Anoche seguí las luces de mi bello Madrid y
no encontré la calle de tu portal. Paseé entre la timidez y el atrevimiento que
me evoca tu recuerdo, buscando el destino escondido en los bares que hacen esquina
a la soledad. Me emborraché del alma de la fiesta que servía el único licor que
llena tu ausencia, y mis ojos no derramaron el alcohol que baña mis penas. Tomé una ronda
en un bar y otra en el siguiente y en el tercero me invitaron y yo les invité
en el siguiente. Bebimos el sabor que es fuego en nuestras gargantas y tanto
arde en nuestros corazones. Pero por encima de todo, cordura, mujeres, amigos,
y cerveza, escribí. Escribí los peores versos que podría recitarte, pero los
mejores en saciarme. Decían... Calla, no los recites, es un secreto, un secreto
que tú nunca sentiste. Quizás por eso nos distanciamos porque entre tú y yo existía
un acertijo y cada uno acusaba al otro de ser la esfinge.
Anoche seguí el ámbar de las luces de mi
nostalgia que alumbra mi bello Madrid y no, no pensaba en ti. Sino en los
míseros sueños que anidan en las azoteas y no se atreven a saltar, solo a rezar
y después dormir. Yo sí que soñé... Y ávido me entregué al placer de brindar
por la el insomnio de la tristeza y los cardenales de nuestras ojeras que
marcan en el rostro un espejo de la auténtica fortaleza del alma. Vivir para
luego escribir la vida y agotarla en la olvidada esencia de las palabras es
recordar el verdadero significado de sentir que estás vivo y nunca rendirte ante
nada. Caminar para después describir el camino, beber para después escribir
azahar en versos y amar para respirar la fragancia que me embriaga mientras
escribo.
Caminé por los recovecos de cada distrito
bajo la profunda armonía de la noche, mezcla de humo y aullidos de músicos,
pintores y poetas, borrachos y drogadictos que plasmaban su huella en hondas
cicatrices y delirios de vidrio y algún que otro ladrido o gemido de tristes
perros hambrientos sin amo, que duermen en los soportales. Dialogué con ellos y
sufrimos el frío nocturno pero nada helaba más nuestro ánimo que la adicta
autodestrucción que el día a día nos entregaba de derrota en derrota y nos
rendía a resistir, soñando con retrasar de la realidad su victoria. Sangrando
por arrancarle espinas y pétalos al destino.
Recuerdo tantas cosas... sobre todo risas,
llantos y peleas. Siempre hay parejas que en lágrimas se quiebran o se desean. Disputas
tontas y serias pero todas absurdas que en la negra noche truenan, y parques y
hoteles donde los más astutos cenan amor.
Anoche seguí las luces de mi Madrid y por
primera vez, no necesité del destello de tus ojos para enamorarme.
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