Nocturno Secreto

domingo, 24 de febrero de 2019

Una felicidad de cristal


El sol destellaba en los reflejos acristalados de las mesas. La cafetería, elegante y cómoda, recibía a sus clientes con el acogedor aroma a café. El frío desnudaba el calor de las personas, que acariciaban sus manos en las ardientes tazas con el café humeante. El viento soplaba entre el íntimo silencio de la mañana y arrastraba sueños y promesas. El sol, gélido en el cristal, despertaba a los dormidos clientes sentados en la terraza.
Entre las personas que desayunaban en aquella envidiable cafetería de dulces donuts, ricos bollos rellenos y suaves cafés con leche, destacaban dos amigos que coincidían felizmente todas las mañanas y felizmente sorbían sus cálidas tazas, acompañados de una profunda y alegre charla.
-Me alegro de verte Javier, en serio, lo primero que he pensado esta mañana al levantarme es en las ganas que tenía de sentarme aquí, en esta silla junto a esta mesa de siempre en frente de mi más leal compañero.
Javier se rio alagado del comentario de su amigo y respondió con idéntico entusiasmo.
-¿Sabes Marcos, que siempre dices lo mismo cuando nos encontramos en esta cafetería? Pero es cierto, jamás sería capaz de reprochártelo, yo también disfruto de nuestras conversaciones.
Marcos también rio, jovial y exaltado, no parecía que necesitara como los demás de una caliente taza de café, ni mucho menos helaba el viento sus rosadas mejillas sonrientes.
-Claro, porque este sitio es perfecto –hablaba Marcos dejándose llevar por el entusiasmo y el placer de relacionarse- Es la mejor manera de relajarse antes de empezar a trabajar ¿no crees? De verdad, no entiendo a la gente que no le gusta madrugar para aprovechar el tiempo. No me extraña que luego acudan al trabajo estresados.
Como siempre, Marcos conversaba muy seguro de sí mismo y también de su filosofía de vida. Javier, como era habitual en él, le respondía con recurrentes argumentos que no dejaban de dar la razón a todo lo que expresaba, siempre con alegre inocencia, su admirable amigo Marcos.
-Claro que también entiendo que hoy en día, tal como se comprende la función social del trabajo, acuda la gente estresada a trabajar ¿no crees? -Rectificaba elegantemente Marcos con ánimo de explayar la conversación.
Javier asentía y reafirmaba la opinión de Marcos con sus comentarios.
-Yo en cambio admito que he sido afortunado –Hablaba contento Marcos- Tengo el trabajo de mis sueños que consiste, como tú bien sabes Javier, en ayudar a la gente. Les ayudo a resolver sus problemas económicos y hago un servicio a la sociedad. Como debiera ser todo tipo de trabajo, ¿No crees? –Hizo una pausa para permitir que Javier le contestara y tras la aceptación de su amigo prosiguió con su discurso- Además soy buena persona, al menos tengo la fortuna de que la gente me considera buena persona, vamos, es cierto que yo por mi mismo tengo la conciencia tranquila pero siempre hay que ser modesto, ¿No es cierto? Mira, yo tengo la conciencia tranquila y gozo de la buena fortuna, como ya he mencionado antes, de ostentar la buena opinión de la gente.
-Por supuesto Marcos –Hablaba con sinceridad Javier- todos los que te conocemos, sabes que te apreciamos.
Marcos esbozó una modesta sonrisa de complacencia.
-Y yo también os aprecio a vosotros, Javier. Además os lo agradezco todos los días, en serio no podría ser feliz sin vuestra compañía.
-Gracias Marcos, pero explícamelo por favor ¿ocurre algo? hoy te noto… más exaltado de lo que acostumbras ¿es por alguna razón?
-Ah no sabes cuanto me alegra que me lo preguntes, en serio me alegra mucho, porque de verdad no sabía cómo sacar a relucir el tema. Todo se remite a que ayer por la tarde tuve una revelación acerca de la felicidad. ¿Sabes? me gusta mi vida y por lo que he podido comprobar a ti también te gusta tu vida. Somos afortunados y vaya es una desgracia que no todo el mundo lo sea, en esta vida hay injusticias muy graves, demasiado graves. Pero tú y yo somos felices. Y ¿Por qué somos felices? Bueno es cierto que hemos sido afortunados al nacer, la verdad, no creo que haya que sentirse culpable por algo así. Pero hemos logrado hacer algo de provecho con nuestras vidas y dedicamos nuestras vidas al servicio de los demás. Votamos al partido que consideramos que más ayuda a la sociedad, sacrificando todos los intereses que nos resultan caprichosos, ayudamos a nuestros vecinos, amigos y familia. Nos gusta ser sinceros, serviciales, honestos y aceptamos pagar por nuestros errores. De hecho no lo digo solo yo, me lo confirma también la buena opinión de la gente. Yo se que tú recuerdas varios errores que he cometido. Pero dímelo Javier, ¿alguna vez me he mostrado intolerante contigo o presuntuoso y no he sabido rectificar después disculpándome y compensándote por mi error?
-Nunca Marcos, eres un buen amigo.
-Exacto, gracias Javier tú también eres un excelente amigo, te aprecio mucho. Pero a lo que iba, Yo creo que uno de mis errores más graves es, y aquí es donde me he dado cuenta de la relevancia de mi hallazgo, es que si yo me esfuerzo por tomar el camino correcto y no deseo ser superior a los demás, es porque me gusto a mí mismo. Así es, porque me quiero y conozco el placer que se siente al quererse uno mismo, tanto como se pueda querer a un gran amigo –Hablaba Marcos señalando a Javier- o a la familia, deseo entonces que los demás también se quieran así mismos. Si Javier, mi principal defecto es, y fíjate bien que lo reconozco, que considero atractivo el narcisismo –Terminó de hablar respirando hondamente y añadió- Pero esa es la paradoja de la felicidad.
-Claro, entiendo a qué te refieres –Habló Javier emocionado por el tema- razonas que no es igual estar enamorado de uno mismo que elaborar una impresión irreal de quienes somos.
-Bravo Javier, bravo. ¿Sabes lo que acabas de hacer? Acabas de resolver la paradoja.

Al día siguiente Javier se despertó temprano y se detuvo a contemplar el paisaje de su ventana. El cielo estaba nublado y la luz moría en la palidez del reflejo de los cristales. El frío continuaba helando el aliento y el corazón de las personas. El viento traía consigo el recuerdo de años lejanos y el silencio llenaba la mañana. El timbre del teléfono interrumpió el rostro pensativo de Javier sorprendiéndole. Caminó calmado, a través del pasillo de su casa, hasta alcanzar el teléfono con incómodo aire de extrañeza. Cuando descolgó el teléfono recibió la triste noticia seguida de un silencio sepulcral. Marcos había muerto, se había suicidado.
La noticia conmocionó a Javier que se sentó, pálido y con la mirada perdida, sobre el negro sofá de su casa. El silencio de su hogar acompañó la presión de su pecho que le oprimía en una pausada pero latente angustia. Conforme asimilaba la noticia, el dolor iba moldeando capas de tristeza en su corazón. Se quedó quieto, con los ojos fijos en un insignificante punto, invisible a su consternada conciencia y se abandonó allí mismo; dejándose aplacar por el peso del tiempo.
Aquel día Javier rechazó el plan de acudir a trabajar. Se preparó para salir a la calle y se dirigió hacia la misma cafetería, donde el día antes Marcos le había hablado con aparente felicidad. Javier no conseguía entenderlo. Maltrataba su mente repasando la conversación del día anterior, analizando los gestos de Marcos, sus sonrisas, sus palabras y su inesperado entusiasmo, y en nada conseguía hallar la explicación de, a Javier le dolía recordarlo, su repentino suicidio.
Entró en la casa que ahora solo pertenecía a la esposa de Marcos y hablaron tratando de apoyarse mutuamente, tratando al menos de comprender.
¿Cómo era posible? Si Marcos siempre había sido feliz. Siempre relataba una sonrisa en sus palabras y con su jovial entusiasmo animaba a todo el mundo. Aquella no era una felicidad falsa, era real. Una felicidad de la que todo el mundo se sentiría orgulloso, era incluso, una felicidad que todo el mundo envidiaría. Repasaron toda su vida, al menos, toda la vida que conocían de Marcos y se veían incapaces de hundirse por culpa de algún escollo. Era una vida admirable, una vida que Marcos nunca dudaba de calificar como perfecta. Siempre se levantaba cada mañana y se contemplaba frente al espejo y el espejo le deseaba un feliz día, mostrándole una radiante sonrisa.
Recordaron la filosofía que profesaba Marcos, no se cansaba de repetir en sus conversaciones, cómo la clave de su éxito, la clave de que hubiera logrado un puesto como directivo en su empresa, de que siempre hubiera conseguido ser el número uno en todo lo que se proponía, de que viviera con su conciencia tranquila dedicando su vida al cuidado de los demás, todo aquello se debía al sentimiento de adoración de sí mismo que había cultivado con devoción. No, era imposible que Marcos se suicidase, Marcos, más que ninguna persona que cualquiera hubiera conocido, se quería y como consecuencia quería también su vida. Era, recordaba Javier, tal como le gustaba bromear a Marcos, la extraña paradoja de la felicidad, conseguir mediante un caprichoso defecto una de las mayores  virtudes.
Javier regresó por la noche a su casa, decepcionado y abatido sin ninguna respuesta. Cogió el correo que había olvidado aquella mañana y entonces descubrió que había un paquete perteneciente a Marcos. Al parecer se lo había enviado antes de suicidarse. Javier se sobresaltó y de los nervios se le resbaló el paquete al suelo oyéndose un crujido; idéntico al sonido de un cristal al quebrarse.
Sobre el paquete había una carta escrita por Marcos.

Javier, no sabes cuanta vergüenza me da reconocer esto. Lo siento de veras, pero es tan grande mi vergüenza que no me atrevo ni siquiera a escribírtelo en esta carta. Te he enviado este espejo con la esperanza de que puedas entenderlo, lamento si a ti y al resto del mundo os pueda parecer un motivo pueril. De verdad que lo lamento.

Javier suspiró soltando el aire que le angustiaba en su pecho. Abrió el paquete y contempló su reflejo, cortado por la cicatriz del espejo que él había estropeado. Miró fijamente, como quién busca penetrar en lo hondo de un profundo enigma, pero constantemente le frenaba la imagen superficial de su reflejo. Entonces fue cuando gracias al corte del espejo resolvió el misterio. Se sintió orgulloso de sí mismo pero al poco tiempo penosamente deprimido.
Se imaginó a Marcos, fiel a su ideal de adoración, buscando contemplarse cada mañana frente a aquel cristal. Pero Javier, que miraba aquel espejo roto, solo alcanzaba a contemplar su reflejo y nunca a él mismo. En verdad nunca había visto su propio rostro directamente, tal cual era en realidad. Siempre había necesitado de la irreal impresión de su reflejo para conocerse y sintió entonces un claustrofóbico temor. Un sentimiento similar al que debía haber sentido Marcos al contemplarse por última vez. Imaginó su trágica frustración. Una persona que había dedicado toda su vida a la contemplación narcisista de sí mismo y en el último instante de su vida, comprendía que jamás se había adorado a sí mismo fielmente. Pero Javier alcanzaba a entender algo más, entendía su soledad y la horrible prisión de vacío en que se había convertido de pronto su vida. Siempre había dicho que era feliz porque se adoraba y sin embargo, Marcos había descubierto que aquella felicidad no era más que una felicidad de cristal. Una felicidad igual de frágil que aquel espejo. Fuera del cristal no había nada.

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