Nocturno Secreto

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Noche Bohemia



Anoche seguí las luces de mi bello Madrid y no encontré la calle de tu portal. Paseé entre la timidez y el atrevimiento que me evoca tu recuerdo, buscando el destino escondido en los bares que hacen esquina a la soledad. Me emborraché del alma de la fiesta que servía el único licor que llena tu ausencia, y mis ojos no derramaron  el alcohol que baña mis penas. Tomé una ronda en un bar y otra en el siguiente y en el tercero me invitaron y yo les invité en el siguiente. Bebimos el sabor que es fuego en nuestras gargantas y tanto arde en nuestros corazones. Pero por encima de todo, cordura, mujeres, amigos, y cerveza, escribí. Escribí los peores versos que podría recitarte, pero los mejores en saciarme. Decían... Calla, no los recites, es un secreto, un secreto que tú nunca sentiste. Quizás por eso nos distanciamos porque entre tú y yo existía un acertijo y cada uno acusaba al otro de ser la esfinge.       

Anoche seguí el ámbar de las luces de mi nostalgia que alumbra mi bello Madrid y no, no pensaba en ti. Sino en los míseros sueños que anidan en las azoteas y no se atreven a saltar, solo a rezar y después dormir. Yo sí que soñé... Y ávido me entregué al placer de brindar por la el insomnio de la tristeza y los cardenales de nuestras ojeras que marcan en el rostro un espejo de la auténtica fortaleza del alma. Vivir para luego escribir la vida y agotarla en la olvidada esencia de las palabras es recordar el verdadero significado de sentir que estás vivo y nunca rendirte ante nada. Caminar para después describir el camino, beber para después escribir azahar en versos y amar para respirar la fragancia que me embriaga mientras escribo.

Caminé por los recovecos de cada distrito bajo la profunda armonía de la noche, mezcla de humo y aullidos de músicos, pintores y poetas, borrachos y drogadictos que plasmaban su huella en hondas cicatrices y delirios de vidrio y algún que otro ladrido o gemido de tristes perros hambrientos sin amo, que duermen en los soportales. Dialogué con ellos y sufrimos el frío nocturno pero nada helaba más nuestro ánimo que la adicta autodestrucción que el día a día nos entregaba de derrota en derrota y nos rendía a resistir, soñando con retrasar de la realidad su victoria. Sangrando por arrancarle espinas y pétalos al destino.

Recuerdo tantas cosas... sobre todo risas, llantos y peleas. Siempre hay parejas que en lágrimas se quiebran o se desean. Disputas tontas y serias pero todas absurdas que en la negra noche truenan, y parques y hoteles donde los más astutos cenan amor.                    

Anoche seguí las luces de mi Madrid y por primera vez, no necesité del destello de tus ojos para enamorarme.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Mártir del Silencio



Era un lugar, situado en medio de la nada. Pero un lugar. Donde se ausentaran, donde los marginados tras conocerse se olvidaran. Una noche en una habitación, otra en la de arriba pero nunca en la misma cama. Sus erradas vidas constituían un tránsito mientras maquinaban desorientarse en la lejanía del espacio. Pero qué otra opción les quedaba cuando la sociedad les obnubilaba atemorizados, y comprendían que el tenue hilo del que prendía su cariño  se cortaba con la misma facilidad con que se escariaba una oveja del rebaño. Era el castigo de vivir mártires de su silencio condenados al éxodo de los años.

Era un lugar situado en medio del océano. Era el mejor lugar para quienes ansiando la inmensidad viven olvidados.


Cuaderno de Bitácora

-Día 3º: No puedo precisar la fecha exacta ni en qué circunstancias he terminado acurrucado en este bote. Todo cuánto se es que dormía plácidamente en mi apartamento el 6 de Febrero de 2016. Hasta que de pronto el gélido estupor del viento me ha arrancado del cálido abrazo de Morfeo. Francamente no he dudado ni por un segundo de la veracidad de mi insólita y desconcertante situación precaria en la que me encontraba. Tal ha sido el escalofrío, que súbitamente sentí el miedo apoderarse de mi cuerpo sin lograr exhalar ni un solo hálito de esperanza o  siquiera brindarme la oportunidad de cuestionarme si soñaba. Sino sólo saber certeramente que había despertado desnudo, asustado y enfermo de soledad ante el inquietante final de mi destino.
No albergo esperanzas de mi rescate y sé que nadie me echará de menos. Sólo espero encuentren este cuaderno que me acompaña en mi triste travesía y entiendan los pensamientos de un ingenuo que parece haber sucumbido a una macabra broma de la vida.
Ruego perdonen mi descortesía por mi exceso de lirismo pero comprendan lo difícil que resulta lidiar con las tediosas horas, sabiendo, me precipitan hacia el fondo del olvido.
-Día 1º: Temblando me apresuré a arroparme con prendas que hallé en el bote. Era lo único que encontré además de dos remos y este cuaderno ajado en el que escribo mis últimas memorias.
Era de noche y el cielo encapotado enmascaraba las luciérnagas estrelladas en lo alto. No conseguía distinguir la dirección del viento y me valía tan solo del inútil esfuerzo por socavar mi aliento remando hacia ningún lugar. Dios mío cuan gélido y extenso es el mar. Las olas arremetían bruscamente contra el bote forzando mi recia lucha por no volcar. Mientras que la escarcha de mis pulmones supuraba por mis pupilas sollozando el frenético y palpitante oleaje.
Al menos puedo dar gracias al cielo por no toparme con truenos ni rayos.
-Día 2º: El cielo por fin había despejado. Brillaba un sol espléndido y el océano descansaba en una inmensa calma equiparable a su infinita extensión...De modo que me sumí en un profundo sueño no exento del temor por que fuese eterno. Súbitamente caí en un pozo de oscuridad y mi conciencia quedó suspendida de canto entre el limbo y la nada hasta nublarse por completo.
Soy capaz de afirmar con rotundidad que no soñé, no concebí ninguna proyección onírica ni más fantasmagórica que la experiencia que ya sufría despierto. Simplemente había cerrado los ojos y después los había abierto. Sin notar diferencia o complicidad en mi estado de ánimo.
Desperté, o sería mejor decir, pestañeé y me encontré tumbado en mi bote frente un solitario y antiguo edificio ubicado en medio del extenso y muerto océano.
Llegando así al tercer día.

El mar descansaba suave sobre la fina línea que dibujaba el horizonte tras haber terminado de guiarme a mi destino. En tanto que una absoluta calma inundaba el lugar. Amarré el bote en el muelle y me adentré en el arcaico edificio que flotaba sobre el océano de la quietud.
El portento de tan impactante lugar en aquel lejano olvido, atravesaba mi estupefacto y tembloroso cuerpo con la misma facilidad que el profundo frío. Petrificado en la escarcha de mis huesos y el mármol de mi piel sentía rozar mis cristalizadas lágrimas confundidas con el granizo y quebradas al caer.
Dentro supe que era un sencillo hotel. Con un elegante mostrador y cómodas habitaciones. No vi a nadie, el mortal silencio era su único huésped. Sacié mi ávido apetito en el restaurante del hotel y después eché una larga cabezada en el ático del hotel, desde donde no se apreciaba tierra en el horizonte...
Al despertar me encontré con un anciano de delgada tez.
- Ya has despertado, no te quedes ahí anonadado ni tampoco mires sorprendido a los lados, sigues aquí en este hotel no estás soñando.
- ¿Usted sabe qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?
- Ya he instalado un faro en tu bote y te he preparado ropa de más abrigo, no te preocupes estarás listo para tu viaje. Has tenido suerte, no todos encuentran el hotel, otros simplemente pasan el resto de sus vidas navegando y no alcanzan su destino.
- Por favor necesito retornar a casa.
- Ah, tu casa dices...
- Sí mi añorada casa.
El anciano se colocó frente la ventana y con ojos húmedos mientras miraba el inmenso océano vaciló y preguntó.
- ¿Acaso recuerdas tu verdadero hogar?... Es curioso como el tiempo nos asesina hasta el punto de borrar por completo nuestra memoria.
Bajé con él al comedor y allí encontré un gentío sumido en el más hondo silencio, cuyos erosionados rostros marcaban la huella de la soledad.
- Es un lugar situado en medio de la nada, pero un lugar...- Habló el anciano.
-¿Qué hace aquí tanta gente?
- Todos estamos aquí por la misma razón, una razón que nos aterra recordar.
- ¿Qué?, ¿Qué razón es esa? Vamos viejo necesitó saber porqué estoy aquí atrapado con gente tan desconsolada. Dices que te aterra, es decir que sabes cómo recordar pero no quieres, dime al menos cómo...
- Cómo deshacerse de tu más preciado tesoro y qué nadie lo encuentre, sino olvidándolo en el fondo del mar.
El mar... Santo cielo de que locura hablaba aquel lastimado hombre. El mar... de verdad sería tan simple... todo este tiempo pudo haber estado escondida la verdad allá abajo, en la oscuridad que inunda mis pies. Corrí despedido hacia el muelle no sin antes tropezar con alguna persona desorbitada en su tedioso caminar. Llegué veloz al muelle e intrépido salté al fondo del océano. Nadé, nadé sin descanso despejada mi mente de ociosos pensamientos por el frío que me obligaba a nadar todavía más rápido ansioso por descubrir que locura estaba aconteciendo. Me sumergí más profundo en el hielo de mi alma y encontré en el fondo un yermo campo de lápidas que se extendía hacia el infinito.

En la más cercana leí la siguiente inscripción:

Aquí yace Luis Roberto de Ayala

Fallecido el 6 de Febrero del 2016

"Mártir del silencio"