Terminar de escribir
abre comienzo a un inagotable vacío. De niño experimentaba el vacío por
cuestiones nimias. En general por la preocupación de no saber en que invertir
mi tiempo. Lo cierto es que siempre me ha perseguido el maldito dolor burgués,
la pesada tristeza aristócrata y la urgente necesidad de sentir en mi corazón
suaves caricias, entregarme al cálido abrazo del cariño. Termino de escribir y
la realidad me envuelve en suciedad, infecta el polvo la alegría que respiro. Y
los peores momentos son cuando no tienes nada que decir. Cuando tus palabras se
repiten y la mímesis de la técnica se burla de tu ingenio gritándote “Hoy no eres un poeta niño, tu musa, se ha
hartado, ya no quiere estar contigo” Ni siquiera mis poemas me echarán de
menos...
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