Dios mío, he visto a un
fantasma… Tenía la cara pálida y demacrada, con unas profundas ojeras negras de
muerto viviente. La barba abundante envolviéndole prácticamente el rostro y un
aire peculiar, quizás sería su atractivo… Sí, esa apariencia irreal a lo
Stanley Kubrick, esa deformación grotesca de la personalidad en su
estigmatizada mirada de genio loco. Pero sobre todo y lo que más terror me
evocaba era, aquel destello, brillo distraído en sus ojos, aquella endemoniada
lucidez con que me estudiaba. Aquella sátira ironía, absorto en el infinito que
asesinaba con cada débil pestañeo. Era la expresión de un enfermo. Enfermo
porque por primera vez en mucho tiempo había comprendido el significado real de
lo que implicaba despertar. Enfermo porque me miraba y escudriñaba cada vez más
hondo, penetrando en mis martilleantes pensamientos. Enfermo porque estaba
allí, justo en el espejo y no podía evitar llorar al verlo.
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