Nocturno Secreto

lunes, 29 de febrero de 2016

Infanticidio Autoinflingido



Everyone around you has murdered someone something sacred
(Marilyn Manson)

Todo el mundo a tu alrededor ha matado a alguien o algo sagrado. Incluso tú, si aún no te ha acontecido tarde o temprano ese momento te llegará. Vendrá inesperado y veloz como un rayo afilado, tajante sobre la superficie del instante marcándote una profunda cicatriz que durará el resto de tus días. Es por ello necesario ser valiente para asumir la cruel desdicha de tu acto y no caer rendido ante la trágica voluntad del destino.
Unos sollozarán, otros se lamentarán, ambos arañarán su desesperación, pero solo quien al final se arriesgue saltando hacía el abismo de lo inevitable triunfará.
En definitiva es inútil reprimir la fuerza que dicta quienes somos.
Nací en el seno de una familia mal acomodada, por no decir y más bien reprimir mi vergüenza de ser pobre. Mi madre muy rigurosamente me educó al catolicismo y mi padre como opositor de género que era me educó en la cruda actitud de la salvaje supervivencia.
-          Papá
-          Dime hijo
-          ¿Para qué sirve el pene?- Pregunté
-          Por dios santo, hijo, me estás diciendo acaso que eres incapaz de darte cuenta por ti mismo. Tan inútil puedes llegar a ser... ¿Tú para qué crees que sirve?
-          Para mear, pero...
-          ¡Orinar, hijo! no seas tan vulgar, de quién has aprendido esa expresión tan grosera.
-          Todos mis amigos en la escuela dicen eso papá
-          Joder, ya ves a qué clase de colegio ha sido capaz de llevarte tu estúpida madre. Aunque lo digan tus mediocres amigos tú no debes decirlo, ¿me has entendido? ¡Maldita sea! tú debes seguir el ejemplo de tu padre y no hacerme preguntas tan idiotas que hasta un niño de tres años sabría responderme.
-          John no le hables así a nuestro hijo que tiene solo 4 años, es normal que haga preguntas- Dijo mi mamá.
-          No le defiendas al chico querida, le estoy enseñando a pensar por sí mismo, cosa que tú no has hecho en tu vida. Así que no me repliques y ¡cállate!
Mi madre guardó silencio.
-          A ver hijo, ¿si ves que por el grifo sale el agua para qué crees que sirve el grifo?
-          Para conducir el agua hacia el fregadero.- Contesté indignado mirando hacia otro lado.
-          Mírame hijo, pues si sabes eso porque no sabías para que servía... ¡Mírame cuando te hablo! Me debes respeto desastre de persona. ¡Existes gracias a mí!
-          ¡De eso quería hablar!- Chillé.
Mi padre se enfureció todavía más y amenazó con pegarme, pero gracias a uno de sus diminutos instantes de lucidez que le permitían equilibrar el peso de sus modales frente a su familia en la balanza, se frenó. Conservó una aparente calma, me miró y acto seguido me abrazó pidiéndome disculpas.
-          ¿A qué te referías hijo?
-          Pues... no importa papá, mejor dejémoslo era solo una curiosidad tonta.
-          Ves lo que le haces al chico - Habló mi madre.
-          ¡No empieces querida!, a ver, ¿qué querías preguntar?
-          Yo... solo me preguntaba que si los hombres tenemos pene y las mujeres no y si solo sirve para orinar por qué esa distinción. Solo era eso...
-          ¿No irás a contarle al niño eso John? es demasiado pequeño para...
-          ¡He dicho que te calles! ¿es que quieres amariconarlo con tus prejuicios de puritana? ¡Es eso lo que quieres! ¡qué le de asco el sexo siendo un afeminado avergonzándose de ser un hombre toda su vida! ¡Va a ser un jodido maricón y le van a dar por culo por tu culpa!
Mi padre gritó a mi madre tan alto como nunca antes había ocurrido y en medio de la discusión que taladraba mis pensamientos, sin poder evitarlo, lloré. Pero ni siquiera el llanto amansó a la fiera de mi padre que siguió cada vez más fuerte acuchillando con palabras a mi madre.
-          ¡Es crucial que se haga un hombre!
Mi madre me cogió en brazos y me llevó a mi cuarto. Allí muy dulcemente mientras me acariciaba, con una voz que enamoraba me advirtió de los peligros de ser como mi padre. Me enseñó a nunca maltratar a una mujer y a no volver a llorar por culpa de cobardes como mi padre.
Me enseñó a ser un hombre.

Pasó un mes y llegó el primer rayo que me marcó. Me encontraba solo en mi cuarto y había descubierto que restregando mi pene sobre la cama sentía verdadero placer. Así que jugué largo rato apretando mi pene contra la cama y moviéndome adelante y atrás mientras me divertía tratando de averiguar en qué punto del movimiento disfrutaba más. Sí hacia adelante o hacía atrás, sí hacia adelante o hacía atrás. Continuamente en un alocado frenesí conteniendo la agradable sensación que terminó por desprenderse en un estallido de placer.
El juego había terminado. No entendía porque pero intuía por una extraña fuerza del destino que ya había excedido cierto límite impuesto, y la necesidad se había desfogado. Después descubrí una segunda necesidad, la de orinar tras haber terminado.
Pasaron minutos y de nuevo sentí la necesidad de restregarme solo que esta vez me marcó el corte del tiempo. Contemplé mi pene eréctil tras el frotamiento. Que digo un pene, aquello era una auténtica polla. Era como divisar el enorme tamaño y magnificencia de una montaña e intimidarte. No podía apartar la vista ni tampoco dejar de extrañarme. Pues aquella nueva y elevada prolongación de mi cuerpo, aquel mástil endurecido como una piedra me asustaba. Seguí mirando hasta atormentarme  enmudecido en una espiral de pensamientos enajenados que terminaban en el epicentro de la vergüenza.
 Aquella noche mi padre entró en casa borracho. Discutió con mi madre y desde el rincón de mi habitación, recogido sobre mi mismo, escuché como tiró a mi madre a la cama y como entre intensos alaridos y gritos que suplicaban basta la forzó hasta lesionarla. Entendí lo que la estaba haciendo y pensé horrorizado, recordando mi experiencia, en el tamaño de su miembro golpeándola y torturándola sin freno ni descanso hasta dañarla.
 Aquel fue el segundo rayo que marcaría mi infancia.

-          Mira lo que he encontrado, vas a flipar.
-          No lo creo, nunca cuentas nada interesante- Contesté a mi amigo sabiendo que nada podía sorprenderme.
-          Esto sí te lo digo de veras, ya verás. Pero te lo enseño si me prometes no contárselo a nadie.
-          Como quieras, total, mal no me puede hacer...
Mi amigo sacó el móvil, a mi no me dejaban tener uno.
-          Es alucinante y la mar de excitante, en serio, no hay nada más excitante que esto
Me mostró una página de internet llena de culos y enormes tetas y pensé que quizás mi amigo por una vez en su vida tendría razón, por fin me enseñaría algo divertido, pero no fue así. En el preciso instante en que me mostró el video y contemplé aquella enorme cobra desgarrando el virginal coño ensangrentado de su presa, me horroricé. Era el puro salvajismo que tanto adulaba mi padre y que mi madre tanto criticaba.  
Aparté la vista y contemplé el sádico rostro de mi amigo que disfrutaba admirando cada embestida, penetrándola hasta el fondo en sus turbios pensamientos y sonriendo con cada intenso gemido martilleante que recordaban a los de mi pobre mamá. No percibía de ninguna manera el erotismo pero sí sentía la violencia y su brutal machismo. Todo estaba orientado para satisfacer al hombre y nunca a la mujer. Sus culos y operadas tetas, sus alocadas posturas, sus cortas faldas y apretados escotes, cómo una polla de aquel tamaño y grosor golpeando como una porra podía dar placer.
Por dios si hasta había oído rumores de un libro donde un hombre agredía sexualmente a una mujer y era todo un éxito mundial. Estábamos entregados a lo más animal que eran nuestras pollas y eso nos degradaba como especie.
Quizás estuviese traumatizado, no lo niego. Era más que probable que fuese así y lo asumo. Pero no consentiría que el temor me frenara. Sabía que debía ser un hombre. Pero era inútil reprimir quien era, un blando niño asustadizo por culpa de una descomunal lanza que todos envidiarían. Solo que yo no era como los demás, era frágil y sensible y nunca podría ser un macho. Pero aún estaba a tiempo de enfrentarme a mi temor como un auténtico hombre.
Así fue como cayó sobre mí el último rayo, solo que esta vez fue un rayo de esperanza.
Cogí la afilada navaja de afeitar de mi padre y me corté el rabo. Primero el dolor, un terrible y agudo dolor, después un horrible grito de triunfo y por último el orgasmo. Un manantial de rojo placer e inmenso alivio al comprender que era por fin libre. Libre de despreocuparme del vulgar sexo y la patética necesidad de follar como un animal deshumanizado. Al fin podía vivir solamente para mí. Mi triunfo era más supremo que el colosal monumento que me había encaramado dios y mi gloría, sería la profunda huella que con mi voluntad había comenzado a marcar a la humanidad.     

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