I
Enternecido en mi melancolía
jugaba a desprenderme de las palabras,
las mismas que deforman mi alma,
que cristalizan mi corazón en eterna poesía.
Y en esa deformación de mi apariencia
el dolor semejaba un sentimiento rasgado de alegría.
Busqué en mi interior la esencia
que poblada de enamorada nostalgia
lloraba palabras que de mi estima se desprendían.
Como hilos que enhebran el mediodía
alcancé un cielo tapizado de clarividencia,
mas el brillo del sol ya despuntaba
y la eternidad en el cielo reina sin armonía.
De todo esto mi espíritu consentía en divagaciones
por encontrar la entrada del laberinto.
Ya que fragmentado en ensoñaciones
buscaba el libro que había en el centro de ese recinto.
La verdad que inspira mi deseo,
el amor por el que soy reo.
II
¿Cuál fue mi sorpresa al atravesar la entrada?
que hallé un mar que plegaba las olas como temor y rabia.
Estas formaban los muros que retorcían el secreto
y yo cortado, cohibido, callado y vacío me acongojaba.
En ese mar de vértigo que semejaba océano
luché por no ser esclavo y no quedarme quieto.
Nadé desorientado, sin brújula, ni mapa
sólo con el rumor de la espumosa agua.
Y lloré ese largo, profundo y ancho océano de mi lamento
que me inspiraba aquel temible mar inquieto.
El tiempo cayó sobre mi mente,
las agujas de su reloj inexorable
se clavaron en mi cuerpo cansado,
y me ahogué dentro del mar sin ánimo.
Allí residí estancado… no diré cuántos años…
Fueron tan largos que las flores de su fondo se marchitaron
y el embravecido mar se había secado.
No quedaba más flora que la de mi corazón apenado.
Sólo mi soledad daba sentido a mi llanto.
Caminé por el desierto sendero de arena,
esta vez con mayor desesperanza,
porque no encontraba camino en mi andanza,
sólo desgastada y errada senda.
III
El tormento de una desquiciada sed
se angostó en mi garganta
que sólo probaba amarga hiel.
De pronto un río de intensos destellos
dibujaron la estela que debían seguir mis pasos.
Y como rayo que incendia un árbol
alcancé una fuente de frescos incendios.
Allí se apareció un ángel con forma femenina y con alas
teñidas de plumas negras y blancas.
Vestida con colores como fuego
y con ojos de sentimientos indescifrables y bellos.
Aquel ángel que calmaba mi sed sólo con la mirada
me ofreció leer del libro de mi alma
si conseguía descifrar sus ojos como cielos.
Tan apasionados y sorprendidos fulguraban
que temía resolver el acertijo de su mirada,
pues casi prefería sus destellos a mis secretos.
El ángel me hechizaba con su sonrisa
mientras me perdía en el delirio de perderme.
Tan enamorado me enajenaba.
Yo conocía el secreto de sus preciadas alas,
anhelaba a la vez que temía la gama de su vestido,
Su pelo largo me embriagaba sin asilo,
todo ello vibraba en el diamante de sus pupilas,
pero de aquellos dos tesoros
¿cómo descifrar sus brillantes sentidos?
IV
Caí de rodillas asustado y casi rendido
porque comprendí el misterio de sus ojos.
¿Cómo confesar lo que representaban?
Parecían dos amaneceres que llenaban de placer el corazón,
mas no creía en sus etéreas nubes o profundos abismos,
porque sólo creía en la vida como una desgastada ilusión,
como una fe que merece ser desmentida de la razón.
Por ello no me atrevía a descifrarlos,
sino a silenciarlos, negarlos, callarlos en mi interior.
Por ello permanecía arrodillado,
sólo así reprimía que significaban...
Él ángel aguardaba mi respuesta.
“Amor es el secreto que esconden tus ojos”,
dije tratando de ganar entereza.
“Lo sé porque no tengo miedo de mirarte
y de descifrar tu belleza,
pues que sean amor es lo que veo,
y lo consigo porque lo deseo con mi corazón.”
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