(Primera parte de "El carro de Helios") : Nocturno Secreto: El carro de Helios
-He caído al abismo del Hades. Me prometí a mí mismo que dejaría libre a los caballos cuando condujese el carro de Helios, pero, en su lugar, he intentado dominarlos. He faltado a la promesa de felicidad que me ofrecía el destino. Ahora entiendo que nadie, ningún ser humano está preparado para conducir el carro. Cuando me he visto en la cima, contemplando el cosmos, el miedo a perder tan maravillosa visión me ha empujado a maniobrar las riendas. Pero ha sido inútil, he perdido el control de mi destino y he sido castigado a caer al fondo del inframundo. Del destello de aquella felicidad, que vislumbré en mi sueño, solo queda la ilusión. La imperfección dolorosa que ha dado respuesta estéril a la duda de si merecía la pena. El carro de Helios se ha destruido, los caballos han huido perdiéndose en las yermas llanuras nubladas por la bruma del inframundo.
- ¿Tan pronto te rindes? ¿Después de que los dioses te confirieran el don de salvar a Ítaca y de poseer la belleza?
- No me conferisteis ningún don. Ahora lo entiendo, fui lo suficientemente estúpido como para creérmelo, pero la realidad es que solo soy un humano que necesita de la ayuda de los dioses para dar luz a mi ingenio. Nada, ningún mérito de mis obras ha recaído en mí. Acosé al tiempo anticipándome al destino; me vestí con los ropajes de Dionisos para tan solo caer en el ridículo de mi propia embriaguez. Ítaca solo ha sido una ilusión de mi enfermiza mente. Mi futuro con esa mujer, Penélope, es una sombra que me repele con su oscuridad. He confundido tragedia con comedia y ahora, muchísimo antes de lo que cuentan las profecías, solo me queda vestirme con las prendas de la pobreza, para regresar derrotado a mi hogar.
- El camino que ofrecemos los dioses nunca es sencillo.
- No, es cierto, es escarpado, cansado, agobiante, incierto, pone a prueba todo el potencial del intelecto amarrándonos a las cavernas de las que nacemos. Pero yo ya no creo en mí mismo, al igual que tampoco creo en mi futuro en Ítaca o en el amor recíproco de la mujer que amo. La verdad es que todo se asemeja a una vana y vulgar apariencia. Pidiendo libertad y gloria me he cegado con la luz de Apolo. Me han engañado los rayos de Zeus creyendo vislumbrar a Apolo en sus destellos. Ahora existo atrapado en la tormenta de los cielos.
- Los Dioses todavía confiamos en ti, Ulises, se te ofreció conducir el carro de Helios porque sabíamos que tú descubrirías el secreto para poder conducirlo. Has pecado de imprudente y ambicioso, pero eres consciente de tu mal y vencer esos dos males es erigirte como un sabio en la victoria.
- O podría sucumbir a esos males. La imprudencia y la ambición son los dos vicios de la tiranía. No, si debo vencer esos males será huyendo para evitarlos, porque en mi corazón no queda espacio para la fortaleza, se ha quebrado después de que perdiera el control del carro de Helios. El cáliz de la ilusión se ha hecho añicos. El destino puede que exista, pero no deseo que sea el delirio quien funde mi camino.
- Si de verdad pensaras que es un delirio no estarías aquí, hablando con los dioses. Veo en tus ojos una esperanza.
- Esa esperanza solo es el sentimiento de mi inconsciencia, la naturaleza irrevocable de mi corazón. Soy humano y no puedo renegar de esa naturaleza. Pero no tiene sentido que yo sea el elegido por los dioses. No tiene sentido que mi futuro esté destinado al lado de ella. Tal y como yo lo veo, no es derrota o rendición, sino la victoria que me coronaría con el equilibrio de mi mente. Debe de ser otro Ulises aquel a quien buscáis. Yo solo soy un joven con delirios de grandeza, solitario y apático.
- ¿Y piensas rendir batalla contra el destino?
- Pienso recuperar mi cordura. Si realmente fuese mi destino, entonces no tengo de qué preocuparme. Pero no soporto seguir viviendo esperando un mañana que nunca alcanzo. Restauraré el carro de Helios, domaré a los caballos que han escapado, pero no pienso volar más alto que el propio suelo. Ya veo aquí, en el inframundo, la cantidad de almas que sufren por pretenderse grandiosos. Repararé el daño, pero demasiado tarde para reparar mi propio daño. Vosotros, los dioses, poseéis y prometéis la belleza porque nada puede heriros, sois inmortales, pero los mortales pagamos caro nuestros errores. La belleza nos hiere y esa herida, a veces es demasiado honda, tanto como para no querer poseer la belleza de nuevo.
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