Era un lugar, situado en medio de la nada.
Pero un lugar. Donde se ausentaran, donde los marginados tras conocerse se
olvidaran. Una noche en una habitación, otra en la de arriba pero nunca en la
misma cama. Sus erradas vidas constituían un tránsito mientras maquinaban
desorientarse en la lejanía del espacio. Pero qué otra opción les quedaba
cuando la sociedad les obnubilaba atemorizados, y comprendían que el tenue hilo
del que prendía su cariño se cortaba con
la misma facilidad con que se escariaba una oveja del rebaño. Era el castigo de
vivir mártires de su silencio condenados al éxodo de los años.
Era un lugar situado en medio del océano. Era
el mejor lugar para quienes ansiando la inmensidad viven olvidados.
Cuaderno de Bitácora
-Día 3º: No
puedo precisar la fecha exacta ni en qué circunstancias he terminado acurrucado
en este bote. Todo cuánto se es que dormía plácidamente en mi apartamento el 6
de Febrero de 2016. Hasta que de pronto el gélido estupor del viento me ha
arrancado del cálido abrazo de Morfeo. Francamente no he dudado ni por un
segundo de la veracidad de mi insólita y desconcertante situación precaria en
la que me encontraba. Tal ha sido el escalofrío, que súbitamente sentí el miedo
apoderarse de mi cuerpo sin lograr exhalar ni un solo hálito de esperanza o siquiera brindarme la oportunidad de
cuestionarme si soñaba. Sino sólo saber certeramente que había despertado
desnudo, asustado y enfermo de soledad ante el inquietante final de mi destino.
No albergo
esperanzas de mi rescate y sé que nadie me echará de menos. Sólo espero
encuentren este cuaderno que me acompaña en mi triste travesía y entiendan los
pensamientos de un ingenuo que parece haber sucumbido a una macabra broma de la
vida.
Ruego perdonen mi
descortesía por mi exceso de lirismo pero comprendan lo difícil que resulta
lidiar con las tediosas horas, sabiendo, me precipitan hacia el fondo del
olvido.
-Día 1º: Temblando
me apresuré a arroparme con prendas
que hallé en el bote. Era lo único que encontré además de dos remos y este
cuaderno ajado en el que escribo mis últimas memorias.
Era de noche y el
cielo encapotado enmascaraba las luciérnagas estrelladas en lo alto. No
conseguía distinguir la dirección del viento y me valía tan solo del inútil
esfuerzo por socavar mi aliento remando hacia ningún lugar. Dios mío cuan
gélido y extenso es el mar. Las olas arremetían bruscamente contra el bote
forzando mi recia lucha por no volcar. Mientras que la escarcha de mis pulmones
supuraba por mis pupilas sollozando el frenético y palpitante oleaje.
Al menos puedo dar
gracias al cielo por no toparme con truenos ni rayos.
-Día 2º: El
cielo por fin había despejado. Brillaba un sol espléndido y el océano
descansaba en una inmensa calma equiparable a su infinita extensión...De modo
que me sumí en un profundo sueño no exento del temor por que fuese eterno.
Súbitamente caí en un pozo de oscuridad y mi conciencia quedó suspendida de canto
entre el limbo y la nada hasta nublarse por completo.
Soy capaz de
afirmar con rotundidad que no soñé, no concebí ninguna proyección onírica ni
más fantasmagórica que la experiencia que ya sufría despierto. Simplemente
había cerrado los ojos y después los había abierto. Sin notar diferencia o
complicidad en mi estado de ánimo.
Desperté, o sería
mejor decir, pestañeé y me encontré tumbado en mi bote frente un solitario y
antiguo edificio ubicado en medio del extenso y muerto océano.
Llegando así al
tercer día.
El mar descansaba suave sobre la fina línea
que dibujaba el horizonte tras haber terminado de guiarme a mi destino. En
tanto que una absoluta calma inundaba el lugar. Amarré el bote en el muelle y
me adentré en el arcaico edificio que flotaba sobre el océano de la quietud.
El portento de tan impactante lugar en aquel
lejano olvido, atravesaba mi estupefacto y tembloroso cuerpo con la misma
facilidad que el profundo frío. Petrificado en la escarcha de mis huesos y el
mármol de mi piel sentía rozar mis cristalizadas lágrimas confundidas con el
granizo y quebradas al caer.
Dentro supe que era un sencillo hotel. Con un
elegante mostrador y cómodas habitaciones. No vi a nadie, el mortal silencio
era su único huésped. Sacié mi ávido apetito en el restaurante del hotel y
después eché una larga cabezada en el ático del hotel, desde donde no se
apreciaba tierra en el horizonte...
Al despertar me encontré con un anciano de
delgada tez.
- Ya has despertado, no te quedes ahí
anonadado ni tampoco mires sorprendido a los lados, sigues aquí en este hotel
no estás soñando.
- ¿Usted sabe qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?
- Ya he instalado un faro en tu bote y te he
preparado ropa de más abrigo, no te preocupes estarás listo para tu viaje. Has
tenido suerte, no todos encuentran el hotel, otros simplemente pasan el resto
de sus vidas navegando y no alcanzan su destino.
- Por favor necesito retornar a casa.
- Ah, tu casa dices...
- Sí mi añorada casa.
El anciano se colocó frente la ventana y con
ojos húmedos mientras miraba el inmenso océano vaciló y preguntó.
- ¿Acaso recuerdas tu verdadero hogar?... Es
curioso como el tiempo nos asesina hasta el punto de borrar por completo
nuestra memoria.
Bajé con él al comedor y allí encontré un
gentío sumido en el más hondo silencio, cuyos erosionados rostros marcaban la
huella de la soledad.
- Es un lugar situado en medio de la nada,
pero un lugar...- Habló el anciano.
-¿Qué hace aquí tanta gente?
- Todos estamos aquí por la misma razón, una
razón que nos aterra recordar.
- ¿Qué?, ¿Qué razón es esa? Vamos viejo
necesitó saber porqué estoy aquí atrapado con gente tan desconsolada. Dices que
te aterra, es decir que sabes cómo recordar pero no quieres, dime al menos
cómo...
- Cómo deshacerse de tu más preciado tesoro y
qué nadie lo encuentre, sino olvidándolo en el fondo del mar.
El mar... Santo cielo de que locura hablaba
aquel lastimado hombre. El mar... de verdad sería tan simple... todo este
tiempo pudo haber estado escondida la verdad allá abajo, en la oscuridad que
inunda mis pies. Corrí despedido hacia el muelle no sin antes tropezar con
alguna persona desorbitada en su tedioso caminar. Llegué veloz al muelle e
intrépido salté al fondo del océano. Nadé, nadé sin descanso despejada mi mente
de ociosos pensamientos por el frío que me obligaba a nadar todavía más rápido
ansioso por descubrir que locura estaba aconteciendo. Me sumergí más profundo
en el hielo de mi alma y encontré en el fondo un yermo campo de lápidas que se
extendía hacia el infinito.
En la más cercana leí la siguiente
inscripción:
Aquí yace Luis Roberto de Ayala
Fallecido el 6 de Febrero del
2016
"Mártir del silencio"