-Entonces ¿por qué no aceptas el
regalo que te ofrecen los dioses?
-Porque estoy asustado. Noto como
me alieno y ahora mis pensamientos me pertenecen más que mis sentimientos. Mi
corazón sufre una contradicción que me corta en tristeza. Quiero entregarme con
todo mi deseo y que me posea la belleza de este mundo. Quiero ser feliz, ahora
que entiendo realmente la felicidad. Despertarme cada mañana con la felicidad a
mi lado y acostarme con la pasión de su delirio. No sueño en otra cosa. Pero he
despertado. Lo que antes era una obsesión ahora solo me mece plácidamente con
la pavorosa voz del paso del tiempo.
-Los dioses te han ofrecido el
mayor don. Muchos lo han anhelado con toda su alma. Conducir el carro halado
del dios helios y contemplar en persona el misterio del cosmos.
-¿Y si resultase que no puedo
aceptar el obsequio, aunque ese obsequio fuese lo más preciado? Muchos lo
desean pero también existen quienes lo lograron y se cómo acabó. Nadie ha
conseguido dirigir el carro sin evitar que sus llamas arrasaran la tierra. Yo
no quiero ser responsable de esa tragedia. No quiero alterar el orden ni la
armonía de este mundo. Una vez me perdí a mí mismo hasta el punto de querer
gobernar como un tirano en Ítaca.
- Atenea te ha confiado su
conocimiento porque ha visto en ti la misma sabiduría que algún día derrotará a
Troya y traerá la paz a la ciudad de Ítaca.
-No creo en el destino. Lo que me
cuentas parece la voz de un loco fantasioso, un delirio peligroso que ningún
imprudente se atrevería a creer. La megalomanía y la ambición son los padres de
la miseria y el sufrimiento.
-Dices no creer en el destino
¿entonces por qué sí afirmas creer en los dioses hablando con ellos?
-Porque necesito consejo,
comprender mis sentimientos. Quiero entregar toda mi conciencia y pasión a ese
sueño del que te he hablado al comienzo. Mi felicidad ya no me pertenece pero
sí el miedo. Ahora que he despertado de ese maravilloso sueño me asusta la
realidad. No creo estar preparado para contemplar la verdad de este mundo a los
ojos.
-Pero por dentro lo ansías.
-No sé qué es lo que ansío.
Recuerdo el sueño y me siento renacer, pero no soy ingenuo ¿Cómo voy a creer en
la perfección? Y si en realidad no es perfecto, quiere decir que no es real y
solo fue un sueño.
- Dime ¿Ves arriba en el cielo al
sol?
-No, veo como resplandece, pero
nunca he visto claramente al sol, no puedo porque mirarlo me ciega.
-Dicen en un diálogo que Homero
quedó ciego después de contemplar la belleza, y que desde entonces, buscó en la
poesía recuperar la visión de todo lo que había perdido. Todo lo que es bello
en este mundo no es perfecto. De lo contario no nos importaría. Es necesario
que la belleza, que no es perfecta, nos hiera hondo para poder aprender a amar.
Así, el sol jamás brillaría con toda su intensidad si no fuese su intensidad la
fuerza misma de todo lo que está vivo. No voy a mentirte, aquella perfección de
la que hablas fue un sueño. Pero creo que la belleza que contemplaste fue
demasiado real e intensa. Tan intensa que el precio a pagar ha sido perder la
perfección.
-Entonces mi temor es cierto, si
no ha sido perfecto, no es eterno ¿y si aquella felicidad se ha acabado? ¿Y si
porque ya no es perfecto ya no soy capaz de sentir?
-La belleza en sí, aquella que es
ideal y no ocupa un lugar en este mundo es perfecta y eso es lo que has aprendido
en tu sueño. Pero la belleza que participa de los seres, la que nos hiere por
ser real es la que nos importa y por tanto merece nuestro temor. ¿Quieres saber
si además merece la pena? Lo sabrás si logra que encuentres el valor para
contemplar la verdad a los ojos. Todo lo que es verdaderamente importante
merece de nuestro temor y por tanto también de nuestro valor.
-Creo que voy a aceptar vuestro
obsequio.
-¿Cómo te has decidido de
repente?
-Porque creo haber entendido cual
es el sino de este mundo y el medio para no caer derrotado cuando conduzca el
carro de helios. Antes me atormentaba vuestro mandato porque no me creía en
verdad digno de ello. He entendido que el carro de helios es ingobernable; el
hijo de Helios sucumbió y arrasó la tierra, pero yo no pereceré porque sé que
es ingobernable. No perderé el tiempo tratando de controlar a los caballos y
los dejaré libres. Puede que sea cierto y el destino exista; sin embargo,
todavía hoy comprendo que ese destino depende de nosotros. Lo sé porque siento
temor y ese temor me suplica que encuentre el valor para luchar por lo que me
importa. Creo en esa belleza de la que hemos hablado. Gracias.
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