“¿Deseas entonces que te cuente una
historia, pequeñajo?” Dijo Lucio a su hijo mientras le hacía cosquillas y él se
divertía.
“Sí pero que sea de amor, deseo aprender
sobre ese tema. No quiero otro cuento de dioses.”
Diana cogió de la mano a Lucio y él se
aventuró a narrar el cuento.
Marco, esta historia es una que llevo
mucho tiempo deseando contarte. Pues hay una verdad en ella que apela al fuego que
enciende nuestros corazones. Es un cuento que posee un resquicio de verdad y del
que me siento muy feliz cada vez que pienso en tu madre. ¿Te has enamorado? Yo
te deseo esta extraña felicidad que se oculta en los corazones de ella y de mí.
Hay personas que nos han juzgado porque piensan que nuestro amor es corrupto.
No obstante, te prometo que es tan bello como el más angelical. Es lo que
sucede cuando dos almas gemelas encuentran una conexión a sus misteriosos
deseos. Todo sucedió mucho antes de que tú nacieras. Cuando tu madre y yo no
nos habíamos casado y un terrible tirano gobernaba el imperio. Polis estaba
sometida a Cesar Aulo y un destello de tragedia brillaba en sus ambiciosos
ojos.
Pero comenzaré el relato cuando Aulo
todavía era un niño y yo un muchacho que se divertía leyendo a Homero y a
Virgilio. Ovidio había sido la fundición de mis fantasías en mi alma. Aunque
jamás sentí curiosidad por aprender de Cicerón ni de otros filósofos. Mi
sabiduría estaba escrita en la poesía y nunca en mi mente. Era parco en
palabras y torpe en mis discursos. Aun así, gozaba del talento para entretener
al público con mi oratoria. Pues, aunque no dominaba la fluidez sí hablaba por
mí la razón de ser de lo que comunicaba.
“Pero Padre, si tu sabiduría no estaba
escrita en tu mente ¿Cómo podías conocer la razón de ser de lo que expresabas?”
Por lo que Diana rio y yo una vez más no escapaba de mi asombro.
“Porque mi discurso se limitaba a la
poesía que había aprendido. Conocía la esencia de la retórica, los efectos que imprimían
en nosotros las pasiones y repetía lo que leía. No obstante, por algún extraño
instante de lucidez, mientras hablaba concentrado en lo que decía, me inspiraba
alguna musa la verdad de mi tema. Al final lo olvidaba.”
“Es oscuro, pero creo que entiendo lo
que dices. También yo alguna vez me he sorprendido a mí mismo hablando con
palabras de algún extraño Daimon.”
“Así fue como escribí mi primer libro,
aunque nadie lo valoró. No era una historia completamente orgánica y todavía
debía pulir mi estilo.”
“No te desvíes del tema, deseo escuchar
la historia.” Habló Marco impaciente por divertirse con el relato.
Como te decía yo era un joven loco de
sueños y con ilusiones aún por perder. Si era así de sonámbulo, no fue solo
porque mi mente no creciese al mismo ritmo que la de los demás. Fue también
porque mi padre murió antes de que yo naciera, mi madre falleció el día de mi
nacimiento y partiendo de aquellas dos tragedias un oráculo vaticinó que yo
quemaría la ciudad de Polis. Por ello fui marginado, temido y odiado. De suerte
que tan solo el consuelo de la literatura obraba paz y esperanza a mi alma. Me
pusieron como nombre Lucio. En señal de una extraña religión que deslumbraría
al mundo y del ángel de aquel dogma que lo haría arder.
Solo un filósofo que no creía en el
fatalismo, pero si en la importancia del destino de cada uno me acogió en su
academia. Se llamaba Publio, imagino que porque los dioses le concedieron el
amor incondicional a su pueblo. Debo decir que él nunca me trató como un hijo,
ni yo puedo decir que fuese un padre. Porque su mayor deseo era que aprendiera
a afrontar la crudeza de la realidad y a fortalecerme a pesar de mi vacío. Se
preocupaba por que sus alumnos fuesen nobles ciudadanos. De modo que sí fue un
gran maestro. Aunque su aparente indiferencia fue difícil de aceptar. Yo
deseaba ser quién destacase y él me recriminaba atisbando en mí los defectos de
un tirano. En ocasiones sí me observaba con el temor de que fuese a incendiar
la ciudad. Pero por lo general para él no era diferente de los demás alumnos;
pues si dos son similares a un tercero, todos son similares entre sí.
Me enamoré varias veces en mi juventud. Mi
primer amor fue un juego infantil en el que ella y yo descubrimos la ingenuidad
del enamoramiento y también lo que significa la cobardía. Las otras veces el
fuego fue intenso, pero entraba dentro de los límites de la razón. Fue al cumplir
los dieciséis cuando tu madre y yo nos conocimos. Nos entregamos a una pasión
en la que verdaderamente descubrí lo que significaba amar. Nos contemplábamos
como dos reos que desean perder el juicio si son separados. Ella me confesó que
me amaba desde hacía tiempo, nunca creyó en la profecía del oráculo, aun así,
creo que habría incendiado Polis conmigo si hubiese sido necesario. No fue muy
diferente su forma de declararse.
“Pero esa clase de amor es contraria al
amor que deseáis para mí. ¿De verdad eras así madre?”
“No habría quemado Polis, hijo. Lo que
quiere expresar tu padre es que el amor puede conducir a la locura. El amor
debe ser bello, pero no garantiza el mundo que nuestras emociones siempre lo
sean.”
“Entonces es como mi amor por ella. Me
hace sangrar si no la veo, aunque no me imagino corrompiéndome. ¿Qué es
entonces la cordura?”
“Escucha la historia de tu padre,
cachorrito.”
Yo terminé perdiendo el sentido común
porque la familia de Diana deseaba alejarla de mí. Publio no aprobaba nuestro
amor porque me reconocía peligroso. “Confundes los sentimientos con las
palabras.” Me repetían todos. Ella terminó alejándose por una razón que no
conseguía comprender y yo terminé odiando Polis. Me desterré y decidí vagar
buscando mi propio camino. En mi corazón se encontraban las enseñanzas de
Publio, las cuales ayudaban a mitigar el dolor por Diana. Pero no comprendía
por qué el bien debía ser desinteresado, como tampoco que cada individuo
tuviera una razón de ser. Me embarqué en un viaje abandonando a mi maestro,
para poder reconciliarme con sus enseñanzas. Solo un último extraño suceso;
Arco, un compañero de la academia; aquel a quién yo envidiaba y también temía;
pues era el más inteligente de los que conocía, el más sabio y también el más
orgulloso; aquel que siempre me miraba con ojos despectivos, me miró con ojos
de reconocimiento el día que supo que buscaría mi sino en la vida. Extrañamente
fue quién se despidió de mí. Muchas veces he intentado entender si aquella
expresión era ilusión mía o si aprobó el cambio que veía había nacido en mi
interior. Ambos compartíamos una ambición y aunque seguíamos sentidos
diferentes, por una vez me juzgó similar a un hombre honrado. Me alejé de Polis
y de Diana, me acercaba a mi destino y la paciencia guiaba mis pisadas.
Pasaron diez años cuando regresé a Polis,
que para mí fueron una eternidad. La ciudad estaba más marchita y gris. La
pobreza resaltaba en las calles. Su miseria se concentraba en los paupérrimos
sentimientos de sus ciudadanos. Los comercios cerraban y de vez en cuando se
veía el cadáver de un perro tirado en el suelo. Los centinelas que custodiaban
la entrada parecían perdidos, distraídos sus ojos en las fútiles llamas que
crepitaban como una emoción solitaria en medio del frío. Recuerdo a una mujer
rezar en mitad de la calle como añorando un cariño que ahora solo le devoraba
las entrañas. El mundo había sido profundo y esplendoroso lejos de aquella
ciudad, pero allí reinaba con altos estandartes la miseria.
Primero caminé en busca de Publio, pero
cuando llegué a la academia tan solo el vacío de sus enseñanzas meditaba en
aquel silencio. Completamente en ruinas y con la desgracia de oler la ceniza de
cadáveres. Rápido sentí terror. A mis ojos se asomaban minúsculas gotas que tímidas
les dolía abrirse al exterior. Un nudo enfermizo apretaba mi corazón. Caí de
rodillas sin conseguir despertar de la pesadilla que no cesaba de afectarme
desde que había vuelto a Polis. Salí de la academia y me acerqué a un
vagabundo.
“¿Qué es lo que ha sucedido?”
Pero aquel hombre rumiaba un corazón
destrozado y no conseguía entender sus palabras. Las lágrimas me escocían en
mis ojos sin asomarse a la belleza de llorar. Rápido un terror vertiginoso se
apoderó de mi ser. Recordaba el lugar de la casa y corrí esforzándome por huir
de la desesperación que acariciaba mi ansiedad. En aquel hogar una luz más
cálida que cualquier consuelo brillaba desde la ventana. Llamé a la puerta. La
oscuridad de la noche desprendía frío y una pavorosa soledad. Me abrió una
mujer que en el pasado había lucido alegría en su mirada y que ahora vestía la
expresión de una docilidad amarga.
“¿Por qué has vuelto?” Me acusó la madre
de Diana con su pregunta. “¿No ves el cambio? ¿No está lo bastante destruida
esta ciudad? ¿Quieres que también se reduzca a cenizas?”
“¿Dónde está Diana?” Pregunté asustado.
“¿Qué es lo que ha ocurrido?”
Ella me reveló la verdad a cerca de
Aulo. Del rumor de que había asesinado a su familia para poder heredar el
imperio y de sus medidas que oprimían a los ciudadanos. La madre de Diana
estaba alterada, pero sentados los dos me contó cómo la guardia había atacado la
academia tras sus revoluciones en las calles. Se rumoreaba que Aulo estaba gastando
el oro del estado y arrebatándoselo a los comerciantes. Quienes conseguían
verle los ojos atisbaban una sombra de odio en su semblante. Después me confesó
que Diana había sido secuestrada por los soldados y llevada al palacio.
“¿Por qué?”
Diana había liderado las rebeliones
contra Aulo, pero lo que su madre sospechaba era que se trataba de otro motivo.
No había noticias de su muerte, no se encontraba en prisión y mucha gente comentaba
que, antes de que Diana fuese secuestrada, una negra respiración abrumaba a
Aulo cada vez que se cruzaba con ella. Entonces la madre de Diana lloró.
Observé el dolor torturándome con la verdad de mi alrededor y las tímidas
lágrimas resbalaron suaves por mis mejillas. Cerré los ojos mientras una agonía
me apuñalaba el pecho. Con tan solo dos gotas fue la primera vez que de verdad bebí
el amargo sabor de la tristeza.
Aquella noche la madre de Diana me
permitió dormir en el cuarto de su hija. Extraños recuerdos me mortificaron y
mi sueño se tornó áspero. En mitad de la noche desperté y una idea se definió
en mi mente. Miraba la ciudad desde la ventana. Comprendía que el mundo no era
justo, pero despreciaba las razones del sufrimiento que había desolado a
aquellas personas. No conseguí descansar más. A la mañana siguiente me despedí
de la madre de Diana.
“Voy a ir a palacio. Creo que tengo un
plan para traer de vuelta a Diana.”
La madre no quiso escuchar mis palabras
y descorazonada lo único que me pidió fue que abandonara la ciudad. No quería
que también su hogar quedase reducido a cenizas.
Despotismo
“He venido para hablar con Cesar Aulo.”
“Y ¿Quién eres tú para que el emperador
desee perder el tiempo hablando contigo?”
“Soy Lucio, hijo de Aurelio y de Gabriela.”
Detecté el temor en el soldado cuando me reconoció. No se atrevía a hablar,
pero siguió firme en su obligación.
“Nadie puede entrar a molestar al
emperador.” Hablaba tartamudeando. No parecía convencido de sus propias
palabras. “Solo puedo dejarle un mensaje. Si lo desea puede esperar mientras le
informo.” Parecía temerme más a mí que a su propio tirano. Le dejé el mensaje.
El sol brillaba en el cielo, un cielo que auguraba el fuego de un infierno;
solo que yo todavía no lo sabía. Pasados unos momentos se abrieron las puertas.
Entré vigilado por dos guardias. Dentro del palacio el mármol del suelo, las
columnas, todo era de una elegante exquisitez. Mosaicos que representaban
escenas de la mitología adornaban las paredes. El blanco de la serenidad plañía
en cada estancia. Caminé hasta llegar a un pasillo donde se veía una estatua
que representaba al dios de los emperadores. Allí me encontré con Aulo. Él
estaba sentado frente a una mesa y firmaba documentos. Era irónico verle
escribir postrado frente a sus propias leyes. No me inspiraba ningún respeto,
ni tan siquiera el sentimiento de la compasión. Pero su presencia imponía. Ataviado
con sus ropajes de emperador y su corona de laurel semejaba Apolo. Sus labios
finos y delicados, sus pómulos afilados y su expresión afeminada por unos ojos
que penetraban en el corazón dibujaban el rostro de Adonis. Me miró con la
seriedad de un gobernante que estudia la estrategia antes de convencer. Se
levantó y dio unos pasos por la sala. Se movía con la elegancia que había
aprendido de su noble familia, con la exquisitez de un hombre calmado y el
porte de la aristocracia. Retornó su mirada a mí y esbozó una suave sonrisa.
“No sabía si volverías algún día. Te he
echado de menos.” Me hablaba como si hubiéramos sido amigos. Atendía a sus ojos
y estos me respondían con empatía. Su tímida sonrisa me obligaba a desconfiar
mientras que su mirada me invitaba a creer en él.
“He vuelto porque ya no tenía sentido
alejarme de mi hogar. No esperaba que este estuviese destruido.” Hablé acusándole
de las desgracias que había contemplado. Su mirada permanecía impasible. Tan
solo asintió con la cabeza y se desplazó como un león que pasea en la sabana, igual
de tranquilo y poderoso. Se sentía cómodo en su palacio y no mostraba la menor
inseguridad.
“Entonces has vuelto porque ya
encontraste las respuestas de tu querido maestro.”
“He encontrado respuestas, pero no son
las que defendía Publio.”
Aulo sonrió complacido.
“Brillante, al final sí te has decidido
a seguir tu propio camino. Pensaba que siempre serías el perro faldero de la
filosofía.”
“No he venido a discutir sobre lo que he
aprendido.”
“Oh, has venido a rescatar a Diana
imagino.” Durante un instante sus ojos se quebraron en una mirada que dirigió a
un lado de la estancia. No mostraban felicidad sino un odio que se esforzaba
por reprimir. No sabía explicar a qué estaba dirigido ese sentimiento, aunque
comprendía esa obsesión que le abstraía. Recuperó la compostura y siguió
hablando. “Resulta que no voy a permitir que Diana sea liberada.” Cerró los
ojos en un intento de contener su rabia.
“Sé que no la liberarás. No has cambiado
Aulo. Sigue torturándote la profecía que me acompaña. Por eso me has permitido
entrar ¿no es así?”
“¿Cómo no iba a envidiar a aquél que
temen hasta mis propios súbditos? Polis siempre ha estado más sometida por ti
que por mí.”
“Yo todavía no he quemado la ciudad, tú
en cambio la has arrasado con la miseria.”
“Y aun así te siguen temiendo más que a
mí. ¿Cómo iba a negarle la entrada a aquél que no se atreven a negar nada? Me
inspiras curiosidad Lucio, ese el motivo por el que estás en esta sala.”
“He venido a hacer un trato.”
“Oh, que locuaz.”
“Quédate con Diana, si yo no cumplo lo
que voy a prometerte.”
“¿Y qué vas a prometerme? Tengo todo
cuanto quisiera. Tú no puedes regalarme el amor de ella. ¿Me regalarías tu
miseria? Quédatela.”
“Te ofrezco la posibilidad de ser un
tirano amado por todos. De que ningunas de tus crueldades se vean impedidas y
que el pueblo se confunda queriéndote.”
Aulo se sorprendió. Me escrutó con la
mirada y después rio.
“Y a cambio esperas que libere a Diana.
Sabes que si lo consigues lo primero que haré será acostarme con ella y luego
asesinaros a ambos ¿verdad? Si voy a ser amado igualmente ¿por qué no hacerlo?”
Esta vez era yo quién sonreía.
“Cuento con ello.”
“Está bien Lucio, te dejaré hacer. Sólo
por la curiosidad que tengo de comprender tu plan. ¿Cuánto calculas que durará
este proceso?”
“Tan solo lo que dure este día. Mañana
serás coronado dios.”
Se me había despojado de cualquier arma.
La guardia custodiaba constantemente a Aulo y habían recibido orden de
asesinarme si intentaba matarle. Imagino que nada les traería más consuelo que
atravesarme con sus espadas. Desde que nací había convivido con el miedo de ser
atacado, por el terror que inspiraba mi sombra sobre los demás. Estábamos en
una sala plagada de comodidades. Poetas con su lira cantaban los poemas de las
distintas hazañas que había presenciado Polis. La música llenaba de una
incógnita alegría nuestros corazones. El mío nervioso por poder ver acometido
mi plan; el de Aulo tal vez por esa melancolía que embriaga a los solitarios.
“De modo que a lo largo de este día me
convertirás en amado cónsul. Jamás había oído plan tan mal estudiado. Debo
admitir que me divierte. Ten esto presente. Si en algún rato soy víctima del
tedio me afanaré por cumplir un terrible castigo sobre Diana.”
Yo seguía sonriendo con los ojos
mientras mi corazón latía en un cuerpo mudo de pulso.
“Aulo ¿Qué voy a decirte? Te comprendo y
te envidio.”
“¿Piensas adularme para ganarte mi
afecto?”
“Pienso que el terror y el crimen son
consustanciales al poder. Es ridículo pretender ejercerlo con la inocencia.”
“¿Qué te hace pensar eso, si puede
saberse?” Preguntaba con cierto aire de indiferencia.
“Es muy sencillo, nunca un líder podrá
verse como un igual a sus ciudadanos, del mismo modo que estos jamás podrán ver
a su líder con los mismos ojos con que miran a sus semejantes.”
“¿Estás diciendo que un gobernante tiene
derecho a verse por encima de sus súbditos?”
“¿Y por qué no? No te diferencias de tu
pueblo por tu sangre o tu mente. En tus ensoñaciones florecen los mismos
anhelos que en el más desafortunado ser de la tierra. Claramente es porque
ocupas un alto lugar por lo que estás por encima de los demás.”
“No todos los tiranos han gobernado con
tanto despotismo como creo es necesario hacerlo. Esos jamás han concebido las
mismas ideas que yo.”
“Gran parte de las limitaciones de una
persona provienen del lugar que ocupan en el mundo. Tú has comprendido tu lugar,
el de los privilegiados. Los demás todavía soñaban estar junto al pueblo. Ese
fue el error de ellos. Sin embargo, no existe individuo que no pierda la noción
de la realidad desde el punto de vista más elevado. Como dios, piensa en la
perspectiva más sublime, la más elevada, la más lejana del resto del mundo para
poder contemplar todo el orbe, enseguida comprobarás que el universo se
convierte en un minúsculo punto. Es necesario contemplar a los demás seres,
desde esa perspectiva, para ejercer el poder sobre ellos. Nunca un individuo
podrá desplazar el globo entero, siempre un bebé será capaz de jugar con una
canica.”
“¿Eres consciente que desde esa
perspectiva tú y tu queridísima Diana y todos los que has conocido salvo yo, no
sois más que seres insignificantes?”
“Soy consciente de que no podrás
desplazar el globo, Aulo; que el secreto de tu poder, de tus ínfulas de dios,
proviene de la creencia compartida por tus súbditos de que nosotros somos
insignificantes.”
“Déjame recordar por qué nunca lograbas
el reconocimiento de Publio ¿Tal vez porque tú siempre has destruido cualquier
acto importante de esta vida? Tienes razón… adivino lo que vas a decir, que yo
soy igual de insignificante que todos vosotros. Me atrevería a aventurar
incluso que piensas que soy el más débil. Pero seres más débiles que yo han
quemado ciudades enteras, han hundido en hambrunas poblaciones, así como han
salvado vidas, ofrecido riquezas, coronado esfuerzos en los demás.”
“¿Y no crees que en todas las guerras los
méritos eran de sus ejércitos, en todas las hambrunas sus manos eran lo
demasiado pequeñas para todos los bienes que arrebataban, que ya eran
glorificados sus súbditos, por sus hazañas, antes de ser premiados por sus
tiranos?”
“¿Y por qué crees entonces que como
ovejas de un rebaño siguen al perro que los ladra?” Sentenció Aulo con el
orgullo desmedido de su arrogancia.
“Yo sé la respuesta, lo que desconozco
es si tú eres consciente de la causa que te da ese poder.”
“Tú mismo lo has dicho antes Lucio. El
poder no puede ejercerse nada más que desde la abstracción. Sucede que no
podemos renunciar a ese poder porque si no, no habría disciplina, no habría
orden. Piensa en todos los logros que han conseguido los imperios antiguos y lo
fácil que ha sido derrotar a las poblaciones más bárbaras. Pero para ello hay
que reducir el mundo a una abstracción de la que solo el gobernante es el que
tiene el derecho verdaderamente legítimo. Todos vuestros demás derechos, que
habéis conseguido, han sido concedidos con el permiso de todos los tiranos a
los que despreciáis. Nuestra moral está disociada. Por un lado, vosotros debéis
ser dóciles, serviles con el prójimo, porque de lo contrario os destruiríais.
Así que confiáis en una idea de bien que da sentido al lugar que ocupáis en la
sociedad; mientras que luego estamos los gobernantes, quienes como tú has
dicho, no tenemos más remedio que contemplar la sociedad desde lo abstracto. Esa
lógica obliga a subsumir la moral a un estadio superior que el del siervo y si
queremos gobernar con lógica debemos ser consecuentes con esa idea. No somos
nosotros, sino el pueblo quien entiende que es insignificante, porque no puede
verse así mismo nada más que como una idea.”
“He visto revoluciones levantarse por
ideas más grandes que las de una sola sociedad.”
“Sigues siendo el mismo, aún adoras los
sofismas. Me sorprende mucho que hayas llegado a algún punto en tu viaje. Ahora
entiendo por qué has regresado. Necesitabas simplemente dar una vuelta.”
“No tengo intención de perderme en
sofismas. Solo quería conocer tu punto de vista.”
“¿Y qué has sacado en claro? Todavía no
veo el modo en que puede esto convertirme en un tirano muy querido. Recuerda
que la vida de Diana pende de tu hilo.”
Yo dejé de sonreír. Miré a un punto de
la sala. La música de los poetas llenaba los huecos de nuestros pensamientos.
Aulo bebía vino moderadamente. No semejaba un tirano entregado a sus pasiones,
esclavo de sus sentidos. En la belleza de su mirada, se filtraba una tristeza
que buscaba capturar una ilusión. Pudiera ser que haber sido alumno de Publio
le hubiera permitido comprender el sentido oculto de cada idea. Si poseía el
porte de la aristocracia, también escondía la falsedad de las hienas. Comió
unas uvas y me concedió este largo silencio de reflexión. Aulo se veía cortado
por la ansiedad. Juraría que reflexionaba acerca de nuestra conversación. Pidió
a los músicos que se marcharan y solo quedamos nosotros dos y los guardias que
le protegían.
Manía
“Ven conmigo, Lucio. Creo que nuestra
fingida amistad puede ser fructífera en este día. Por ello juguemos a ser
amigos y, para que tú puedas ser partícipe de este juego, acompáñame. Quiero
mostrarte algo.”
Los guardias nos siguieron y le acompañé
bajando unas escaleras que comunicaban con las mazmorras. El lugar era oscuro y
frío. Se respiraba la opresión de sus celdas. Imaginaba que allí era donde se
encontraba encerrada Diana. La ansiedad me habría traicionado de no ser porque
Aulo estaba demasiado abstraído en sus ideas. Del fondo de un pasillo se
escuchaba el lamento de una persona. Sus gemidos sonaban agónicos, aunque de
vez en cuando se escapa una risa que chirriaba como la locura.
“¿Por qué me has traído aquí?”
“Quería que exploraras este lugar
subterráneo. Aquí dentro se puede conocer bastante del alma humana. Adivino que
a los dos nos interesa. Paséate por este infierno, quizás así puedas comprender
mejor qué clase de persona soy. Imagino que sabes a quién te encontrarás en
alguna de estas celdas. Pero te lo ruego, explora todas las que te llamen la atención.”
Una especie de asco me invadió al
comprender que Aulo hablaba de la gente de aquí como su colección privada. La
único que creía que iba a entender era la mente enferma de un tirano que
deseaba verse a sí mismo como un ser especial. No creía que pudiera haber nada
que fuese de mi agrado encerrado en aquellas gélidas celdas. Pero quería ver a
Diana y era necesario que obedeciera a Aulo. Suponía que él mantendría extrañas
conversaciones con aquellos presos y, como había expresado, conocerlos podía
ser una forma de conocerle a él. Me acerqué a la celda donde se oían los
grotescos lamentos; me encontré con un hombre desnudo que escribía con la débil
luz de una vela sobre un gran pergamino.
“Te reconozco…” Hablé sorprendido al ver
a aquel vejado escritor; preso de los delirios más insólitos y retorcidos que
hubiera imaginado mente alguna.
Aquel hombre sonrió con una mueca de
desagrado. Su cuerpo tiritaba, pero se esforzaba por desoír el frío que sentía.
“Yo también te reconozco. Tú eres aquel
de quién tan irritante vaticinio pesa sobre el destino de Polis.”
“Adivino en qué sentido piensas que es
irritante.”
“Entonces no me conoces solo por mi
fama, sino que has leído mi obra.”
“Parte de ella.”
“¿Pero la has leído como un filósofo o
como un estúpido que juzga lo que no comprende?”
“La he leído atendiendo a tu filosofía y
también la juzgo como quién no la comprende.”
“Pareces hábil en el juego de las
palabras chico. No obstante, no me creo que si la has leído con filosofía la
juzgues sin entenderla. ¿Crees que yo no leo literatura y que los demás libros
que he leído no soy capaz de entenderlos? Aunque me parezcan debilidades
simplonas de quienes no aceptan el crimen como única felicidad, también
comprendo a los que no son como yo.”
“Entiendo que estás enfermo. Que no
puedes ver el mundo como lo vemos los demás.”
“Es curioso que aquel que acabará
quemando la ciudad me juzgue por apreciar el crimen. ¿Por qué me has leído
entonces? Déjame adivinar ¿eres otro que piensa que nada humano es ajeno al ser
humano?”
“Si pensase así ¿no crees que desearía
liberarte de tu prisión? Sería hipócrita negar tu condición en la vida.”
“Oh, entiendo. Tú crees que la cárcel es
una forma de proteger al ser humano, una prueba de que no todo lo humano os es
propio; pero mientras crees eso las cárceles se siguen llenando. ¿Qué te hace
diferente del resto de personas? Un día, cuando juegues con el fuego, podrías
terminar en una celda helada.”
“Te he leído, no porque crea que nada
humano me sea ajeno, sino porque al ser humano no puede comprendérsele sin
conocer sus diferencias.”
“Yo pretendo destruir a ese animal que
se dice sano y desprecia a su semejante escusándose en las diferencias. Tú
pretendes caer en la hipocresía de que somos diferentes, aunque debamos
compartir una misma moral. Cuando la única moral que puede unirnos es la del
desprecio, el placer por el placer, la misma excitación que nos conduce al
crimen beneficiándonos.”
“No, yo defiendo que hay cualidades entre
los humanos que compartimos y otras que nos diferencian; he creído necesario
remarcar que entre nosotros dos es más importante lo que nos diferencia.”
“Y ¿qué hay de la moral? ¿Esperas que
encuentre un hilo conductor en esa red con cortes? Yo te diré la verdadera
moral. Si seguimos la virtud, el sacrificio por mor de un bien será necesario,
si seguimos el crimen todos buscaremos nuestro propio beneficio y estaremos más
cerca de la felicidad. Esa es una verdad que todos compartimos.”
“No es correcto, porque es básico que si
todos fuésemos virtuosos la felicidad prosperaría.”
“Cierto, la felicidad más pueril,
ridícula e irrisoria que pueda sentir uno. La naturaleza no nos ha entregado
los dones del placer para no aprovecharlo; ésta nos grita pidiendo perdernos en
el mayor goce. Si todos fuésemos virtuosos no habría excitación, solo delirio
por el deseo de delirar. ¿Y si se te concediese dos posibilidades? la de
cometer todos los crímenes que pueda ocurrírsele al más poderoso de la tierra y
nunca ser condenado; o la alternativa que implicase ser justo y padecer todos
los males del mundo. No habría nadie que no corriera hacia el placer; nadie que
corriese hacia el bien. De lo que se infiere que el crimen es más provechoso
que la virtud. Siempre será más bello el vicio, más real e intenso, más
apetecible que una alegría meramente intelectual.”
“Solo en un mundo infernal es provechosa
esa disyuntiva y no valdría la pena vivir en un mundo que se asemejase al
infierno.”
“Hipócrita, por decirme que preferirías
la virtud. Veo que es cierto que dominas las palabras, lo que no estoy seguro
es si sucede lo mismo con tu corazón. Aunque estés convencido de que es así
como actuarías, permíteme un añadido. ¿Y si fuese la misma disyuntiva? pero en
vez de cometer todos los crímenes tú solo, compartieras la tiranía con la
persona que más amas; en ese caso el mundo no sería un infierno, sino que
reinarías en un…
“En un paraíso…” Exclamé sobrecogido por
la idea. No estaba seguro de hasta qué punto el mundo me importaba por el bien
del que este dependía o porque en él habitaba una musa que me había elegido.
“Me parece que al final será verdad que
incendiarás Polis, Lucio.”
La luz de la vela se apagó. La voz de
aquel hombre se difuminó en las sombras. Yo bajé a las celdas inferiores
acompañado por las llamas de las antorchas. Me topé con una celda donde
reconocía a otro escritor. Esta vez se trataba de alguien a quien estimaba desde
mi adolescencia. Había leído parte de su obra con celo y admiración. Se me
partía el corazón viéndole tan acongojado, hundido en la miseria con la sola luz
de su imaginación, sin mayor riqueza que ásperas palabras que prorrumpía en las
tinieblas. Me vio acercarme y se quedó quieto con los ojos bañados en lágrimas.
“¿Quién eres? Pareces joven…”
“Soy Lucio. Siento lo que te ha pasado.
¿Por qué estás aquí?”
“¿Eres amigo de Aulo?”
“No.”
“Dices no ser amigo de Aulo, pero ya ves
que tú estás libre y yo me veo encarcelado.”
“No te lo mereces.”
“¿Y qué vas a hacer a cambio? No sé
porque estoy preso. Un día tras terminar la función de una de mis obras la
guardia de Aulo me arrestó y desde entonces me encuentro melancólico en medio
de este frío que desnuda la oscuridad.”
Yo le escuchaba aturdido. Veía sadismo
en el placer de encarcelar a las personas. ¿Era posible que Aulo encontrara
diversión en conversar con la miseria que él mismo causaba? Debía de ser
alguien que sólo se deleita con el sufrimiento infligido. Su corona de laurel jamás
conmemoraría al esquivo amor de Apolo.
“¿Por qué has venido a verme?”
“No puedo hablarte de mi propósito. Lo
siento, solo puedo asegurarte que no es el mal lo que me mueve.”
“No es el mal… Mucho me temo que no
sabes que el bien y el mal solo son ficciones de nuestra mente.”
“Así es como habla uno de tus
personajes.”
“Por tanto, mientras tú dices no cumplir
con el mal, sigo aquí encerrado viendo como no cumples con el bien de ayudarme.
Tu visión de la moral parece una ficción más. Desearía volver a ver el sol.
Antes, me enamoraba como todo poeta de la inconstante luna, pero ahora que las
tinieblas abruman mi corazón, lo único que deseo es el calor de esa estrella
que despejaría la niebla de la noche como un destello de alegría.”
“No sé cómo puedo consolarte.”
“No podrías, a menos que me liberaras.
El único paupérrimo consuelo que tengo es escribir esta obra de teatro. La he
titulado Marlowe. Mira, comienza así <<soy William, no… me llamo Marlowe,
nací el 6 de febrero. No, no, espera no. Soy William, no Marlowe. Me llamo
Marlowe, nací el 6 de febrero. Will i am…Soy Marlowe…>> No sé cómo
continuar esta historia, Lucio.”
Se apartó de la verja y siguió
mascullando aquellas inconexas ideas que no era capaz de hilar en mi cerebro.
Sus susurros se olvidaban con cada nuevo paso que daba para avanzar hacia la
siguiente celda. Entonces fue cuando me encontré con un hombre a quién yo
consideraba mi amigo, pero que nunca supe comportarme como tal en su compañía.
“Publio…”
“Lucio… entonces has vuelto. ¿Qué haces
en este lugar?”
Su rostro estaba enjuto y pálido. Sus
ojos hundidos en la tristeza, a pesad de las derrotas que habían quedado
impresas en su mirada, permanecían suplicando por conquistar el horizonte.
Dentro de aquella cárcel ni siquiera el tormento había marchitado su esperanza.
En ocasiones seguía pareciendo el mismo maestro que expresaba las razones por
las que continuar incorruptible ante el mal. Seguiría igual de filósofo aun
cuando la luz de la razón no fuese suficiente.
“He regresado. No sabía nada de todo
esto. Cuando volví lo primero que quise fue ir a la academia, pero ya he visto
como ha acabado esta ciudad. Cuéntame ¿Qué nos ha conducido hasta aquí?”
“Aulo terminó por ceder a su locura. Hay
algo extraño que resulta idéntico en él y en ti.”
“Yo no veo el sentido de lo que quieres
decir.”
Publio miró a un lado y asintió para sus
adentros. Su expresión mostraba un pequeño dolor.
“Me extraña que no lo hayas percibido,
tú que siempre has preferido observar más que prestar atención. Cada vez que
tus ideas atacaban al mundo, tú las liberabas del pozo de tu silencio, pero
Aulo las llenaba en su corazón y en su febril cabeza. Supongo ambos sois mis
dos fracasos.”
“Yo no creo haber fracaso.”
“¿Qué quieres decir?”
“No he olvidado nunca tus enseñanzas,
cada vez que aprendía algo nuevo, en seguida veía que tú me facilitaste las
herramientas para hacer de la razón la medida de todas las cosas. Es cierto, he
conocido caminos que han empedrado el pensamiento, quizás me han sorprendido a
mi ignorancia muchas formas de racionalizar esos caminos. A veces dudo de que
exista una sola racionalidad que pueda dar sentido a la vida, si las ideas son
históricas entiendo que es necesario que los contenidos de la razón no sean absolutos.
Pero nunca he cejado en el empeño de creer que exista posibilidad de
entendimiento, de conciliación entre dos filosofías que dialécticamente
conjuguen una nueva, más clara y distinta.”
“¿Encontraste las respuestas que
buscabas? ¿Crees ahora que el bien es servir a los demás desinteresadamente y
que la vida tiene sentido?”
Yo respiré profundamente, pues debía
ordenar la emoción que acompañaba a mis pensamientos clarificando lo que
pensaba.
“Entiendo que el bien sea desinteresado.
Pues siempre será más bello servir al débil con el fin de ayudarle, que hacerlo
por esperar algo a cambio. El bien debe ser la mayor belleza, pues todos deseamos
la justicia y esta no puede lograrse sin la contemplación de lo correcto. De
modo que es posible que valga más vivir justamente que vivir lejos de la
belleza. Aun así, nada de esto creo que justifique el mundo, ni su moral. Es
aquí donde difiero de ti. Un corazón egoísta es capaz de encontrar felicidad en
su maldad, mientras que un corazón bondadoso puede vivir creyendo que su
existencia ha sido absurda.”
“Creía que habías reconocido que es más
importante vivir justamente que vivir.”
“Y lo pienso, una vida justa no es una
vida indiferente con los demás. No es justo quién solo vive para sí mismo sin
hacer daño al prójimo, también ha de haber servido al otro. Creo que sin la
justicia la indiferencia no puede ser superada. Si la belleza del mundo se
degrada, si solo nuestros actos nos trascienden, encuentro aquí otra razón para
pensar que el bien corresponde con lo más bello, porque lo que da significado a
nuestra vida es lo que hagamos. Del otro modo, vivir sin ser justo, sería
traicionar a la verdad de este mundo. Pero esa visión de la moral es frágil en
un corazón endurecido, en un corazón que ha respirado sangre por seguir
viviendo. Así que dará igual toda la belleza de una filosofía que defienda la
moral, todo el amor por la verdad, por la razón, siempre habrá gente que
prefiera hacer coherente su vida con el egoísmo, porque solo así se vería
recompensado. La muerte tiene una forma muy corrosiva que distorsiona la
belleza. No sabría cómo persuadir a alguien de ser virtuoso, si éste no desea
serlo por sí mismo. La vida es inconmensurable y siempre estaremos perdidos en
el intento de darle un significado. Pienso que para que vivir sea fructífero, y
existan multitudes se posibilidades, es preciso que no exista un sentido en la
vida. Solo que de este modo lo arriesgamos todo.”
“Yo he visto personas que no han
soportado el terror de su conciencia por un crimen, no veo que sea más válido
el egoísmo, ni tampoco más sencillo. En cuanto a tu intento por dar sentido al
mundo, sigues buscando en el corazón de la vida un diamante que sea más bello
que la vida. Pero es por esa razón que el bien se vuelve más necesario. La vida
se abre a múltiples sentidos y el vértigo de actuar erróneamente nos debería
hacer desear el camino correcto.”
“¿Dices que busco un diamante más bello
que la vida?”
“Parece como si tras nuestra
conversación solo te importara el problema del absurdo.”
“No es cierto, creo que la moral debe
ser un sistema y que en muchos principios éticos hay supuestos que no
esclarecemos, son esos supuestos los que deseo resolver. Pero y si te dijera
que he encontrado ese diamante que es más bello que la vida.”
“Te diría que serías de los humanos más
afortunados que he conocido y también de los que más frágil es su felicidad.
Creo que adivino quién ese ese diamante.”
“¿Está ella en una de estas celdas?”
“Sí, Lucio, pero ¿Qué es lo que
planeas?”
“No puedo contártelo. Aunque me temo que
no será la filosofía la que triunfe en esta batalla, si es que hay alguna
posibilidad de victoria.”
“Hubo una posibilidad...” Publio
respiraba angustiado recordando. “Arco iba a derrocar a Aulo, se vaticinaba que
tras el hundimiento del tirano habría rebeliones en las calles por un pueblo
dividido. Una guerra Lucio, Aulo está descuidando su política tanto que existe
el riesgo de que estalle una guerra civil. Por todo ello, cuando Arco derrocase
a Aulo, restauraría el poder al senado para que dividiera sus privilegios
concediendo voz a los ciudadanos, recuperando la confianza en el pueblo y tratando
de resolver el latente conflicto de una guerra mediante el diálogo en lugar de
las armas. Aun así, el día que se iba a producir el derrocamiento el senado reveló
la posición de Arco, fue condenado y ejecutado.”
“¿Arco ha muerto?” Una pena se clavó en
mi pecho. El silencio fue inevitable. Había muerto la persona que más había
admirado a pesar de nuestras grandes diferencias. Recordaba todos sus juicios
contra mí y como nunca había sabido defenderme de ellos. Reconocer mis defectos
por sus críticas habían marcado un punto de inflexión en mi vida. Ahora
resultaba que él había muerto y yo no tenía ni idea de cómo honrar su memoria.
Un nuevo terror me ensombreció. “¿Por qué el senado traicionó a Arco?”
“No lo sé, es verdad que hay senadores
que han ascendido desde el ejército por el favor de Aulo, pero existen otros
que no tiene sentido que le sean fieles. Lo que es claro es que fueron esos
otros senadores quienes traicionaron a Arco. Porque nadie más sabía de su
posición. Después de aquello la academia se cerró y sus alumnos, desprovistos
del apoyo de un ejército, se exiliaron en algún lugar fuera de la ciudad. Los
que no tuvieron suerte fueron condenados junto con Arco.”
“¿Pero Diana?”
“Hay quién cree que Aulo pretende
extraer de ella la información de dónde se ocultan los estudiantes rebeldes.
Pero la verdad es que él se ha enamorado y eso le ha vuelto loco. Desde que ha
comprendido que no puede poseer a Diana la ciudad se ha degradado aún más. Ha
abandonado el poco compromiso político que le quedaba. Algunas noches que baja
aquí le oigo delirar entre las sombras. Cuando conversa con nosotros su
pensamiento es desorganizado, razona como un anárquico en cualquier cuestión.
Tan solo cuando contempla a Diana hay algo de luz en sus palabras. El resto del
tiempo no es capaz de encontrar el equilibrio ni en el gobierno de los demás, ni
en el de él mismo.”
Me quedé pensativo. Las palabras de mi
antiguo maestro no me desconcertaron. Únicamente la traición de aquellos
senadores que presumían de no ser fieles a Aulo me extrañaba.
“¿Dónde está la celda de Diana?”
“Es la siguiente. Lucio… no sé qué
esperas hacer, nunca he confiado plenamente en ti pues no podía estar seguro de
la luz de tu corazón, pero recuerda durante el tiempo que permanezcas en este
palacio lo que te digo: ¡No la pierdas nunca! ¡Aférrate!”
De la misma forma que recuerdo como Arco
una vez me miró como a un igual, no quiero olvidar el consejo que Publio me dio
aquel día. Pues en sus palabras reconocí un pequeño punto de afecto.
Finalmente llegué a la celda de Diana.
Una pálida luz iluminaba el lugar donde la veía tumbada en el suelo y recogida
sobre sí misma. No la veía la cara pues me daba la espalda, pero adivinaba lo
que debía estar sintiendo. Debía de tener los ojos cerrados concentrada en
encontrar una paz que se volvía imposible en cada instante. Su mente, inquieta
y puramente instintiva, ardiendo en el deseo de ser una llama que nunca se
apagase, pero que la quemaba de ansiedad y tristeza. Estaría distanciándose de
sus fuertes sensaciones con la prisión de una rutina que en aquel gélido lugar
se volvía muchísimo más necesario. Soportando una tensión interna, que solo se
apaciguaba si cerraba los ojos cuando el mundo respiraba silencio y era
coherente estar quieto, soñando con soñar el cielo.
En cualquier otro momento, donde ella
fuera libre y expresase su propio incendio, habría calmado mi alma
contemplándola, sin despertarla de su propio paisaje interno. Pero en aquella
cárcel que oprimía cada suspiro y ahogaba la pasión por la vida creo que
recibió mi voz como un aullido que despertó su perdida alegría.
“¿Lucio?”
“Diana, he vuelto. Lo siento, nunca debí
haberme ido. Te quiero, te amo, siento mucho todo por lo que has pasado.”
Ella se acercó serena y mirándome
fijamente. Veía sus ojos sorprendidos, aquellos dos espejos de su alma que
hechizaban con contradictorios sentimientos.
“Lucio…” Apenas pronunció mi nombre se quebró
en lágrimas y un pequeño rencor brilló en su intensa pero siempre apacible
mirada. “¿Sabes todo lo que he sufrido? Tu ausencia me hizo daño. Te marchaste
tan inesperadamente, estábamos tan unidos, éramos reflejo el uno del otro y de
repente te fuiste sin ninguna explicación. ¿A dónde te fuiste? ¿Dónde estabas?
¿Por qué ni siquiera avisaste…? Diez años en los que he tenido que hacer mi
vida de nuevo con la tristeza, encontrando nuevas rutinas, nuevos deseos y
heridas que cerrar y nunca sabiendo qué sentías ni dónde te encontrabas.”
Yo respiré hondo corroyéndome el
remordimiento.
“Estaba perdido y necesitaba
encontrarme. Me ha costado encontrar el camino de regreso, pero no podía quedarme
siendo un cobarde que huye de quién realmente es. No tengo justificación por
haberme marchado, solo puedo decirte que fue tu rostro, sonriéndome una mañana
que despertaba, lo primero que me hizo querer volver.”
Diana también respiró hondo. La huella
de un dolor desconcertante se había impreso en su rostro. Deseaba curarse de
ese sufrimiento. Me miraba y podía entender que anhelaba volver al tiempo donde
la felicidad se fundía al sol y el amor a la luna. En cambio, dentro de aquella
prisión el frío de la oscuridad congestionaba los sentimientos en desesperanza.
“Diana, ¿Por qué Aulo te ha
aprisionado?”
Los ojos de Diana brillaron con el odio
cuando oyó aquel nombre. Toda la fuerza de su inteligencia se desprendía en un
sentimiento profundo que concentraba su mirada, devolviendo un amargor al
mundo.
“Aulo está loco. Después de que tú te
marcharas pasé varios años en mi nostalgia tratando de convivir con la fuerza
de mis impulsos. En ocasiones sentía una cascada de felicidad y otras veces una
lluvia de amargura me empapaba. Encontré el equilibrio en mi dedicación a la
política. Usé mi inteligencia y mis conocimientos para guiar a Polis. Pero
mientras yo trataba de liderar un cambio, Aulo se emponzoñaba cada vez más en
un oscuro sentimiento. Siempre me espiaba en sus ensoñaciones nocturnas. Me
perseguía, acosaba mi tranquilidad y me suplicaba que le amase. Al principio
traté de zafarme, quise ser comprensiva y hacerle entender que yo no le amaba y
que menos podía querer a alguien que había asesinado a su familia para
tiranizar la ciudad. Poco a poco sus ojos fueron cogiendo el tono sombreado del
insomnio, su mente… se turbaba en repetidas pesadillas que, creo, le acosaban
aun estando despierto. Un cambio se proyectaba en él más amenazante que su
obsesión por el poder. Nadie en toda Polis se revelaba contra él. El senado
pugnaba de vez en cuando con sus mandatos, pero siempre terminaba siendo un
príncipe en un trono que nadie sabía cómo desposeerle. La guardia recibía
grandes privilegios, el ejército se entregó a varias conquistas en honor de su
retorcido líder. Podría decirse que lo único que de verdad atormentaba a Aulo
era el tenerlo todo menos el poder poseerme. Hubo muchas noches que yo te
recordaba Lucio… en una de esas noches me sorprendió Aulo con una enfermedad
negra en su pecho.” En ese instante Diana lloró y yo traté de abrazarla lo
mejor que pude, franqueados por los barrotes de la jaula. “Después de aquella
odiosa noche todo mi corazón, cada impulso irrefrenable de mi cuerpo, mi mente,
encontraron la armonía en un odio completo y eterno hacia Aulo. Él supo darse
cuenta… nunca mostró arrepentimiento por lo que me hizo aquella noche, jamás
pareció comprender el terror y lo que sufrí, pero en su enajenada obsesión
quiso reconocer mi total rechazo hacia él. Terminó perdiendo el juicio, hasta
el punto que me encerró donde hoy me ves. Cada noche amenaza con arrasar la
ciudad. A veces grita tu nombre, Lucio. Me amenaza con encontrarte y
asesinarte. ¿Por qué estás aquí? Desea arrasar esta ciudad con mayor fuerza que
la que te ata a ese destino.”
“Tranquilízate. Tengo un plan. Pero
tienes que ayudarme, creo que comprendo a Aulo, sé cómo se siente porque, tal
vez sea cierto lo que Publio siempre advirtió en mí, quizás sea un alma
hermana. Pero pienso aprovecharme de esa monstruosa alma. Escucha, este es mi
plan.”
Ella acercó su oído; se lo conté todo
mientras ella escuchaba con un rostro que reflejó incredulidad y desconcierto. Me
miró con ternura, reviviendo los recuerdos de todas nuestras pasadas
experiencias. Cuando recordó el plan que yo le había contado su expresión
cambió por el de la sorpresa.
“No va a funcionar.” Me dijo. “Lucio, es
un disparate. Habría que ser idiota para creer en esa idea. ¿No serás idiota?”
“¿Qué?”
“Que eres idiota del todo si crees en
ese plan.”
“Confía en mí. No sé cómo detenerle de
otro modo, su guardia siempre está protegiéndole, no veo ocasión de matarle y
si no hago nada acabará con todos nosotros.”
Diana se sumió en un silencio profundo.
Se notaba que trataba de calmar una angustia que no era capaz de identificar,
pero que debía contener si no quería que le destruyera.
“Lucio, tú eres mi armonía, por favor
haz que funcione. Te quiero.”
Era la primera vez que, desde hacía
tantos años, escuchaba de los labios más puros aquella expresión. En medio de
la latente ansiedad, separados por aquellos barrotes, le expresé mi amor con un
beso. Nuestros ojos se encontraron, los suyos brillantes y sorprendidos, los
míos pálidos y enamorados.
Volví sobre mis pasos agazapado en la
oscuridad de la mazmorra. Mientras regresaba a donde me esperaba Aulo escuchaba
los lamentos de aquellos dos escritores. Uno seguía preguntándose quién era, el
otro emitía extraños gemidos de placer que se confundían con el lamento. Subí
las escaleras y allí estaba la imagen esclava del tirano. Su rostro sombrío me
miraba con la tristeza de una súplica que no supe esclarecer. Ambos regresamos
a la cómoda sala donde, custodiados por los guardias, volvimos con nuestras
discusiones. Yo sentía presente la muerte de Arco, el encarcelamiento de la
persona a la que debía mi sabiduría y el recuerdo de Diana, frágil y expuesta
al sufrimiento. Tanto se arremolinaba en mi dolor aquellos recuerdos, que solo
deseaba escupir mi desprecio a quién buscaba, por un capricho, el hundimiento
de Polis.
“Adivino el horror que estás sintiendo,
Lucio” Su mirada parecía terrible, como si la pasión que estaba sintiendo se
alimentase de un veneno. No me inspiraba ninguna lástima. “Adivino ese horror
porque es el que yo he estado sufriendo desde que me enamoré de Diana.”
“¿Qué sabes tú de mi amor? Nunca mis
sentimientos me llevarían a encarcelarla.”
“Yo antes no era así… Antes de atreverme
a matar a mi familia yo conservaba un amor puro por las cosas.”
“Recuerdo que Publio ya advertía en ti
la maldad que ahora expresas con arrogancia.”
“También pensaba él lo mismo de ti. Dime
¿Se ha cumplido? Temo que Publio solo es un loco que, cegado por proteger a
Polis, veía en cada uno de nosotros un potencial tirano o un posible ciudadano,
nada más. Pero a pesar de su paranoia yo buscaba encarnar como un príncipe la
virtud.”
Yo suspiré en un sentido de desprecio.
“Qué deseo más frágil ha resultado ser”
“¿Frágil? tal vez… pero por entonces no
creía que se quebrara en mi corazón. Después de que te marcharas, no adivino a
entender por qué, tuve un sueño… Yo despertaba en mi palacio y tan solo una
presencia me sorprendió. No veía a nadie más, el mundo permanecía silencioso,
pero frente a mí veía a una chica. Aún recuerdo sus ojos oscuros como si
reprimiesen un dolor. Un dolor tan fuerte que habría aniquilado su alma de
haberse permitido entregar a su sentimiento. Aquellos ojos expresaban una
personalidad que en el pasado había sido inocente, pero que en aquel momento
destellaba una confusión de odio y apatía. Sin embargo, brillaban con tanta
belleza… Porque sí, aquella mujer era la encarnación de la belleza; en la
herida que acariciaba con su mirada semejaba perfecta. Nada nos dijimos,
simplemente nos comprendimos con solo vernos. ¿Qué hacía falta contarse? Yo
sabía cómo era ella por sus ojos y ella me hablaba con su deseo. Aquel acto de
amor era un estado que nunca había experimentado en la tierra, solo podía
sentirlo en un sueño. Porque de pronto, de la apatía que yo respiraba, con mi
aliento mezclado con el suyo, creció en mí multitud de sentimientos que sabía
que estaban prohibidos, aun así, me desesperaban. No era su odio lo que me
atraía, sino una pasión por compartir con ella la melancolía y el odio hacia el
mundo. Hasta perdernos en el delirio de ese extraño amor. No se explicarte de
qué sentimiento se trataba. No lo comprendo y quizás se trate solo de un sueño.
Pero habría ahogado a mi padre y mi madre si aquella mujer, de ojos marcados
por el sufrimiento, me lo hubiera suplicado. De hecho, suponía que me lo
suplicaba. Ambos disfrutábamos con un amor que era más bello cuanto más nos
corrompía. Como una constante en nosotros, nos entendíamos, enamorándonos con
nuestros sentimientos. Estábamos tan embriagados el uno por el otro, que nos
excitábamos contemplando una ciudad que se consumía por las llamas. A ella,
todo aquello parecía satisfacerla y yo solo pedía que aquellas sensaciones
fuesen eternas. Fue así, hasta que desperté en mi cama abatido por la soledad.
La tristeza me devoró por dentro como un cuervo picoteando mi corazón. Desde
aquel momento, nada dentro de mí volvió a ser igual. El mundo se asemejaba a un
cementerio.”
“¿Ese sueño qué tiene que ver con
Diana?”
“Después de aquel sueño vagué por Polis
melancólico. Buscando cómo olvidar aquella sombra de mi subconsciente. Por mis
venas corría una sangre que quemaba mi corazón. Cada llama de aquel sueño ardía
en mi interior como el deseo. Me deshacía en el anhelo que se escondía en mí
como una sombra escurridiza. Nada me satisfacía. Veía a mis padres como seres
que se interponían en mi ascenso en la vida. Pero todavía no los habría
asesinado. No hasta después de fijarme en Diana. Yo os envidaba, a los dos.
Porque nunca una felicidad en la tierra podría igualarse a vuestra pasión. Tal
vez aquello fue con lo que soñé, con una pasión que me desbordaba y lo consumía
todo. No soy capaz de comprender su significado. Vosotros os entregabais como
un torrente al placer, mientras que yo me evaporaba secándome. Después del
sueño, del delirio que no podía soportar, reconocí en Diana los mismos rasgos
que la mujer de mi sueño. ¿Podría ser que aquella diosa de mi fantasía fuese
real? Es cierto que sus ojos no semejaban los mismos. Los de Diana sorprenden
con su belleza, mientras que los de aquella indómita dama eran sombríos, más
acordes a mi descarnado corazón. Traté hablar con ella, sabía que no podía ser
su amante, pues su corazón te pertenecía, tan solo deseaba respirar el mismo
aire que ella. Herirme por dentro con las dos flechas de sus ojos, sentir algo
más que esta prisión de mi instinto. Ella apenas me trataba como a un extraño.
Desde aquello me desquicié todavía más. Ya solo he buscado la tiranía, porque
Lucio, el amor y la tiranía son similares, ambos nos desposeen de nuestro
raciocinio y confundimos esa pasión con la felicidad.”
Despotismo
El anhelo de ser siempre más, de
empequeñecer en un universo de deseos. Eso es lo que sentía Aulo, esa es la
pasión que me destrona de mi mismo para coronarme con los sentimientos más
radiantes. Marco, el amor y la tiranía son similares, pero desembocan en
distintos océanos sus cauces. Yo lo había aprendido en mi viaje. Durante los
diez años que viví fuera de Polis, en todas las familias que me acogían,
radiaba el amor como un ideal, mientras que aquellos espíritus que despreciaban
a sus semejantes vivían constreñidos por la cárcel de su ambición. Pero ¿Qué es
un ideal? ¿Por qué siempre se ha denostado el idealismo por quienes presumen de
comprender el mundo? ¿Por qué se piensa que solo un idealista podría ayudar a
mejorar la vida? A un crío se le educa para que crezca con ideales, porque si
no, cuando crezca destruiría cualquier principio. Es el mayor modo que
conocemos de potenciar el altruismo, antes de que la materia del sufrimiento
nos corrompa.
Marco miraba a Lucio desconcertado. No
sabía comprender el sentido de las palabras de su padre, que parecía haber
caído en un dilema que lo absorbía. Lucio volvió en sí y continuó contando su
historia.
Acompañé a Aulo al senado. Allí dialogó
con los senadores en una discusión plagada de intereses encontrados.
“Nosotros somos Polis, Aulo. Nunca debes
olvidarlo. Si no fuera por nosotros habría caído tu gobierno.”
“A veces desearía que Arco hubiese
disuelto este circo para deshacerme de todos vosotros.” Habló Aulo.
“Sin nosotros ¿qué sería de tu trono?
Hicimos un pacto, recuérdalo. La muerte de Arco a cambio de nuestra seguridad
en el senado. Nosotros somos la columna vertebral de este gobierno, de nada
sirve una cabeza si se disloca de nosotros.”
“Y pensar que yo acepté pactar con
vosotros. Sois unos hipócritas que deseáis una cabeza para evadiros de vuestras
responsabilidades políticas. Para vosotros es sencillo, no buscáis la felicidad
de Polis nada más que pasando primero por vuestros placeres. Y me requerís para
que yo haga de vuestra cabeza de turco.”
“Te confundes, Aulo. La misma razón por
la que tú reinas es por la que debe la felicidad de nuestros ciudadanos pasar
primero por nuestros placeres. Porque nosotros somos quienes representamos a
Polis, sin nosotros Polis no existiría. No se fundó la ciudad cuando se
reunieron unos campesinos con sus cabañas, sino cuando se estableció el senado.
Solo entonces cobraba sentido ser un ciudadano. Polis es más el sueño del
senado que el de quienes viven de este sueño.”
“Sois vosotros quienes vivís de ese
sueño, a los demás los consumís.”
“Brillantes palabras para quién ha
traicionado a sus hermanos, ha asesinado a sus progenitores y todo para ser
tirano de una ciudad que vería arder con complacencia.”
“Fue mi ejército, el mismo que me es
leal quién ha forjado este nuevo senado y ha permitido que muchos de vosotros
sigáis en el cargo.”
“Es cierto, has concedido puestos
importantes en este gobierno a militares de altos rangos, pero con ello has
creado tu propia trampa. Porque te reduces a ser una cabeza política solo en el
escenario. Un escenario que necesitamos para mantener unido el sueño de Polis. Al
final, sea tu seguridad, Aulo, o el beneficio de nosotros, diplomáticos, el
corazón de este organismo es el senado, que siempre se mantiene constante en
cualquier democracia o tiranía. Comprométete con tus defectos, que nosotros
elogiamos como virtudes, y no te excedas con la verdadera Polis que somos
nosotros y a la cual sirves.”
“Claro, os sirvo, pero no os obedecen
vuestras verdaderas decisiones… la última orden es mía y la ejecuta el militar
de mayor rango que es próximo a mí.”
“No nos asustan tus amenazas. No fueron
los hados quienes depositaron la gloria de destruir esta ciudad en tus manos.
Las manos que se deban manchar de sangre hace años que emigraron lejos de
aquí.”
Gomorra
Se había avecinado la noche. Aulo y yo
habíamos cenado y el vino corría en nuestros vasos. Nunca había visto a aquel
individuo tan enajenado en sus pensamientos. Sus ojos rojizos semejaban la
mirada aviesa de un águila. Los guardias nos miraban con extrañeza. Nuestra conversación
acerca del despotismo y la manía los confundían. Nosotros mirábamos una ciudad
que dormitaba en un silencio nocturno y diluida en el humo de las chimeneas. El
corazón salvaje de Aulo se decidió a hablarme.
“¿Cómo te sientes Lucio? El día va a
terminar y yo no seré el tirano más querido. Sea cual sea el resultado tú
acabarás muerto y yo poseeré a Diana, aunque ella también deba morir. Has sido
siempre muy inocente Lucio, creo que sí sigues siendo el perro faldero de la
filosofía. Deberías haber explotado más tu antigua faceta de poeta. Habrías avivado
la llama de la ambición. ¿Quién sabe a dónde te habría llevado?”
Yo le escuché y acto seguido reí. Fue
una risa auténtica, llena de lamento, que resonó en mi corazón con el fuego
morboso de lo que aquella escena me inspiraba. Mis ojos, aquellos que siempre
sonreían, se iluminaron con la imagen más bella de un narciso.
“No creas que yo soy un vulgar inocente,
Aulo. No sabes nada de mí. Hay gente que ha pensado que yo soy una buena
persona. Pero nadie en este mundo lo es. Ese ha sido el mayor descubrimiento
que he hecho. Porque siempre es más lógico seguir tu beneficio si se tiene el
potencial de no sentir empatía por quienes no nos son próximos en nuestras
vidas.”
Aulo me escuchaba sorprendido. Creo que
por primera vez a lo largo de aquel día comenzó a sospechar acerca de la
amenaza de mis intenciones. Sus ojos temblaban, bebió vino y se calmó. Volvió a
relajarse confiado en su superioridad no solo política, sino también moral, tal
y como él se veía a sí mismo.
“No Aulo, yo soy igual que todos los que
han brillado por su egoísmo. ¿Sabes? en mi viaje fui a visitar al oráculo que
mora en las montañas. No auguró solo el final trágico de Polis, también me
profetizó una maldición de la que, bueno… supongo que el destino me hará pagar
poéticamente. Me dijo que tuviera cuidado con mis ideas, porque yo sería la
causa de que varios individuos se suicidaran. ¿Qué crees que sentí cuando me lo
contó? Quise sentir compasión por aquellas personas, pero de nuevo volví a
encontrarme con la abstracción. Mi empatía no es la de una buena persona.
Verás… una vez me corrompió un libro. Leerlo me hizo experimentar todo el
veneno de la vida, sus angustias y contradicciones. Ser fiel a ese veneno es lo
que me ha motivado a seguir viviendo. De modo que sí, tras mi fallido intento
por compadecerme de una profecía, acepté aquel destino. Porque odio este mundo.
No hay nada en él que me inspire compasión, pues es cruel con el prójimo cuando
podría ser caritativo. Porque nos escudamos en la responsabilidad de los demás
cuando es responsabilidad de todos rebelarnos contra la injusticia. Si mis
ideas iban a envenenar al mundo, a hacer sentir el mismo veneno que yo siento,
el veneno de la indiferencia, déjame decirte que me enorgullezco de ello. Pues
deseo que el mundo abra los ojos al sufrimiento y, en vez de asumirlo para su
beneficio, asumirlo para sufrir por el otro.”
“Creo que te estás contradiciendo,
Lucio.”
Yo reía con ojos centelleantes.
“Sí, me contradigo, porque nadie es tan
malvado, ni tan honrado. Pero no me he reído ahora por lo que te he contado.
Sino porque me inspiras lástima. Pues he comprendido que tú serás una de esas
víctimas que el oráculo me vaticinó.”
Los guardias al oírme desenvainaron sus
espadas, mas Aulo los detuvo. Sus ojos me contemplaban en una mezcla de temor e
intriga. ¿Cómo iba él a sucumbir por una filosofía? Pudiera ser que hubiera
delatado demasiadas cosas de sí mismo a lo largo de aquel día… Pero, aun así, conocía
su propio corazón. Aunque fuese oscuro seguía siendo esclavo de su propia
voluntad.
“Aulo ¿Quieres saber qué es lo que nos
diferencia? Los dos desnudamos el alma humana y vemos un espejo de nuestros
defectos, pero yo me reconozco en ese espejo sin vergüenza. Pues sé que, a
pesar de todos mis desvaríos, de todos mis errores, ambiciones rotas y
fracasos, vuela en el cielo de mi conciencia un sentimiento puro e inviolable.
Un sentimiento que es fundamento de un ideal que no ha muerto en mi madurez.
Mientras que tú… siempre te lamentarás de lo que yo he podido conseguir, aun
con mis demás sentimientos sombríos. Porque ese logro que he alcanzado, que es solución
de todas las paradojas que hoy hemos hablado, tú jamás poseerás la virtud de conseguirlo.”
“Hablas de Diana ¿verdad?” Habló el
tirano, desposeído en un delirio. Su corazón se inflamaba y adivinaba el dolor
que se clavaba agudo en su pecho. “Debería ordenar matarte y librarme de ti.”
“¿No quieres antes saber qué es lo que
todos los tiranos anheláis y no conseguís a pesar de que poseáis un alma
adecuada para ello?”
Aulo respiraba con ansiedad. Su corazón
palpitaba como un tambor que sonaba sus últimos instantes con la música de la
angustia.
“Diana y yo hemos sobrevivido en
Gomorra.”
Aulo no comprendió y, sin embargo, el
sonido de aquellas palabras le cortó por dentro.
“Aulo, cuando hemos hablado de todas las
contradicciones para dar sentido al mundo, subyacía en el fondo una ciudad que
vivió para el placer y nada más que para esa obsesión por el placer. Tú soñaste
una vez con ese sentimiento, porque así es tu alma, como es el alma de todos
los que tiranizan familias y ciudades; porque, a pesar de todas nuestras
sabidurías, de nuestros pobres intentos por racionalizar una vida que nos supera,
siempre querremos vernos desbordados por la vida. Diana y yo hemos contemplado
el incendio de Gomorra. No fue un dios quien destruyó la ciudad, fueron sus
propios habitantes. Porque habían agotado el mundo. La vida ya no les
desbordaba y el único deseo que les quedaba por cumplir fue el instinto de
destruirse a sí mismos. En las llamas de aquel incendio Diana y yo sobrevivimos.
Cuando la volví a mirar a los ojos, cuando la vi tumbada en su celda, tratando
de encontrar la paz en su interior, como si hubiese un ruido dentro de ella que
la obligase a ser un incendio tanto en su alegría como en su tristeza, supe que
seguía añorando el recuerdo de Gomorra. Porque desde que nos conocimos, ambos
vivimos en Gomorra. Quizás ya vivíamos en aquella ciudad solitarios, pero
nuestra alma ardía con las llamas de esa ciudad. Gomorra sigue viva en nuestros
corazones. Ambos nos queremos con la misma belleza con la que Gomorra
resplandeció en la historia. Nos necesitamos en un amor que nos protege en el
delirio de amarnos. No somos bastantes el uno con el otro, porque solo estar
juntos puede ser suficiente.”
En seguida Aulo dejó caer la copa de su
mano. Derramó el vino en el suelo y miraba aquel charco rojo como la sangre de
un sentimiento que había reprimido. Veía como se sentía agazapado en su propio
palacio. Sus ojos se perdían en el vacío y buscaban desentrañar algo que le
hiciera feliz. Porque ¿no es eso lo que buscamos todos? Aun así, él se sentía
desvalido sin encontrar lo que pudiera ayudarle. Zozobraba en el mar de sus
pensamientos. Me miró horrorizado. Parpadeaba sin conseguir aclarar más su
vista. Todo se encontraba presente, el palacio ostentaba su lujo y él no cesaba
de sentirse atrapado. Los guardias no sabían cómo reaccionar. Ellos habían
escuchado la historia y se sentían confundidos por la reacción de su dictador. Se
tocaba el pecho y respiraba como exhausto. Murmuraba incongruentes palabras de
desesperación. Se lamentaba de que este día hubiera nacido en el cielo. Comenzó
a odiar al sol que, con sus rayos cegadores, habían bañado de fuerza la
claridad de aquel trágico día. Se abalanzó sobre mí e intentó ahogarme. Los
guardias nos miraban inmóviles y consternados, mientras forcejeábamos. De los
ojos del tirano se derramaban lágrimas y la saliva escapaba de su boca. Cuando
por fin conseguí zafarme de sus manos él permaneció en el suelo retorciéndose,
igual que un animal majestuoso que había sido encarcelado en una jaula. Sus
alas de águila imperial no batían en libertad, su furia de león tan solo eran
gemidos y su odio de hiena lo consumía. Comenzó a reír con un estallido de
locura y sufrimiento. Cuando frenó su estado febril se me quedó mirando como un
abatido ser enajenado.
“No me lo creo. No puedo creérmelo. ¿Qué
es lo que dices, que has vivido en Gomorra y has amado a la misma mujer que yo
deseo con mayor fuerza que el destino? Y qué me importa a mí. Yo se consumir el
fuego en el corazón, yo deseo la ceniza en el sentimiento una vez se ha
extinguido.”
“Bien, entonces ¿qué es lo que te impide
hacer realidad ese sueño que te ha envenenado? ¿Por qué no intentas vivir en
Gomorra con Diana? Pero no como un odio, una ambición o un delirio, sino como
todas esas cosas juntas y también una felicidad en el corazón.”
“¿Qué es lo que quieres? ¡Déjame en
paz!”
Aulo corrió deprisa evadiendo a los guardias. Al salir de
la habitación, trastornado, arrastraba los pies mientras deambulaba en los
pasillos. Miraba todos los adornos de las paredes y se angustiaba en el corazón
sin alegría. Todas las horas que había conversado con Lucio, su arrogancia
frente a él, presumiendo de un poder déspota y maníaco que era más lógico que
cualquier bondad, se quebraba. Lo hacía tan solo porque le habían mostrado una
realidad más maniaca todavía, pero que se llenaba de belleza en conjunción con
la vida. Le habían hablado de una tiranía que era más déspota con los tiranos
que con los corazones. Él se daba cuenta de que jamás podría someter su corazón,
porque se rebelaba en cada latido contra sus pasiones con un sentimiento más intenso.
Bajó a las celdas. Sus prisioneros lo veían enloquecer y caminar sin noción de
sentido en sus ojos. Finalmente se detuvo enfrente de la celda de Diana. Ella
lo miraba aterrorizada.
“¿Dónde está Lucio?” Pregunto Diana.
“¿Por qué te preocupas por él? ¿Por qué le amarías a él? si
solo es uno más entre la gente.” Aulo estaba destrozado en su aristócrata alma.
Diana lo miraba idiotizada. “Lucio me ha contado un secreto que no puede ser
cierto. No me lo creeré. Porque esa felicidad está destinada solo a los tiranos
y ni siquiera nosotros podemos abrazarla. Júrame que es mentira.”
Tras correr para alcanzar a Aulo conseguí llegar a donde él
se encontraba. Diana me miró con sorpresa, pero esperanzada por verme todavía
con vida.
“¿Qué es lo que quieres que te jure?”
“Lucio me ha confesado que vosotros sobrevivisteis a
Gomorra, porque Gomorra está en vuestros corazones.”
Diana reconoció aquellas palabras y me miró con la misma
ternura que cuando estábamos juntos y Polis era más hermosa.
“No puedo jurarte que es mentira porque sería perjurio.”
Aulo notó un hierro gélido en su pecho tras escuchar a Diana. “Es verdad que
Lucio me ama, como es cierto que yo le deseo. No se trata del deseo de una
llama que palidece en la noche, sino de una antorcha que me ha alumbrado en
esta celda cada día. Me quemaría con esa antorcha solo para volver a sentirle
cerca de mí. Pues mi amor es más cálido que cualquier fuego. Yo ardo en la
alegría por sus pensamientos y en la tristeza por su afecto. Da igual cualquier
quemadura que yo me inflija, cualquier delirio o dolor que sufra, siempre
permanecerá Lucio a mi lado para aliviarme. Mi corazón late por sus ojos, por
su cielo de poesía y por sus deseos tan oscuros e intensos como los míos. Ambos
vivimos en Gomorra como dos enamorados que no pueden escapar de ellos mismos. Dan
igual todas las tragedias que se hayan escrito, todas las ruinas que lapidaron glorias
corruptas, juntos sabemos que sobrevivimos al incendio de esa ciudad que
garantiza nuestra felicidad. Porque pudiera ser que los tiranos, los déspotas,
los traidores y asesinos posean el alma para incendiar Gomorra, da lo mismo, solo
nosotros dos poseemos el corazón para hacerla brillar. Si es cierto que Lucio
quemará Polis, yo me entregaría a ese crimen con él y no sería bastante, porque
solo estar con él es suficiente.”
Tras aquellas palabras Aulo lloró en silencio oculto entre
las sombras.
“Solo estar juntos es suficiente…” Repetía Aulo arrebatado
por la obsesión que le desesperaba. “Vosotros dos habéis acabado conmigo. Yo
podría quemar todas las ciudades del reino, podría conquistar el oro, la gloria
y la libertad de las personas… pero jamás podría conquistar un corazón.” Abrió
la celda y Diana corrió para resguardarse en mis brazos. Aulo nos entregó las
llaves para liberar a quienes se lo merecieran y dejamos vagar a Aulo en su
desesperación.
Al día siguiente, Diana se reencontró con su madre que
lloraba de alegría al poder estrechar entre sus brazos a quien había creído
perdida para siempre. Publio junto con el resto de estudiantes regresaron a la
academia para reinstaurarla. Todos contemplamos desde la distancia las llamas
del senado. Por orden de Aulo los guardias encerraron a su emperador, junto a
los demás senadores y prendieron fuego al lugar. Recuerdo, mientras contemplé
aquellas llamas, como muchos de aquellos senadores defendían que ellos eran
Polis. Ver el fuego consumiéndoles, cumpliéndose la profecía de que algún día
Polis ardería, fue como si me liberase del peso de toda una vida.
Marco se quedó mudo tras escuchar la historia de su padre.
Diana reía con Lucio y Marco intentaba interiorizar lo que había oído.
“No sé si es una historia para un niño.” Hablo Marco más
reflexivo que nunca en toda su vida.
“No lo es cachorrito.” Habló Diana. “Es una historia
extraña y pudiera parecer contradictoria. Hay muchos sentimientos violentos en
ella. Pero de entre todas esas pasiones hay una felicidad en sus sombras. El
amor puede ser tan peligroso como cualquier tiranía, puede trastornarnos. Aun
así, es tan poderoso porque su felicidad lo merece, porque es lo único que
puede salvarnos.”