Nocturno Secreto

viernes, 10 de enero de 2020

De un imbécil con corazón.

Creo en el infierno cuando espero tu mirada y en el cielo cuando me ves. Tus ojos son una ventana a los sentimientos.

¿Tú me odias? Yo te amo. Te amo más que a mi vida. Te amo porque solo amándote puedo amarme a mí mismo. Tú eres mi todo, mi alma, mis sueños, mis fantasías, toda la esencia de la belleza que necesito. Completas mis experiencias a cada instante consiguiendo que pierda el miedo a la muerte. Eres la pasión intensa que me arrebata en un constante delirio. La idolatría de arrodillarme ante ti cumpliendo con mi existencia. Te venero y no me da miedo, porque sé que nace de lo más puro y feliz que se puede pedir de la vida. Tu voz es la poesía que intensifica la belleza de tu mirada como un poema.
No me asusta que piensen que estoy loco o enfermo. Porque sé que estoy loco. Sé que siempre lo he estado. No me asusta admitirlo porque completas todas las carencias de un enfermo. No me pueden hablar de lo que es el amor las mismas personas que jamás han entendido las ideas de Platón. Las mismas que no creen en la idea del amor. Un amor tan inconmensurable no puede ser peligroso si logra que me conozca a mí mismo y me acepte si soy un loco. Nadie, ningún ser humano anhela para sus emociones aquello que es conmensurable, al menos nadie que ansíe estar vivo. Lo conmensurable es perecedero y terminaría asesinándonos antes de nuestra propia muerte. Tú me has enseñado el verdadero valor de lo que significa aprender a morir. Me has ayudado a comprender que jamás se aprende, que solo se es feliz muriendo si se aprende a vivir. Tú eres esa belleza que llena desmedidamente la existencia para generar la vida. La adoración infinita a la vida dotándola de valor y sentido. Solo tu silencio ya es más profundo que el de la indiferencia.
Sé que soy un imbécil y un estúpido, que me encerré en la cárcel de la niebla esperando una esperanza que yo mismo había asesinado. Sé que desesperado por sentirme vivo traicioné todos los principios de mi juventud y asesiné lo que más amo. Sé que yo, solo he caminado encerrado, buscando dentro de mi interior como un cobarde, mientras que tú todo este tiempo te has enfrentado de verdad a la vida. Entonces no me pidas que no te admire, porque tú, que eres más real que la belleza, eres mi esperanza, el principio de mis ideales, mi amor y el camino que me salva de mí mismo.
No me pueden pedir que aprenda a hablar como se habla en este siglo. No pueden, las mismas personas que admiten que su forma de hablar está condenada a desaparecer cuando acabe un siglo. Lo que yo expreso es un sentimiento que busca todo individuo durante todos los siglos. Yo sé que existe una verdad más allá de nuestro tiempo y por tanto de nuestro espacio. Una verdad tan divina que es clara e invisible a la vez. Clara en la eternidad e invisible en nuestro tiempo. Una verdad que se comprende a sí misma en el infinito. Cuando te veo entiendo ese infinito porque me siento vivo y creo en la realidad. Yo no me convenzo de que esta pasión sea horrible. Me dirán que me hará sufrir, como si el sufrimiento fuese inevitable. Lo que sí es horrible es la muerte y tú me haces creer en la nada hasta el extremo que me asusta que se me niegue el poderte conocer. Yo acepto la realidad porque sin la realidad tú no podrías haber existido, y porque tú existes, sé que es importante la realidad. No necesito a dios, ni al alma, ni a la poesía para ser feliz, sé que mi felicidad se realiza por entero a tu lado.
No estoy tan loco como para decirte esto a la cara, aunque tampoco soy tan idiota como para no saber que lo leerás. Te quiero muchísimo y recuerdo cuanto te echo de menos. Mi cielo.

martes, 7 de enero de 2020

El carro de Helios

-Me siento extraño y diferente. Mis pensamientos me pertenecen más que mis sentimientos ahora mismo. Creo que he despertado de un sueño prodigioso que me ha hablado de la verdad de este mundo. He conocido el valor de estar vivo, su fundamento y su inmortal belleza. Porque siempre esa belleza eterna me sonríe cada mañana con sus brillantes ojos inspirándome el mayor poema de mi vida. Siento un intenso deseo de abrazar esa belleza que me ha consumido hasta encontrarme a mí mismo. Estoy enamorado del mayor ideal y de la mayor realidad fundidas en un ser que me completa por dentro como la luz de la luna.

-Entonces ¿por qué no aceptas el regalo que te ofrecen los dioses?

-Porque estoy asustado. Noto como me alieno y ahora mis pensamientos me pertenecen más que mis sentimientos. Mi corazón sufre una contradicción que me corta en tristeza. Quiero entregarme con todo mi deseo y que me posea la belleza de este mundo. Quiero ser feliz, ahora que entiendo realmente la felicidad. Despertarme cada mañana con la felicidad a mi lado y acostarme con la pasión de su delirio. No sueño en otra cosa. Pero he despertado. Lo que antes era una obsesión ahora solo me mece plácidamente con la pavorosa voz del paso del tiempo.

-Los dioses te han ofrecido el mayor don. Muchos lo han anhelado con toda su alma. Conducir el carro halado del dios helios y contemplar en persona el misterio del cosmos.

-¿Y si resultase que no puedo aceptar el obsequio, aunque ese obsequio fuese lo más preciado? Muchos lo desean pero también existen quienes lo lograron y se cómo acabó. Nadie ha conseguido dirigir el carro sin evitar que sus llamas arrasaran la tierra. Yo no quiero ser responsable de esa tragedia. No quiero alterar el orden ni la armonía de este mundo. Una vez me perdí a mí mismo hasta el punto de querer gobernar como un tirano en Ítaca.

- Atenea te ha confiado su conocimiento porque ha visto en ti la misma sabiduría que algún día derrotará a Troya y traerá la paz a la ciudad de Ítaca.

-No creo en el destino. Lo que me cuentas parece la voz de un loco fantasioso, un delirio peligroso que ningún imprudente se atrevería a creer. La megalomanía y la ambición son los padres de la miseria y el sufrimiento.

-Dices no creer en el destino ¿entonces por qué sí afirmas creer en los dioses hablando con ellos?

-Porque necesito consejo, comprender mis sentimientos. Quiero entregar toda mi conciencia y pasión a ese sueño del que te he hablado al comienzo. Mi felicidad ya no me pertenece pero sí el miedo. Ahora que he despertado de ese maravilloso sueño me asusta la realidad. No creo estar preparado para contemplar la verdad de este mundo a los ojos.

-Pero por dentro lo ansías.

-No sé qué es lo que ansío. Recuerdo el sueño y me siento renacer, pero no soy ingenuo ¿Cómo voy a creer en la perfección? Y si en realidad no es perfecto, quiere decir que no es real y solo fue un sueño.

- Dime ¿Ves arriba en el cielo al sol?

-No, veo como resplandece, pero nunca he visto claramente al sol, no puedo porque mirarlo me ciega.

-Dicen en un diálogo que Homero quedó ciego después de contemplar la belleza, y que desde entonces, buscó en la poesía recuperar la visión de todo lo que había perdido. Todo lo que es bello en este mundo no es perfecto. De lo contario no nos importaría. Es necesario que la belleza, que no es perfecta, nos hiera hondo para poder aprender a amar. Así, el sol jamás brillaría con toda su intensidad si no fuese su intensidad la fuerza misma de todo lo que está vivo. No voy a mentirte, aquella perfección de la que hablas fue un sueño. Pero creo que la belleza que contemplaste fue demasiado real e intensa. Tan intensa que el precio a pagar ha sido perder la perfección.

-Entonces mi temor es cierto, si no ha sido perfecto, no es eterno ¿y si aquella felicidad se ha acabado? ¿Y si porque ya no es perfecto ya no soy capaz de sentir?

-La belleza en sí, aquella que es ideal y no ocupa un lugar en este mundo es perfecta y eso es lo que has aprendido en tu sueño. Pero la belleza que participa de los seres, la que nos hiere por ser real es la que nos importa y por tanto merece nuestro temor. ¿Quieres saber si además merece la pena? Lo sabrás si logra que encuentres el valor para contemplar la verdad a los ojos. Todo lo que es verdaderamente importante merece de nuestro temor y por tanto también de nuestro valor.

-Creo que voy a aceptar vuestro obsequio.

-¿Cómo te has decidido de repente?

-Porque creo haber entendido cual es el sino de este mundo y el medio para no caer derrotado cuando conduzca el carro de helios. Antes me atormentaba vuestro mandato porque no me creía en verdad digno de ello. He entendido que el carro de helios es ingobernable; el hijo de Helios sucumbió y arrasó la tierra, pero yo no pereceré porque sé que es ingobernable. No perderé el tiempo tratando de controlar a los caballos y los dejaré libres. Puede que sea cierto y el destino exista; sin embargo, todavía hoy comprendo que ese destino depende de nosotros. Lo sé porque siento temor y ese temor me suplica que encuentre el valor para luchar por lo que me importa. Creo en esa belleza de la que hemos hablado. Gracias.

miércoles, 1 de enero de 2020

Oscuridad

No creo en el destino, ni en el determinismo. No creo en el orden, ni en su simetría o su sentido. No creo en la verdad, ni en la moral, ni en el nihilismo. No creo en mis lágrimas porque no humedecen mi cara. No creo en el bien, ni en la felicidad, ni en la tierra, ni en sus lagos y ríos, ni en el sol. No creo en la verdad. Esa verdad que debilita los corazones asesinándolos antes de sus muertes. No creo en el mundo, ni en las apariencias, ni en dios, ni en el diablo. No creo en la conciencia, ni en el alma, ni en la ciudad,  ni en la poesía, ni en el arte. No creo en la sangre y su dolor, creo en su aullido, en su silbido punzante que todo lo perfora. No creo en la alegría, ni en la tristeza, no creo en el sufrimiento, ni en la eternidad, ni en la inmortalidad, ni en la muerte, ni en lo imposible, ni en la luna. No creo en la falsedad. No creo en la belleza, creo en la fealdad, en lo horrendo y degenerado, en el caos impoluto y corrompido que todo lo desmiembra y deshace. Creo en el cuchillo, en su reflejo pálido y frío, en el metal cortante, en el tiempo desgranándose. No creo en la libertad, ni en la igualdad, ni en la fraternidad. Creo en el odio, en la destrucción que todo lo corroe de felicidad. No creo en el saber, ni en la ignorancia, ni en la fortaleza. Creo en la debilidad. La misma debilidad que transforma al fuerte en débil y necesita de la unión para alcanzar la victoria. No creo en la nostalgia, ni en su melancolía secreta. No creo en una realidad clara y distinta, sino en la traición como una cortina que cubre los sentimientos hasta asfixiarlos. Creo en la desazón. Creo en el nihilismo que todo lo niega, incluyendo la negación, hasta que te retuerce la boca hasta formarte una mueca de desesperación compasiva. No creo en el amor, ni en el regazo, ni en el manto de sus sueños y sonrisas, ni en su mirada intensa concentrada en la fuerza de sus pupilas. No creo en los cánticos de las musas, creo en las sirenas, en sus voces sin auténtica dulzura, en sus melodías capciosas. No creo en la armonía de la música, ni en la soledad verdadera. No creo en la nada, ni en la náusea, ni en el absurdo, ni en el horror. Creo en el silencio, en la alienación justificada, en la lógica que todo lo anega, en el espectáculo de lo grotesco. No creo en el tiempo, en ese telar donde están escritas todas nuestras miserias y que han sido tejidas por un ser deforme, enfermo, loco y ciego. No creo en la realidad, ni en la ausencia. Creo en esa ausencia que llena el pecho quemando el corazón. Creo en la tristeza insensible, en la falta de empatía, en la apatía que enamora hasta envenenarte, en la esencia corrompida, corrompiéndose a través del océano vacuo de la indiferencia. No creo en el perdón, creo que buscarlo es perder la vida, perderse en la inocencia ingenua. Creo que la hipocresía es la mayor sinceridad, que nuestro mayor acto de honestidad es el egoísmo capaz de petrificar a un ángel hasta torturarlo convertido en dolorosa piedra. No creo en los artistas, ni en sus complejos de profetas sin lengua, ni voz, ni ojos, ni sentidos, completamente carentes de inteligencia. No creo en la promesa de sus almas con las que venden sus ríos de agria miel. No creo en la ambición, la ambición es lo único que destruye al fuerte y que debilita al reo. No creo en la esperanza porque no soy capaz de creer en la ambición. Creo en el mal mirándose al espejo y contemplando un rostro hermoso con cabellos dorados y ojos azules; pero no creo en el bien mirándose al espejo para contemplar a Dionisos; por ello no creo en la realización, ni en la tragedia o la comedia. Solo creo en el desprecio, lo único perdurable capaz de reconocernos a todos como seres humanos. No creo en el destino porque de hacerlo rasgaría sus hilos desollándome con satisfacción. No creo en la belleza porque vagabundea entre necias palabras de nácar sin corazón. Y no creo en el orden, ni en el cosmos, ni en el amor, ni en la bondad, porque solo creo en una única justicia. Entregaría mi aliento y mis ojos, mis sentimientos y rabia a esa justicia incapaz de atreverse a deificar lo divino. Adoraría lo divino con la única razón que esperar a que cuando los hados me obsequiaran con contemplar el cosmos en el carro halado, todo el fuego que es capaz de arrasar la tierra sirviera para asesinar a los dioses.