El sol destellaba en los
reflejos acristalados de las mesas. La cafetería, elegante y cómoda, recibía a
sus clientes con el acogedor aroma a café. El frío desnudaba el calor de las
personas, que acariciaban sus manos en las ardientes tazas con el café
humeante. El viento soplaba entre el íntimo silencio de la mañana y arrastraba
sueños y promesas. El sol, gélido en el cristal, despertaba a los dormidos clientes
sentados en la terraza.
Entre las personas que
desayunaban en aquella envidiable cafetería de dulces donuts, ricos bollos
rellenos y suaves cafés con leche, destacaban dos amigos que coincidían
felizmente todas las mañanas y felizmente sorbían sus cálidas tazas,
acompañados de una profunda y alegre charla.
-Me alegro de verte
Javier, en serio, lo primero que he pensado esta mañana al levantarme es en las
ganas que tenía de sentarme aquí, en esta silla junto a esta mesa de siempre en
frente de mi más leal compañero.
Javier se rio alagado del
comentario de su amigo y respondió con idéntico entusiasmo.
-¿Sabes Marcos, que
siempre dices lo mismo cuando nos encontramos en esta cafetería? Pero es
cierto, jamás sería capaz de reprochártelo, yo también disfruto de nuestras
conversaciones.
Marcos también rio,
jovial y exaltado, no parecía que necesitara como los demás de una caliente
taza de café, ni mucho menos helaba el viento sus rosadas mejillas sonrientes.
-Claro, porque este
sitio es perfecto –hablaba Marcos dejándose llevar por el entusiasmo y el
placer de relacionarse- Es la mejor manera de relajarse antes de empezar a
trabajar ¿no crees? De verdad, no entiendo a la gente que no le gusta madrugar
para aprovechar el tiempo. No me extraña que luego acudan al trabajo
estresados.
Como siempre, Marcos
conversaba muy seguro de sí mismo y también de su filosofía de vida. Javier,
como era habitual en él, le respondía con recurrentes argumentos que no dejaban
de dar la razón a todo lo que expresaba, siempre con alegre inocencia, su
admirable amigo Marcos.
-Claro que también
entiendo que hoy en día, tal como se comprende la función social del trabajo,
acuda la gente estresada a trabajar ¿no crees? -Rectificaba elegantemente
Marcos con ánimo de explayar la conversación.
Javier asentía y
reafirmaba la opinión de Marcos con sus comentarios.
-Yo en cambio admito
que he sido afortunado –Hablaba contento Marcos- Tengo el trabajo de mis sueños
que consiste, como tú bien sabes Javier, en ayudar a la gente. Les ayudo a
resolver sus problemas económicos y hago un servicio a la sociedad. Como
debiera ser todo tipo de trabajo, ¿No crees? –Hizo una pausa para permitir que
Javier le contestara y tras la aceptación de su amigo prosiguió con su
discurso- Además soy buena persona, al menos tengo la fortuna de que la gente
me considera buena persona, vamos, es cierto que yo por mi mismo tengo la
conciencia tranquila pero siempre hay que ser modesto, ¿No es cierto? Mira, yo
tengo la conciencia tranquila y gozo de la buena fortuna, como ya he mencionado
antes, de ostentar la buena opinión de la gente.
-Por supuesto Marcos
–Hablaba con sinceridad Javier- todos los que te conocemos, sabes que te
apreciamos.
Marcos esbozó una
modesta sonrisa de complacencia.
-Y yo también os
aprecio a vosotros, Javier. Además os lo agradezco todos los días, en serio no
podría ser feliz sin vuestra compañía.
-Gracias Marcos, pero
explícamelo por favor ¿ocurre algo? hoy te noto… más exaltado de lo que
acostumbras ¿es por alguna razón?
-Ah no sabes cuanto me
alegra que me lo preguntes, en serio me alegra mucho, porque de verdad no sabía
cómo sacar a relucir el tema. Todo se remite a que ayer por la tarde tuve una
revelación acerca de la felicidad. ¿Sabes? me gusta mi vida y por lo que he
podido comprobar a ti también te gusta tu vida. Somos afortunados y vaya es una
desgracia que no todo el mundo lo sea, en esta vida hay injusticias muy graves,
demasiado graves. Pero tú y yo somos felices. Y ¿Por qué somos felices? Bueno
es cierto que hemos sido afortunados al nacer, la verdad, no creo que haya que
sentirse culpable por algo así. Pero hemos logrado hacer algo de provecho con
nuestras vidas y dedicamos nuestras vidas al servicio de los demás. Votamos al
partido que consideramos que más ayuda a la sociedad, sacrificando todos los intereses
que nos resultan caprichosos, ayudamos a nuestros vecinos, amigos y familia.
Nos gusta ser sinceros, serviciales, honestos y aceptamos pagar por nuestros
errores. De hecho no lo digo solo yo, me lo confirma también la buena opinión
de la gente. Yo se que tú recuerdas varios errores que he cometido. Pero dímelo
Javier, ¿alguna vez me he mostrado intolerante contigo o presuntuoso y no he
sabido rectificar después disculpándome y compensándote por mi error?
-Nunca Marcos, eres un
buen amigo.
-Exacto, gracias Javier
tú también eres un excelente amigo, te aprecio mucho. Pero a lo que iba, Yo
creo que uno de mis errores más graves es, y aquí es donde me he dado cuenta de
la relevancia de mi hallazgo, es que si yo me esfuerzo por tomar el camino
correcto y no deseo ser superior a los demás, es porque me gusto a mí mismo.
Así es, porque me quiero y conozco el placer que se siente al quererse uno
mismo, tanto como se pueda querer a un gran amigo –Hablaba Marcos señalando a
Javier- o a la familia, deseo entonces que los demás también se quieran así
mismos. Si Javier, mi principal defecto es, y fíjate bien que lo reconozco, que
considero atractivo el narcisismo –Terminó de hablar respirando hondamente y
añadió- Pero esa es la paradoja de la felicidad.
-Claro, entiendo a qué
te refieres –Habló Javier emocionado por el tema- razonas que no es igual estar
enamorado de uno mismo que elaborar una impresión irreal de quienes somos.
-Bravo Javier, bravo.
¿Sabes lo que acabas de hacer? Acabas de resolver la paradoja.
Al día siguiente Javier
se despertó temprano y se detuvo a contemplar el paisaje de su ventana. El
cielo estaba nublado y la luz moría en la palidez del reflejo de los cristales.
El frío continuaba helando el aliento y el corazón de las personas. El viento traía
consigo el recuerdo de años lejanos y el silencio llenaba la mañana. El timbre
del teléfono interrumpió el rostro pensativo de Javier sorprendiéndole. Caminó calmado,
a través del pasillo de su casa, hasta alcanzar el teléfono con incómodo aire
de extrañeza. Cuando descolgó el teléfono recibió la triste noticia seguida de
un silencio sepulcral. Marcos había muerto, se había suicidado.
La noticia conmocionó a
Javier que se sentó, pálido y con la mirada perdida, sobre el negro sofá de su
casa. El silencio de su hogar acompañó la presión de su pecho que le oprimía en
una pausada pero latente angustia. Conforme asimilaba la noticia, el dolor iba
moldeando capas de tristeza en su corazón. Se quedó quieto, con los ojos fijos
en un insignificante punto, invisible a su consternada conciencia y se abandonó
allí mismo; dejándose aplacar por el peso del tiempo.
Aquel día Javier
rechazó el plan de acudir a trabajar. Se preparó para salir a la calle y se
dirigió hacia la misma cafetería, donde el día antes Marcos le había hablado
con aparente felicidad. Javier no conseguía entenderlo. Maltrataba su mente
repasando la conversación del día anterior, analizando los gestos de Marcos,
sus sonrisas, sus palabras y su inesperado entusiasmo, y en nada conseguía
hallar la explicación de, a Javier le dolía recordarlo, su repentino suicidio.
Entró en la casa que
ahora solo pertenecía a la esposa de Marcos y hablaron tratando de apoyarse
mutuamente, tratando al menos de comprender.
¿Cómo era posible? Si Marcos
siempre había sido feliz. Siempre relataba una sonrisa en sus palabras y con su
jovial entusiasmo animaba a todo el mundo. Aquella no era una felicidad falsa,
era real. Una felicidad de la que todo el mundo se sentiría orgulloso, era
incluso, una felicidad que todo el mundo envidiaría. Repasaron toda su vida, al
menos, toda la vida que conocían de Marcos y se veían incapaces de hundirse por
culpa de algún escollo. Era una vida admirable, una vida que Marcos nunca
dudaba de calificar como perfecta. Siempre se levantaba cada mañana y se
contemplaba frente al espejo y el espejo le deseaba un feliz día, mostrándole
una radiante sonrisa.
Recordaron la filosofía
que profesaba Marcos, no se cansaba de repetir en sus conversaciones, cómo la
clave de su éxito, la clave de que hubiera logrado un puesto como
directivo en su empresa, de que siempre hubiera conseguido ser el número uno en
todo lo que se proponía, de que viviera con su conciencia tranquila dedicando
su vida al cuidado de los demás, todo aquello se debía al sentimiento de
adoración de sí mismo que había cultivado con devoción. No, era imposible que
Marcos se suicidase, Marcos, más que ninguna persona que cualquiera hubiera
conocido, se quería y como consecuencia quería también su vida. Era, recordaba
Javier, tal como le gustaba bromear a Marcos, la extraña paradoja de la
felicidad, conseguir mediante un caprichoso defecto una de las mayores virtudes.
Javier regresó por la
noche a su casa, decepcionado y abatido sin ninguna respuesta. Cogió el correo
que había olvidado aquella mañana y entonces descubrió que había un paquete
perteneciente a Marcos. Al parecer se lo había enviado antes de suicidarse.
Javier se sobresaltó y de los nervios se le resbaló el paquete al suelo
oyéndose un crujido; idéntico al sonido de un cristal al quebrarse.
Sobre el paquete había
una carta escrita por Marcos.
Javier, no sabes cuanta vergüenza me da reconocer esto. Lo siento de
veras, pero es tan grande mi vergüenza que no me atrevo ni siquiera a
escribírtelo en esta carta. Te he enviado este espejo con la esperanza de que
puedas entenderlo, lamento si a ti y al resto del mundo os pueda parecer un
motivo pueril. De verdad que lo lamento.
Javier suspiró soltando
el aire que le angustiaba en su pecho. Abrió el paquete y contempló su reflejo,
cortado por la cicatriz del espejo que él había estropeado. Miró fijamente,
como quién busca penetrar en lo hondo de un profundo enigma, pero constantemente
le frenaba la imagen superficial de su reflejo. Entonces fue cuando gracias al
corte del espejo resolvió el misterio. Se sintió orgulloso de sí mismo pero al
poco tiempo penosamente deprimido.
Se imaginó a Marcos,
fiel a su ideal de adoración, buscando contemplarse cada mañana frente a aquel cristal. Pero Javier, que miraba aquel espejo roto, solo alcanzaba a contemplar
su reflejo y nunca a él mismo. En verdad nunca había visto su propio rostro
directamente, tal cual era en realidad. Siempre había necesitado de la irreal
impresión de su reflejo para conocerse y sintió entonces un claustrofóbico
temor. Un sentimiento similar al que debía haber sentido Marcos al contemplarse
por última vez. Imaginó su trágica frustración. Una persona que había dedicado
toda su vida a la contemplación narcisista de sí mismo y en el último instante
de su vida, comprendía que jamás se había adorado a sí mismo fielmente. Pero
Javier alcanzaba a entender algo más, entendía su soledad y la horrible prisión
de vacío en que se había convertido de pronto su vida. Siempre había dicho que
era feliz porque se adoraba y sin embargo, Marcos había descubierto que aquella
felicidad no era más que una felicidad de cristal. Una felicidad igual de
frágil que aquel espejo. Fuera del cristal no había nada.
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