Nocturno Secreto

domingo, 24 de abril de 2016

La Red Mística



 No hubo llantos ni tampoco dolor, un nuevo ángel había nacido. Tampoco hubo madre que le acurrucara en su regazo ni padre que esperara con ansiedad su llegada. Pero desde luego hubo amor. Todo aconteció de la manera más bella y radiante como la luz del crepúsculo al amanecer. Tan solo el destello de una intensa emoción, eco que retumbó en el universo y el ángel se creó.
Su alma, esencia de todo inmortal, nadó en un mar de energía donde cada ola traspasaba su esencia y experimentaba una nueva y distinta emoción.
No estaba solo, existían otras entidades idénticas a él que crecían con el sabor de cada sentimiento. Llenando el vacío de la fría y oscura realidad que era entonces el universo. Un hondo negro manto sin astros ni constelaciones, sin belleza.
Aquellos entes abstractos que eran los ángeles fluían en la soledad del cosmos en compañía de sus intensas palpitaciones que originaba el ser.
Todos los ángeles se enlazaban entre sí como una red mística que crecía en intensidad y vigor dando forma al universo. Sin embargo nuestro ángel, permanecía aislado del resto. Muchos ángeles habían intentado la unión con él pero existía una fuerza que terminaba desgarrando la unión espiritual y el ángel continuaba solo. Lo extraño era que aquella fuerza procedía del mismo ángel. Una fuerza que emergía dañina para los demás seres. La unión con él significaba experimentar una constante lasitud y dolor sufriendo el más vacío de los sentimientos. De modo que el ángel vivía igual que nació, solo. La compañía de los demás terminó atormentándole temiendo destruir los mismísimos cielos.
Mientras los demás crecían en armonía y felicidad alcanzando la madurez de la realización, el ángel abrió un nuevo nexo en la realidad que duplicaría sus miedos y sus cada vez más diminutas esperanzas. Cayó en una prisión inmaterial, en el fantástico mundo de las ensoñaciones donde se refugiaría de la verdad del cosmos.
 Allí en aquel inhóspito lugar acrecentó su odio hacia el resto de seres. Veía desde aquel apartado mundo como los demás ángeles crecían en madurez y traspasaban la realidad espiritual convirtiéndose en la luz estelar que alumbraba los cielos. Una torrencial lluvia de estrellas que adornaba el universo. Pero nuestro ángel continuaba recluido del fulgor de la belleza.
Hasta que tras siglos de soledad comenzó a ser consciente de una idea. De una maravillosa presencia que los demás ángeles cegados de felicidad no alcanzaban a comprender.  Supo del auténtico significado de la red mística y vio con mayor claridad y belleza que cualquier ser la figura de una Diosa. Aquella divinidad significaba el primer rayo de sus casi desvanecidas esperanzas y comenzó a idolatrar a la Diosa.
Al principio estaba maravillado pues creía en un propósito para su dolor tras existir tal magnificencia y milagro.  Su rostro era el mayor regalo que podían ofrecerle sus ojos y observarla limpiaba sus turbias emociones pues se crecía con cada tramo de su perfección.
Cayó enamorado de la Diosa, pero tantos años de rencor y sufrimiento convertían su amor en un capricho. La adoraba como nunca nadie había adorado a un dios y cuanto más la idolatraba más la deseaba para él solo. ÉL se creía merecedor de su amor pues solamente él se había percatado de su existencia y ello creía darle un absoluto derecho a poseerla.
De todo esto se dio cuenta la Diosa y tras ver a través de sus oscuros sentimientos decidió castigarle. Provocando un gran desgarramiento en el universo.
De un mundo infinito y sin límites le condenó por su egoísmo a la finitud de la muerte, a vagar sin estrella que le guiase, con forma y mente a través de la constante e incesante búsqueda y a la vez inalcanzable ansia humana de la perfección.  
Sin embargo para la sufrida alma de nuestro ángel significó un consuelo y una bendición de su amada Diosa.



























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