Hay un
cántaro de lágrimas guardado de mi corazón en el hueco. Hay un charco de nostalgia,
hay un mar, un océano. Hay en el templo de mi alma una estatua esculpida en
tristeza de frío mármol. Hay un cristal, no un espejo, un cristal puro,
cristalino y diáfano. Un transparente cristal empañado de mi soledad. Hay motas
de polvo que ensucian la realidad por cada una de mis palabras. Hay telarañas en el trastero de mi cabeza tejiendo cada pensamiento, hilando mis recónditos
recuerdos, enredando en maraña mi sumisa y esclava identidad. Hay un noctámbulo
bebiendo de un río de melancolía, es un vagabundo que duerme junto al río
debajo del puente que conecta con la alegría. Hay un hondo sopor en la nocturna
atmósfera, en mis oscuras pupilas y en la vida que descansa envuelta en el
negro manto de la negra muerte. Hay resistencia contra la negra muerte, dolor
en la abierta cicatriz que se traga mi vida.
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